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América Latina sedienta: los estragos de la sequía

24 de agosto de 2022

Mientras en Europa descienden los caudales de los principales ríos, América Latina siente el impacto de la ausencia, cada vez más prolongada, de precipitaciones en diversas regiones. ¿Qué hacer?

La reserva de Runge, en Chile, sin agua.
La reserva de Runge, en Chile, ya no tiene agua.Imagen: Ivan Alvarado/REUTERS

Las cifras hablan por sí solas: de acuerdo con un estudio del Observatorio Global de la Sequía, comparando el período 2011-2020 con el de 1981-2010, las cantidades promedio de precipitación se han reducido entre un 30% y un 90% en el este de Brasil, las costas de Venezuela, Ecuador y Perú, y el sur de Chile y Argentina.

La escasez de agua en diversas partes de la región obedece a la disminución de glaciares y a las sequías. Un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), publicado en julio pasado, indica que se ha registrado una pérdida de superficie de los glaciares del 30% en los Andes tropicales, y 50% en Perú, en comparación con 1980.

La larga sequía chilena

Por otra parte, la intensa sequía en el sur de la Amazonía y la región del Pantanal fue la peor de los últimos 50 años. También hubo déficits de precipitaciones en la región del Caribe. Pero Chile está a la cabeza de la crisis hídrica en la región por la sequía en la zona central del país, la más prolongada de América Latina y el Caribe en mucho tiempo.

"En Chile hablamos de una 'megasequía', que se prolonga ya por 13 años, aunque ha tenido ciertas ventanas de lluvia”, dice a DW Gabriel Mancilla, director ejecutivo del Centro del Agua para Zonas Áridas y Semiáridas de América Latina y el Caribe (CAZALAC), con sede en la ciudad chilena de La Serena. Explica que, a nivel latinoamericano, se observan en general procesos habituales de sequía, aunque más exacerbados en términos de intensidad, y no tanto de frecuencia. Sin embargo, "los impactos son cada vez más intensos, principalmente por la mayor demanda de agua”.

Regadío ineficiente

La prolongada sequía en las cuencas del Paraná y del Río de la Plata afectó principalmente las cosechas de maíz y soja. Entre 2020 y 2021, el cultivo de cereales descendió un 2,6% en América Latina en comparación con la temporada anterior, según el informe de la OMM.

Los cultivos de soja en Argentina se han visto afectados por la escasez de agua.Imagen: Sebastian Pani/AP/picture alliance

"Lo básico es utilizar bien el agua que está disponible”, afirma Mancilla. Y hace notar que, si bien los rangos de eficiencia en el uso del agua han ido aumentando, sigue habiendo pérdidas del orden del 40, 50 o hasta el 60 por ciento. "Es probable que, si mejora el riego, especialmente en la agricultura, esos déficits se aplaquen. Nosotros hemos hecho algunos cálculos, según los cuales, si logramos una eficiencia de riego de un 90 por ciento, podríamos reducir en un porcentaje muy importante los déficits de agua, aproximadamente en un 80 por ciento, por lo menos en Chile”, indica.

Los cambios que se vienen

Sin embargo, eso no sería suficiente para cubrir la brecha, que amenaza con aumentar, debido a la creciente demanda de agua. Por eso, se buscan sistemas alternativos, como la desalinización de agua de mar, que ya se emplea en la minería. También el uso de aguas residuales, debidamente tratadas, podría ofrecer algo de ayuda. Esos son los dos métodos más seguros y con mayor probabilidad de éxito, a juicio de Mancilla. Pero también habrá que repensar, por ejemplo, la planificación urbana. "Se requiere modificar las normas de construcción, en el sentido de que incluyan en lo posible sistemas de recirculación de agua, y se necesita una planificación mayor, que implica costos y desafíos de consideración”, indica el director de CAZALAC.

Los gobiernos de distintos países de la región ya están generando programas para hacer frente a las sequías. Porque una cosa está clara: el cambio climático agravará el problema. "Efectivamente, en las zonas en que la sequía golpea más fuerte, como en partes de Chile, Perú, Argentina, Brasil y México, principalmente, se prevé que las lluvias declinen en cuanto a su cantidad anual y, lógicamente, que las temperaturas aumenten. Con esto va a haber mayor evapotranspiración y, por lo tanto, el suelo va a estar más seco. Y esto va a hacer que se requiera un riego mayor”, señala Mancilla, advirtiendo que "en todo caso, el balance va a ser negativo”.

(cp)

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