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Se llaman a sí mismas Burneshas, y juran que siguen siendo vírgenes. En su mayor parte, siendo adolescentes decidieron cambiar de género, pero solo en cuanto al trabajo: físicamente continúan siendo mujeres. La tradición de las marimacho se remonta a un código de honor tradicional de la Albania patriarcal: si una familia no tenía descendientes varones, una de las chicas podía convertirse en muchacho.