Abre en Hamburgo museo dedicado a bombardeos aéreos
30 de agosto de 2013 El zumbido de las hélices en la oscuridad hacía estremecer a los testigos de aquel horror. También las explosiones y el olor a pólvora quemada. Sea en Varsovia, Rotterdam o Dresde, todos aquellos que vivieron la Segunda Guerra Mundial conocen esas imágenes, tonos y olores y nunca los olvidarán. En Hamburgo, donde el verano de 1943 perecieron 34.000 personas, una exposición sobre los bombardeos de la guerra trata de ilustrar ese oscuro capítulo: “Es una exposición duradera sobre la guerra aérea con una perspectiva internacional única en Alemania”, dice Malte Thießen, historiador que colabora en la exposición y estudioso de la guerra aérea y la forma en que los alemanes recuerdan a las víctimas.
Museo en el campanario
Para lograr su objetivo, los pilotos aliados se orientaban a través de la torre más alta de la ciudad, la torre de San Nicolás. Exactamente en ese punto se encuentra el museo, un viaje que comienza en una cripta sin luz diurna, rememorando las noches de bombardeos en los sótanos.
Los ataques aéreos en Hamburgo fueron de los más intensos de la guerra. Más de 700 aviones volaron sobre la ciudad con toneladas de bombas. “Operación Gomorra”, la llamaron los generales aliados en referencia al pasaje bíblico: “Entonces llovió sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego y destruyó las ciudades y toda aquella llanura.”
A través de los audífonos, testigos de aquella época como Andreas Hachingen cuentan su experiencia: “La puerta de acero del búnker se cerraba de golpe”, narra Hachingen: “Por fuera uno escuchaba los gritos de gente muriendo. Todavía recuerdo a un hombre golpeaba la puerta con el puño gritando: ¡Abrid la puerta!”. La gente buscaba protegerse de los ataques que llegaban en oleadas. Primero las minas aéreas destrozaban los tejados. Después, una segunda serie con bombas incendiarias que ardían incluso en el agua. La tercera ola era la de los explosivos, destinados a evitar la intervención de los que ayudaban en las calles.
Pilotos traumatizados
Ni siquiera los bomberos habían visto un infierno semejante. En un monitor, la exposición muestra grabaciones impactantes, con torres en llamas que caen de las casas como si hubiesen sido atizadas por un enorme fuelle. También grandes bunkers sacudidos por los bombardeos.
Señalando una bomba desactivada y una botella de gas semiderretida por el calor, Malte Thießen recuerda: “También los pilotos tenían miedo”. Los soldados británicos, en su mayoría menores de 20 años, volaban a través de la noche oscura. Muchos fueron derribados en su primer ataque. Otros que conseguían volver a Inglaterra, necesitaban tiempo para entender lo que habían hecho y algunos, sufrían severos traumas.
Cuando cesaban los ataques, las autoridades alemanas obligaban a reclusos en campos de concentración a realizar los trabajos más arriesgados. Algunas imágenes muestran a personas con traje de preso sacando a víctimas de la casas, amenazados por el peligro de derrumbamientos. Pero ni siquiera eso era suficiente. Aumentando el peligro de epidemias, pilas de cadáveres se acumulaban entre calles cerradas por los escombros.
Visiones distinta de una misma guerra
En la exposición, los organizadores no sólo quieren mostrar el dolor de las víctimas alemanas. La Luftwaffe fue también responsable de muchos bombardeos y estos también están representados, recordando que fue Alemania quien inició la guerra. Con información en alemán e inglés, Thießen afirma: “Queremos enseñar a los visitantes internacionales que no sólo mostramos el punto de vista alemán. Por eso, además de historias únicas, también presentamos diferentes perspectivas: la de los perseguidos del régimen nazi, la de las víctimas en los sótanos, la de los pilotos de los bombarderos...”.
Thießen recuerda al cantautor alemán Wolf Biermann: “Él lo describió muy bien”. Poco después de la “Operación Gomorra”, su padre, judío y comunista, fue enviado a Auschwitz. El joven tenía entonces seis años y temblaba en un búnker de Hamburgo. “No entendía nada dentro del sótano aparte de respirar y agarrar la mano de mi madre”, escribió más tarde: “Pero mi madre se alegraba de las bombas inglesas. Lo malo era que cayesen sobre nuestras cabezas”.
Autor: Jan Ludwig / JAG
Editor: Diego Zúñiga