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“A los seres humanos nos encanta la ilusión de sentirnos testigos”

15 de octubre de 2010

Ha sido un evento mediático global: el rescate de los mineros chilenos atrapados en San José fue seguido en directo y tratado por la prensa de todo el mundo. ¿Qué es lo que le otorgó tan descomunales dimensiones?

Un abrazo que mil millones de personas vieron en directo.Imagen: AP

Chuck Tatum es un periodista que ha vivido tiempos mejores. Hasta que un día, un hombre queda atrapado en una cueva. Ése podría ser el reportaje que lo redima de su función de redactor de noticias en el diario local Albuquerque Sun-Bulletin. Tatum se las ingenia para retrasar el rescate. Antes de la liberación, el asunto debe alcanzar dimensiones lo suficientemente grandes como para que la exclusiva pueda ser vendida a nivel nacional. Con algo de visión económica, el reportero logra reunir a aliados suficientes que lo sigan en esta empresa. Al poco tiempo, la pequeña ciudad estadounidense se ve asaltada por miles de personas que siguen conmocionadas el trágico destino del cautivo.

Billy Wilder la llevó esta historia al cine en el Gran Carnaval. Nada que ver con la reciente operación de salvamento de los 33 mineros chilenos, salvo el hecho de que demuestra el interés que este tipo de sucesos, correctamente transportados, despiertan en el espectador. La forma de narración es anterior a la televisión y a la prensa y cautivaba ya a las gentes en la Edad Media: personas aisladas del mundo exterior pasan por una serie de experiencias, mientras fuera, el acontecer cotidiano continúa su curso.

Tampoco el contenido es innovador. “Ya en el siglo XIX, Edgar Allan Poe escribió uno de los primeros relatos de terror jamás contados, y éste trataba de un hombre que es enterrado vivo en un ataúd. El miedo a quedar encerrado bajo tierra es uno de los pánicos más antiguos de la humanidad”, recuerda Hans Martin Kepplinger, profesor en el Instituto de Comunicación de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia. Capítulo a capítulo escucha el público atento los terribles hechos, que lo oprimen cual si estuviera presente, igual que en la retransmisión desde el desierto de Atacama: “Televidentes, oyentes y usuarios tuvieron la sensación de ser testigos. Por supuesto, no era más que una ilusión, pero a los seres humanos nos encantan ese tipo de ilusiones”, dice Kepplinger.

Miles de periodistas acamparon en el desierto de Atacama para cubrir el rescate de los mineros atrapados.Imagen: AP

La gravedad no es determinante

Las cifras impactan. Más de mil periodistas se trasladaron a la mina San José para informar en directo; unos mil millones de personas siguieron por televisión el rescate de los trabajadores; la BBC se gastó, según informa el periódico británico Guardian, más de 120.000 euros en la cobertura del salvamento y a través de Twitter y Facebook hubo una explosión de comentarios sobre los mineros de Chile. Sucesos similares e incluso peores se dan a diario sin ser portada simultánea de los rotativos de todo el planeta. ¿Por qué son unos objeto de tanto interés y otros de tan poco?

“Los motivos son varios”, contesta Kepplinger, “para empezar, cualquier cosa que tenga que ver con la vida y la muerte, las catástrofes en general, es foco de atención de los medios. Pero además, en este caso se podían dar a conocer destinos particulares: aquí había un primer minero con nombre y apellidos, un segundo minero, un tercero… uno tenía un hijo, el otro estaba enfermo, los familiares del siguiente hacían declaraciones… la gente quiere saber esas cosas y éstas son un aliciente para todo periodista, cuyo trabajo consiste, al fin y al cabo, en contar historias. Y por último, había imágenes. Había fotos de la cápsula, había fotos desde la cápsula y uno podía imaginarse a la perfección lo que estaba pasando”.

María Segovia (izq.) hermana del minero atrapado Darío Segovia.Imagen: AP

Noticia es que un hombre le muerda a un perro, no que un perro muerda a un hombre, reza una vieja frase hecha del periodismo que, opina Kepplinger, sigue hoy vigente. “Los medios se nutren de lo extraordinario, no de lo que ocurre a menudo, y accidentes mineros de estas dimensiones son algo fuera de lo normal”, indica. Aún así, los ha habido antes de San José sin que hayan generado tanto revuelo. “Sí, en China, por ejemplo”, reconoce el profesor, “pero de ellos no se tenían imágenes, no se conocían detalles de vida de las víctimas”.

La tragedia chilena disponía, sin embargo, de todos los elementos necesarios para consentirse en espectáculo mediático. “Hace unos años se produjo un terremoto en Irán en el que murieron miles de personas. Éste apenas encontró eco en la prensa. Sólo un poco después, en 2004, el tsunami en el Océano Índico emocionó al mundo entero y las televisiones mostraban sin cesar dramáticas secuencias de lo sucedido, porque las había”, continúa el experto, “el interés de los medios en una determinada cuestión es independiente de la gravedad de la misma; el interés de los medios en una determinada cuestión depende de las posibilidades que existan de poder narrarla periodísticamente”.

Espectáculos mediáticos de este tipo, de los que tantos tratan de sacar tajada, serán cada vez más frecuentes. ¡Siga leyendo!

Imágenes de la cápsula que debía sacar a la superficie a los mineros chilenos.Imagen: AP

Si A escribe, B también

A este tipo de escenificaciones vamos a tener que acostumbrarnos, dice Kepplinger: en el futuro se repetirán aún con mayor asiduidad. Y lo que aumenta no es la frecuencia de las catástrofes, puntualiza- que antes eran mucho más corrientes y devastadoras- sino la cantidad de veces que éstas son transformadas en evento global.

El minero Mario Sepúlveda cuenta su historia. Las televisiones les ofrecen a los rescatados grandes cantidades de dinero por sus exclusivas.Imagen: AP

“La razón hay que buscarla en la creciente competencia en el sector. Al principio siempre está la sensación periodística de que se trata de una gran historia. A partir de ahí, todo se acelera y se convierte en una espiral imparable: si A escribe, B también lo hace y si A y B tratan el tema a lo grande, C se siente obligado a darle aún más relevancia”, explica el profesor, y al final se llega a los 120.000 euros invertidos por la BBC en contar el salvamento chileno. Presión añadida ejercen los recién llegados como Twitter y Facebook porque, asegura Kepplinger, “la prensa tradicional padece de un pánico crónico a ser superara en Internet.”

Una vez que el hecho se ha vuelto mediático, llegan quienes, junto a los periodistas y sus empleadores, buscan sacar algún provecho del drama que hace llorar a tantos. Entonces aparecen los donantes de gafas de sol, los clubes de fútbol que regalan entradas, las aerolíneas que ponen sus aviones a disposición del descanso de las con tanta dificultad rescatadas víctimas y también los políticos, que aprovechan la atención para que entre tanta cámara alguna los enfoque.

El Gran Carnaval de Billy Wilder no tiene final feliz. Es un film crítico. La historia de los trabajadores de la mina chilena de San José acabó bien, para su suerte y la de sus familias, además de las de quienes ya planean hacer de ella una película.

Autora: Luna Bolívar Manaut

Editor: José Ospina Valencia

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