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Alberto Fernández: prueba de fuego de piloto en la tormenta

27 de octubre de 2020

El gobierno de Alberto Fernández transita la pandemia con aciertos y errores. Pero debería definir mejor su rumbo, defender un sistema de Justicia confiable y crear más consenso, opina Cristina Papaleo.

Alberto Fernández, presidente de Argentina.
Alberto Fernández, presidente de Argentina.Imagen: picture-alliance/dpa/Presidencia Argentina/E. Collazo

Este 27 de octubre de 2019 se cumple año desde la elección del presidente argentino, Alberto Fernández. Un año que se siente como un siglo, a causa de la pandemia de coronavirus. Fernández asumió el gobierno anunciando una batería de medidas que apuntaban a reactivar la economía, y a disminuir el hambre y la pobreza, apelando al apoyo de quienes quieren "una Argentina justa, solidaria y unida”. Resultó electo porque sus planes generaron esperanza en un país hundido en la recesión, con una economía frágil y en default virtual debido a los errores económicos del gobierno de Mauricio Macri.

Los argentinos sabían que el camino no iba a ser nada fácil, y que la situación no se iba a arreglar de hoy para mañana. Pero apostaron a un cambio que esta vez funcionara. La elección de Fernández fue un factor de pacificación social ante la crisis económica que generó el gobierno anterior, y una apuesta a un futuro con más justicia social en democracia. En una América Latina donde había levantamientos populares motivados por la desigualdad social, esa elección hizo que la mecha no se encendiera también en Argentina.

Alberto Fernández, con un perfil moderado y dialoguista, y sin promesas desmedidas, rescató al principio el impulso de la Argentina de la posdictadura, volviendo a colocar los logros en materia de derechos humanos en el lugar que les corresponde. Y recalcó que iba a reflotar el área cultural y la investigación científica, relegadas y maltratadas por recortes sin sentido.

Éxitos y errores en la pandemia

Esos anuncios fueron hechos en enero de 2020. Pero en marzo, la pandemia ensombreció la luz que asomaba entre tanta oscuridad. Allí comenzó un confinamiento y una cuarentena que el presidente argentino defendió en todo momento para impedir la propagación descontrolada del COVID-19, en un país donde muchos no pueden mantener las más medidas más básicas de higiene debido a una infraestructura sanitaria endeble, a la desigualdad social y a la precarización de la economía, que hace que el coronavirus golpee más a los que menos tienen.

Cristina Papaleo, de DW.Imagen: DW/P. Böll

A un año de haber sido electo, Alberto Fernández ha tenido que manejar un avión en medio de la tormenta. Y como piloto, hasta ahora sale bien parado. A nivel macroeconómico, el gobierno de Fernández logró, con las negociaciones exitosas del ministro de Economía, Martín Guzmán, una reestructuración de la deuda y la reapertura del diálogo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), un hito más que positivo en medio de esta crisis. Pero todavía hay una gran incertidumbre sobre si se podrá revertir la presión cambiaria y reactivar la economía. Eso preocupa a todos los argentinos.

Las tensiones siempre presentes dentro de la coalición peronista podrían ser una amenaza para la solidez del gobierno, aunque, en su mayoría, esta defienda la gestión del presidente. El rumbo que tomará su gobierno quedaría, sin embargo, mejor definido, y tendría más aceptación, si las decisiones políticas no se ideologizaran permanentemente. Pero eso es lo que todavía atrae a muchos de los electores en Argentina, y es uno de los factores de polarización en la sociedad. Aunque del otro lado de la grieta argentina -que tiñe todo de blanco o de negro- tampoco parezca haber una propuesta clara de país, y se invoque incluso a los fantasmas de la derecha más extrema. La atomización y, en parte, la radicalización de la izquierda -un problema de décadas en Argentina- tampoco facilita la diversificación del espectro político hacia un proyecto de país más socialmente equitativo.

A pesar de los esfuerzos visibles de Fernández y su intención de unificar el país, el intento de reforma judicial -que podría dejar en la nada las acusaciones contra la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner-, así como el plan de expropiación de la empresa agroindustrial Vicentin, en los momentos más duros de la pandemia, vuelven a dejar un sabor amargo y a despertar resquemores y desconfianza. Esos, y otros, son errores que el mismo presidente reconoce hoy. Por su papel tan particular de vicepresidenta y jefa del partido que llevó a Alberto Fernández al poder, es de esperar que Cristina Kirchner apoye su manejo de crisis para reforzar la unidad. Así, Alberto Fernández podría seguir trabajando durante su mandato para que Argentina continúe por el difícil camino de la recuperación, con un modelo integrador y de mayor equidad, y mirando hacia el futuro. Si no se preocupa por escuchar las quejas y demandas de la oposición y las de sus propios votantes, el diálogo democrático se dificultará cada vez más.

El 27 de octubre no solo celebra su victoria electoral el Frente de Todos. También se cumplen diez años desde que falleció el expresidente Néstor Kirchner. Pero Alberto Fernández, que es parte de ese pasado, haría bien en centrarse en este día en los desafíos que presentan los años de gobierno por venir, reforzando un concepto solidario de país, con el que ganó sus votos hace un año, y de amplitud de ideas políticas. Y aportar con sus decisiones a un sistema de Justicia en el que puedan confiar plenamente los argentinos. Sin tambalearse, y dirigiendo el curso económico hacia buen puerto. Transitar la pandemia no es fácil para ningún gobierno, y hasta las economías más poderosas han sido afectadas. Pero justamente en las crisis es donde se revelan las oportunidades, y siempre son una prueba de fuego para quienes detentan el poder.

(ers)

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