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Aprender de la crisis de Cataluña

Barbara Wesel
16 de octubre de 2017

Sigue el juego del ratón y el gato entre Madrid y Barcelona. Mientras tanto, opina Barbara Wesel, Europa debería aprender la lección.

Flaggen EU Spanien Katalonien
Imagen: picture-alliance/Robert Harding

El ambiente en Barcelona es el de la mañana que sigue a una noche de fiesta. Hay una resaca política y un sentimiento de desconcierto. Se han visto peleas callejeras con la policía y manifestaciones de carácter profundamente emocional a favor y en contra de la independencia. ¿Pero qué pasa ahora? El jefe del Ejecutivo catalán, Carles Puigdemont, no está a la altura de la situación y juega a ganar tiempo, pero Madrid permanece irreconciliable y mantiene la sartén por el mango.

La escalada es una advertencia

El movimiento proindependencia en Cataluña se ha propagado desde octubre como un fuego fuera de control. El Gobierno regional de Barcelona ha avivado las llamas, calculado al milímetro la brutal confrontación con la policía, y ha azuzado las emociones recurriendo a todas las herramientas de la demagocia. El objetivo era provocar la mayor crisis posible y lo logró. Mucho de lo que Carles Puigdemont y los suyos alegan es absurdo: el Gobierno de España no puede compararse con el fascismo, y no hay ningún derecho fundamental a la independencia.

Otros gobiernos europeos deberían analizar cómo la situación en Cataluña se ha descarrilado y aprender de ello. No sirve de nada ignorar a otras corrientes populistas y dejar que sus demandas se estrellen contra la pared. Eso solo da alas a la narrativa de los oprimidos y los olvidados, que afirman que deben tomarse la justicia por su mano e imponer su derecho a cualquier precio. El inmovilismo de Mariano Rajoy ha fortalecido a los secesionistas, que antes eran poco más que un movimiento minoritario. En ese sentido, Reino Unido jugó sus cartas de forma más inteligente y democrática en el caso de sus escoceses rebeldes.

¿Cuál es el papel de Europa?

No está claro de dónde viene una convicción tan poco realista, pero los partidarios de la independencia en Cataluña creen firmemente que Europa vendrá en algún momento en su ayuda. Se trata de un error de cálculo sorprendente, pues la Unión Europea está construida sobre la constitucionalidad en el sentido más estricto. Y sus signatarios son los Estados nacionales existentes. Por lo tanto, no hay en absoluto interés por parte de la UE de apoyar de cualquier forma a los secesionistas. Y ningún representante de Bruselas actuará como mediador en una situación como esta; eso es impensable.

Pero la crisis catalana también esconde una lección para los líderes de la UE: el populismo, en sus diferentes formas, está aquí y ha venido para quedarse. Ahí están los resultados de las elecciones en Austria para demostrarlo. Y por desgracia no es el único caso: también en el plano europeo debería desarrollarse un sistema de alerta temprana para poder evitar imágenes como las de la violencia policial en Cataluña.

Se trata de hacer uso del llamado "poder blando” (soft power) europeo y, a puerta cerrada, apelar a la conciencia de los Gobiernos nacionales: siéntense en la mesa de negociaciones antes de que comience la escalada, antes de que todos los implicados queden tan mal que se alcance un punto de no retorno. En caso contrario, movimientos como el catalán o las corrientes populistas de todo tipo, desde la islamofobia hasta el "brexit", pueden poner en peligro la continuidad de la Unión Europea. En días como estos sería una buena opción ocupar las barricadas, antes de que trepen a ellas los populistas, y hablar con paciencia sobre soluciones negociadas. Son grandes días para los diplomáticos, que tienen la oportunidad de demostrar a jornada completa sus habilidades.

Autora: Barbara Wesel (EAL/ER)

 

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