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América Latina: Radiografía de la desigualdad

26 de enero de 2021

El diagnóstico no es nuevo y la pandemia lo está agravando. ¿Por qué una región de grandes riquezas y oportunidades sigue siendo la más desigual del mundo? Expertos analizan la clave de todas las crisis latinoamericanas.

Panama City Skyline mit Slum
Imagen: Reuters/C. Jasso

La desigualdad es casi un sello de América Latina, sin excepciones. Incluso en países que disminuyeron la pobreza, gracias al boom de las exportaciones de recursos naturales y la inversión en programas sociales, una minoría concentra la mayor riqueza y la gran mayoría de la población se reparte el pedazo más pequeño de la torta. "Hay una persistencia de las desigualdades extremas”, confirma a DW el politólogo Stefan Peters, director del Instituto Colombo-Alemán para la Paz (CAPAZ).

El coronavirus, con sus nefastos efectos en el crecimiento y el empleo, en una región marcada por la informalidad en el trabajo, ha evidenciado y profundizado aún más el problema. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pandemia aumentará en un 4,4% la pobreza en la región: se sumarán 28,7 millones, alcanzando un total de 214,7 millones de personas en situación de pobreza. Es decir, el 34,7% -uno de cada tres latinoamericanos- estará en esta categoría.

Paradójicamente, en el primer semestre de 2020 "la fortuna de los 73 milmillonarios de América Latina aumentó en 48.200 millones de dólares desde el comienzo de la pandemia”, según un informe de Oxfam. Desde marzo, la región vio surgir en promedio un nuevo milmillonario cada dos semanas.

"Hay una brecha entre la pobreza creciente y también la riqueza creciente. En muchos países de América Latina una elite económica está concentrando hasta un 40% o 50% de la riqueza. Es un desbalance económico y social muy fuerte que expresa la desigualdad”, dice a DW Hans-Jürgen Burchardt, director del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la Universidad de Kassel.

Es cierto que dentro de la región hay realidades diferentes: países en extremo desiguales, como Chile, y otros como Uruguay, donde la tenencia de la tierra es más igualitaria, hay un estado de bienestar más universalista y fuerte, y menos informalidad en el trabajo. Pero en términos generales ninguno sale bien parado.

Burchardt, quien también es codirector del Centro de Estudios Latinoamericanos Avanzados (CALAS), observa que "viendo el panorama global, la única zona que tiene los mismos niveles de desigualdad social y económica en el mundo son algunos países en el sudeste de África”.

¿Cuán desiguales?

"Al hablar de las limitaciones al desarrollo y la cuestión social, el foco está en la pobreza y en que no haya escasez de recursos. Pero en América Latina ese no es el problema; existen suficientes recursos. El problema es la desigualdad y la distribución, que al no ser equilibrada no permite llegar a desarrollos más profundos”, observa Burchardt.

Dentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el club de los más industrializados, los pocos países latinoamericanos miembros son los peor ubicados en cuanto a igualdad, según el coeficiente Gini.

"Este índice mide la distancia entre los más ricos y los más pobres en términos de ingreso, pero se podría calcular, por ejemplo, la desigualdad en el patrimonio, que seguramente sería peor que la de ingreso”, dice a DW Emmanuelle Barozet, socióloga de la Universidad de Chile e investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).

Casi todos los países latinoamericanos han logrado disminuir el índice Gini. Pero, según Peters, académico de la Universidad Justus Liebig, de Gießen, "si bien es una medición importante, hay que considerar otros indicadores, como riqueza, propiedad de la tierra y educación, que muestran que las elites han logrado mantener sus privilegios. En cada uno de estos factores, América Latina es la región más desigual, pero si consideramos todo junto, es mucho más”.

Stefan Peters.Imagen: imago/photothek/F. Gaertner

Una historia de inequidad

En las raíces de la desigualdad está el legado colonial, que hace que América Latina tenga la concentración más alta de propiedad de la tierra. En opinión de Peters, "junto con la desigualdad en la tenencia de la tierra, otro factor es el gran aumento de la informalidad en el trabajo y la pérdida de mano de obra industrial y, en tercer lugar, el sistema tributario”.

Burchardt apunta también al modelo económico: "Al explotar las riquezas naturales no se necesita mano de obra fuerte, ni calificación de trabajadores, ni demasiada inversión. Los Estados y los grupos económicos viven de eso y en muchos casos no necesitan concentrarse en el desarrollo del mercado interno, que es uno de los grandes problemas de la región”.

Detrás de logros como la inclusión en el mercado internacional, mayores ingresos y programas sociales, invariablemente aparece el modelo extractivista y la exportación de minerales, productos agrícolas o la ganadería. "Mientras no cambiemos esa mentalidad, que ahora también tiene una connotación con el cambio climático, nunca tendremos una sociedad más igualitaria y con el desarrollo social necesario para su progreso”, advierte Burchardt.

Cuando el sistema estatal, mal financiado, no ofrece buenos servicios públicos, los que tienen más optan mayoritariamente por salud y educación privadas, a donde se van los recursos, perpetuando el círculo vicioso.

La desigualdad se palpa en cada familia pobre, con bajos ingresos, malos servicios y viviendo en barrios marginales. Pero también en la clase media, endeudada por el consumo diario y el esfuerzo por educar a sus hijos y que, sin embargo, siguen teniendo ingresos, salud y pensiones muy inferiores a los de los más ricos. En el caso de la mujer, la situación es aún más desfavorable.

En Chile, la cuestionada constitución política -hoy en proceso de cambio- ha institucionalizado la desigualdad: "Es el país con el ajuste neoliberal más eficiente. La privatización de los servicios sociales es tan fuerte, que no solo ha creado descontento, sino la desesperación de los sectores más pobres y buena parte de la clase media, lo que es una de las raíces de las protestas del último año”, afirma Burchardt.

El mismo sentimiento es compartido en otros países de la región, donde la población ha salido a la calle a exigir mejores condiciones de vida en una ola de manifestaciones que recorre el continente.

¿Es posible terminar con las desigualdades?

No hay fórmulas automáticas ni soluciones rápidas. "Es necesario crecer para igualar e igualar para crecer. La superación de la pobreza no exige solamente crecimiento económico; este debe estar acompañado por políticas redistributivas y políticas fiscales activas”, señala un informe de CEPAL.

Hans-Jürgen Burchardt.Imagen: DW/E. Romero

El desafío que enfrenta América Latina, dice Burchardt, es que "en vez de concentrarse en los recursos naturales y el mercado externo, las elites debieran invertir en sus mismos países. Mejorar la productividad laboral dará nuevas posibilidades de desarrollo, y permitirá la redistribución de la riqueza”.

La meta no es solo disminuir la pobreza. "En Chile, esta afectaba al 45% de la población hacia fines de la dictadura y cayó a alrededor del 20%. Pero para bajar la desigualdad hay que aumentar los sueldos, que en Chile son bajísimos: la media del ingreso para un hogar es cercana a la línea de la pobreza. Y el ingreso mínimo está cerca de los 310 mil pesos (unos 350 euros)”, observa Barozet.

Junto con mejorar el salario mínimo, Peters apunta a "reducir la informalidad, que es una máquina que reproduce las desigualdades, y subir impuestos, para permitir la redistribución. En América Latina los que tienen no pagan o pagan relativamente poco. Pero no solo la elite, nadie quiere pagar impuestos”. Un ajuste tributario permitiría obtener los recursos para invertir en políticas sociales y nivelar las oportunidades para todos.

Otro debate pendiente es el del gravamen a las grandes fortunas. "El impuesto al patrimonio en la región corresponde en promedio al 1,8% del PIB regional y en los países de la OCDE es más del 8%. Es decir, en América Latina si soy un súper rico casi no pago impuestos y no estoy responsabilizándome por el desarrollo del país”, indica Burchardt.

En ese sentido, el impuesto a la riqueza aprobado en Argentina para enfrentar la crisis por la pandemia podría abrir un debate regional sobre el tema. "Sería bueno un poco de solidaridad y podemos esperar que haya presión para cambiar el pacto distributivo, pero sabemos que las elites son muy elusivas para repartir los frutos del crecimiento”, advierte Barozet.

Para promover desarrollo e igualdad, no hay que enfocarse solo en la pobreza, propone Burchardt, sino también "entender de qué manera actúa la riqueza, cuáles son sus mecanismos de reproducción, cómo crece y se queda en las mismas familias”. Esto podría dar luz sobre la parte menos estudiada del problema y nuevos caminos para disminuir las desigualdades.

(ers)

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