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Alepo y Madaya: muerte y destrucción en el frente sirio

14 de marzo de 2019

Las imágenes hablan por sí mismas de la crisis que aún se vive en ciudades sirias. El país sigue necesitando ayuda urgente de la comunidad internacional, dice una ex funcionaria de la Cruz Roja Internacional.

A la derecha en la imagen, la autora del artículo coordina labores humanitarias en Raqqa
A la derecha en la imagen, la autora del artículo coordina labores humanitarias en RaqqaImagen: ICRC/Ingy Sedky

La imagen de niños esqueléticos es perturbadora. Pero nuestra salida al terreno en la ciudad siria de Madaya, en medio del frío de enero de 2016, me dejó un recuerdo aun más sombrío: un sótano oscuro lleno de niños extenuados y ancianos catatónicos, todos con frío, enfermos y hambrientos. Cuerpos inertes tendidos en mantas azules en el piso de una clínica improvisada en un sótano para protegerse de los bombardeos aéreos.

Siria sufre los efectos de ocho años de conflicto. Todas y cada una de las familias sirias han perdido a alguno de sus miembros. Ninguna ha quedado a salvo; todas han padecido de alguna u otra forma: desplazamientos, heridas, muertes, desapariciones. Viviendas, hospitales, escuelas e instalaciones de suministro de agua y electricidad han quedado dañados o destruidos.

Siria necesita ayuda ahora. Lo sé muy bien. Durante los ocho últimos años, la mayoría de ellos como jefa de la delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja, vi cómo el país atravesaba la aparentemente delgada línea entre una grata paz y una destrucción mortal. 

Es posible, e incluso probable, que se vuelva a una guerra mayor, si no hay avances políticos y si no se traza un plan para reconstruir lo que se ha roto, infraestructura y población incluidas. Deben darse respuestas a los cientos de miles de personas que, según se calcula, han desaparecido; las familias que quedaron separadas deben poder reunirse; y quienes padecen heridas psicológicas deben recibir apoyo hasta sanar.

En resumen, la población de Siria necesita definir formas de convivir. Como trabajadores humanitarios, podemos ayudar a corto y a mediano plazo; espero que la comunidad internacional tome las medidas necesarias para alcanzar una paz duradera.

Marianne Gasser visitó hospitales en la zona rural de DamascoImagen: ICRC/Ali Yousef

Devastación desgarradora

El trauma de Madaya me ha quedado grabado en la cabeza. Durante nuestra visita, una madre de seis hijos me susurró al oído: "He perdido a mi hijo mayor.  Tenía diecisiete años. Por favor, ayúdeme a mantener vivos a los otros cinco".

Otra mujer, se me acercó con una sonrisa y me dijo: "¿Saben ustedes lo que han hecho, ustedes que vienen de afuera? Al hablarnos, al recordarnos, nos han devuelto algo: nuestra dignidad. Gracias".

Damasco era una ciudad moderna, dinámica y bella cuando comencé a desempeñarme como jefa de la delegación del CICR en 2009. Nadie sabía que Siria estaba sumiéndose en la pobreza. A mediados de marzo de 2011, estalló la violencia en un poblado llamado Deraa, a una hora de la capital. Un año después, había enfrentamientos por todo el país. 

La devastación y el número de personas muertas, heridas y desplazadas eran desgarradores. Las tierras de cultivo se convirtieron en líneas del frente. Las aceitunas se convirtieron en un alimento básico. Millones de personas tuvieron que desplazarse, la mitad de la población siria. Millones.

Para los niños, la escuela pasó a ser un recuerdo lejano. La matemática, la historia y la ciencia fueron reemplazadas por lecciones de guerra: correr, ocultarse, sufrir y sobrevivir. Muchísimos niños menores de ocho años no han conocido otra cosa.

Algunos de los servicios básicos del país, como las escuelas, los establecimientos sanitarios, los sistemas de suministro de agua y electricidad, los canales de riego, han quedado sumamente frágiles a raíz de años de enfrentamientos.  Más de 11,5 millones de personas que viven ahora en condiciones penosas necesitan asistencia.

Aunque los edificios de apartamentos, las casas o los comercios hayan quedado en pie, las zonas donde se encuentran están contaminadas con restos explosivos de guerra, lo que pone a las familias, sobre todo a los niños, en grave riesgo. Es necesario eliminar en forma segura los restos explosivos de guerra, incluidos los que están esparcidos por las tierras de cultivo.

Personal de la Cruz Roja evalúa las necesidades de desplazados por el conflictoImagen: ICRC/Sama Tarabishi

Andando en un mar de escombros

Alepo. ¿Este nombre los remite a ustedes a destrucción y sufrimiento indescriptibles? A mí sí.

A finales de 2016, los bombardeos en Alepo fueron constantes; y se lanzaban morteros contra barrios residenciales. Los enfrentamientos se llevaron el alma y el corazón de la ciudad.

En medio de temperaturas gélidas, los equipos del CICR y de la Media Luna Roja Árabe Siria cruzamos la línea de frente hacia un mar de escombros. Salimos del coche y agitamos la bandera de la Cruz Roja, para que todos supieran quiénes éramos.

Allí fue cuando vi una de las imágenes más conmovedoras de mi vida: miles de personas, en su mayoría mujeres y niños, esperando a ser evacuados. Muchos estaban vestidos con harapos y llevaban bolsos viejos. En sus rostros, había cansancio, miedo, ansiedad y también esperanza. Prevalecía la destrucción.

Había tantos niños, y casi ninguno tenía ropa de abrigo. Estaban en silencio; no había ruidos ni sonrisas. Sus rostros no tenían expresión.

Esta es la imagen de la vida consumida por la violencia. Por esta razón, Siria debe reconstruir sus edificios y el alma de su población. Madaya, Alepo, muerte, destrucción: un mundo al que Siria no debe regresar.

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* Marianne Gasser fue jefa de la delegación del CICR en Siria de 2009 a 2013 y de 2015 a febrero de 2019.

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