Alemania, ¡de vacaciones!
4 de agosto de 2013 Atochamientos de varios kilómetros en las carreteras y filas interminables en los mostradores de los aeropuertos. Esa es una forma de ver las vacaciones de verano en Alemania. La otra es con la calculadora en la mano: por cerca de 300 euros se puede alcanzar algún destino interesante, como una semana en Gran Canaria, incluido el pasaje aéreo y el hotel con pensión completa. Lo que hoy es una fiesta para muchos alemanes era, hasta hace pocas décadas una opción para pocos. Y ni hablar en siglos anteriores, cuando solo los ricos y los nobles podían explorar el mundo como turistas.
La invención del turismo
“La mayoría de los investigadores piensa que el turismo es un invento del siglo XVIII”, dice Hasso Spode, director del Archivo Histórico de Turismo en la Universidad Libre de Berlín. ¿Qué distingue a un viajero de un turista? “El turismo es un viaje sin un propósito real”, dice el experto. En los siglos pasados, los viajeros siempre perseguían un objetivo. “Los peregrinos querían, por ejemplo, encontrar la salvación, los conquistadores buscaban extender sus dominios", dice Spode. Recién en el siglo XVIII comenzaron los viajes por placer.
En ese tiempo las “vacaciones” eran algo oneroso y difícil. Había que viajar en carruaje y padecer caminos de pésima calidad. A eso se sumaba la preocupación por el cuidado de los caballos, el mal clima y la incomunicación en caso de emergencia. Además, Alemania estaba formada por pequeños estados y cada vez que se cruzaba una frontera, había que pagar un impuesto.
Recién en 1793 se erigió lo que entenderíamos como la primera atracción turística en la costa del Mar Báltico, en Mecklemburgo, donde abrió sus puertas el balneario de Heiligendamm. En ese paraíso estaban todos los que tenían una buena posición en la sociedad, quienes podían disfrutar de carreras de caballos, juegos de azar, fiestas y prostitutas. Los nobles no prestaban demasiada atención al agua.
Thomas Cook revoluciona el turismo
“En principio, el turismo estaba limitado a pocas personas. Alrededor de 1800 apenas el 1 por ciento de la población podía viajar”, revela Hasso Spode. Eso cambiaría pronto, cuando la clase media empezó a sentir curiosidad por las vacaciones. El británico Thomas Cook revolucionó ese mercado con la idea de los paquetes turísticos: Cook enviaba a grandes cantidades de personas en tren a hoteles donde previamente había conversado un precio conveniente. De esa forma, podía bajar los costos y otorgar acceso a más interesados.
"Si bien Cook no fue el descubridor del paquete turístico, sin duda fue el más exitoso operador”, dice Hasso Spode. Pero el británico hizo más: se preocupaba de todo, dejando al turista solamente una cosa: el goce. Rápidamente en Alemania copiaron su idea, permitiendo que los alemanes pudieran viajar por su país y el mundo. A ello se sumó la llegada del ferrocarril, que hacía posible viajar mucho más cómodamente, rápido y sin que hubiera que preocuparse por el clima.
La experiencia vacacional nazi
Pese a esos esfuerzos, incluso ya bien entrado el siglo XX los lugares de vacaciones distaban de estar al alcance del pueblo. Los nazis tomaron nota de ello y crearon en 1933 la asociación “Kraft durch Freude” (literalmente, “fuerza a través de la alegría”), con la que acercaron a los trabajadores a lugares con los que ellos no podían siquiera soñar, incluidos cruceros.
"Construyeron cruceros sin diferenciación de clases, con los que cerca de 700.000 personas pudieron viajar por el mar”, cuenta Spode. Las fotos de propaganda de KdF mostraban a los alemanes descansando en tumbonas sobre los barcos, sin mayores preocupaciones. Este programa acabó con el inicio de la guerra, aunque operadores turísticos siguieron adelante, para disgusto de los nazis, que preferían usar los trenes de vacaciones en el esfuerzo de guerra. “Acá podemos ver cuán importante era el deseo de turismo en la población. Los nazis no fueron capaces de actuar contra el deseo masivo, pues de lo contrario se habrían tornado impopulares”.
Más veces, pero más breves
Tras la guerra, y con el milagro económico de la década de los 50, el interés por viajar creció. "Poco a poco los alemanes se atrevieron a ir con sus VW Escarabajo o sus Vespa a los Alpes”, apunta Spode. Gracias a los autos, cada cual podía ir donde quisiera sin depender de nadie. Poco después, otro avance de la técnica abrió nuevas puertas al turismo: los grandes aviones de pasajeros permitieron, desde 1970, que cada vez más alemanes pudieran hacer viajes de larga distancia.
Rápidamente Mallorca, en España, recibió el burlesco apodo de “la isla de las asaderas”, lo que grafica la masificación que vivió el turismo. Las playas de todo el Mediterráneo se empezaron a llenar de alemanes tostándose al sol, por lo que recibieron el nombre de las “asaderas germanas”. El incremento de los salarios y la baja en los precios de los viajes permitieron que cada vez más personas pudieran disfrutar de esos lujos.
Pero también estaba el segundo Estado alemán, la República Democrática. “En la RDA había un turismo social subsidiado”, cuenta Hasso Spode. La organización que estaba a cargo de las vacaciones estaba completamente controlada por el SED, el Partido Socialista Unificado. Es cierto, casi todos en la RDA podían salir de vacaciones, pero casi ninguno podía escoger dónde. Además, el abanico de opciones no era muy amplio e incluía a Hungría, Checoslovaquia y Polonia.
En la actualidad, no todos piensan en salir de su país. “Alemania sigue siendo, para los alemanes, el principal destino turístico”, explica el investigador Jürgen Schmude, experto en Geografía Económica y Turismo de la Universidad de Múnich. Y si bien Alemania debió ceder el título de campeón mundial de los viajes ante China, las perspectivas para el turismo germano son bastante buenas. “La tendencia va hacia hacer más viajes al año, más cortos, pero más frecuentes”, dice Schmude. Esto podría llevar a que las clásicas vacaciones de verano pierdan fuerza. Y quizás las carreteras y aeropuertos estén siempre repletos de felices turistas alemanes.
Autor: Marc von Lüpke-Schwarz / DZC
Editor: Enrique López