ACNUR homenajea ayuda a los apátridas de Asia Central
2 de octubre de 2019
El abogado de Kirguizistán Azizbek Ashurov, cuyo trabajo fue clave para que ese país de Asia Central fuera el primero del mundo en dar nacionalidad a toda su comunidad de apátridas, fue galardonado con el Premio Nansen.
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Según anunció este miércoles (2.10.2019) la organización, Ashurov, de 38 años, recibirá la medalla Nansen y 150.000 dólares donados por los Gobiernos de Noruega y Suiza, en una ceremonia que se celebrará el próximo 7 de octubre en Ginebra, y que contará con la actuación del cantante venezolano Danny Ocean.
"Su compromiso con la causa de ayudar a los apátridas en Kirguizistán, con la ayuda del Gobierno y otras personas en el país, es un ejemplo de la capacidad que tiene un individuo para inspirar a la movilización colectiva", destacó al anunciar el premio el alto comisionado para los refugiados Filippo Grandi.
Ashurov fundó en 2003 la organización Abogados Sin Fronteras del Valle de Fergana, desde la que ha ayudado a conseguir la nacionalidad kirguís a 10.000 apátridas -entre ellos 2.000 niños- víctimas de los problemas administrativos derivados de la caída de la Unión Soviética en 1991.
Muchas personas que entonces habían emigrado de una parte a otra de la URSS quedaron atrapadas en un limbo legal, en nuevos países donde no podían probar la nacionalidad y con pasaportes soviéticos que tampoco les servían para regresar a sus lugares de origen.
Esto dejó a cientos de miles de personas en situación apátrida, sin poder acceder a muchos empleos, servicios sanitarios o educativos, imposibilitados siquiera de abrir una cuenta bancaria o tener un teléfono móvil, algo que afectó especialmente a muchas mujeres que emigraron para casarse con maridos de otras regiones.
El reportero - Una aldea sin hombres - Mujeres en Kirguzistán
12:04
"La falta de Estado es una injusticia, los apátridas no son reconocidos por nadie y son como fantasmas que existen físicamente pero no sobre el papel", señaló Ashurov tras anunciarse el premio.
Durante más de 15 años él y sus colegas en el bufete de abogados han viajado en todoterreno, a caballo o a pie por remotas zonas del Valle de Fergana (una región de gran diversidad étnica, que se reparten Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán) en busca de apátridas a los que asesorar legalmente para su regularización.
Ashurov, que en los últimos años ha extendido ese trabajo a todo el país, vivió en sus propias carnes las dificultades que entraña no tener "papeles", ya que procede de una familia que llegó a Kirguizistán desde la vecina Uzbekistán en la década de los años 90 del siglo pasado.
Millones de personas siguen siendo apátridas en la actualidad en diversas regiones del planeta según recuerda ACNUR, que ha establecido el objetivo de intentar que todas esas comunidades tengan nacionalidad antes de mediados de la próxima década.
El premio de ACNUR, otorgado por primera vez en 1954, toma su nombre del explorador noruego y pionero en la lucha por los derechos de los refugiados Fridtjof Nansen (1861-1930), y a lo largo de más de 65 años ha sido otorgado a personalidades como el rey Juan Carlos I de España, que lo recibió en 1987.
En años recientes lo consiguieron el equipo de voluntarios que en Grecia ayudó a atender la crisis de refugiados de 2016, o la organización colombiana Mariposas de Alas Nuevas, que dos años antes fue reconocida por su ayuda a las mujeres desplazadas. (efe).
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Día Mundial del Migrante: El campamento de refugiados Kakuma o "la nada"
Cada 18 de diciembre se recuerda a millones de migrantes. Kakuma, en Kenia, es uno de los campamentos más grandes del mundo, que acoge a desterrados por las guerras y el hambre desde hace 25 años. DW visitó dicho campo.
Imagen: DW/R. Klein
Cientos de miles de humanos en "la nada"
"Kakuma" quiere decir en kiswahili algo así como "la nada". Ubicado a unos 100 kilómetros de la frontera con Sudán del Sur está en medio de una zona seca y cálida. Aquí viven, más mal que bien, unas 180.000 personas en cabañas o casas de adobe. Sus residentes huyen de la guerra o el hambre en Sudán y Sudán del Sur, Somalia, Uganda y otros países vecinos.
Imagen: Johanniter/Fassio
No paran de llegar refugiados, todos los días
Kakuma fue construido para albergar a 125.000 personas, pero desde su apertura no han parado de llegar personas en busca de refugio. Cada mes se suman unas mil o dos mil personas. Teresa Akong Anthony, en la imagen, vino desde el sur de Sudán hace dos semanas. Ahora espera a la sombra de una choza que ella y sus tres hijos sean registrados como refugiados. La temperatura hoy es de 37 grados.
Imagen: DW/R. Klein
¿Nacionalidad? Refugiado
Kakuma está lleno de jóvenes: más del 60 por ciento de los habitantes tienen menos de 17 años de edad. Muchos han nacido o se han criado en el campo. Para ellos, la palabra "casa" es difícil de definir. A menudo, no tienen ninguna relación con su país de origen, pero tampoco son kenianos. Se trata de jóvenes nacidos como refugiados.
Imagen: DW/R. Klein
Madre malnutrida, bebé malnutrido
Kandida Nibigira huyó de la violencia en Burundi hace tres años. Aquí vive con sus ocho hijos en una choza de barro. La vida para toda la familia es un inmenso reto diario: temperaturas alrededor de los 40 grados, suelo muy seco y poca comida. "Comemos sólo una vez al día", dice esta mujer de 38 años de edad, que intenta dar pecho a su hijo, a pesar de su propia malnutrición.
Imagen: DW/R. Klein
No hay suficiente dinero para la comida
En este campo de refugiados operado por ACNUR se distribuyen alimentos unas dos veces al mes. Si los residentes muestran su tarjeta de racionamiento, reciben aceite, mijo, frijoles, maíz fortificado y jabón. Debido a que no hay suficiente dinero disponible, las raciones de diciembre se redujeron a la mitad. La comida debe ahora alcanzar para todo un mes.
Imagen: DW/R. Klein
El hambre desespera
Hacer colas para recibir las respectivas raciones demora hasta cinco horas. Los trabajadores son aislados por una malla de alambre para protegerlos de la violencia que puede surgir ante la desesperación de la escasez y el hambre.
Imagen: DW/R. Klein
Un campamento convertido en “ciudad”
Además de las tarjetas de racionamiento, los residentes del campo obtienen vales que pueden canjear en ciertas tiendas. En los últimos 25 años, Kakuma se ha convertido en una pequeña ciudad. En el mercado se compran y venden cosas de uso cotidiano: alimentos, herramientas, artículos eléctricos o tarjetas SIM.
Imagen: DW/R. Klein
Mucha gente, poco trabajo
Los refugiados en Kakuma sólo pueden trabajar con un permiso especial, pero hay poco trabajo. Algunos trabajan para organizaciones benéficas. Para aumentar sus posibilidades laborales, hay proyectos individuales de formación. Aquí, tanto los refugiados como la población local pueden formarse en carpintería, electricidad y costura.
Imagen: DW/R. Klein
Sin familia ni educación
"Quiero ser una enfermera," dice Kamuka Ismali Ali, quien huyó de la guerra en el sur de Sudán. "Todavía no sé si mi familia vive”. Kamuka, de 20 años de edad, asiste a una escuela en Kakuma y quiere graduarse. "Cuando la guerra termine, ansío poder volver a ver a mi familia y ayudarla".
Imagen: DW/R. Klein
Integración: auto-sustento y convivencia
Gracias a la ayuda internacional, los habitantes de este campo de refugiados pueden recibir la atención más urgente. Debido a que Kakuma crece todos días y los refugiados son separados de la población local, unas 60.000 personas serán reubicadas en otro nuevo campo, a unos 20 kilómetros de distancia. La idea es promover el auto-sustento de los refugiados y la convivencia con locales.