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Ardua reconciliación

1 de noviembre de 2002

El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Joschka Fischer, se esfuerza por limar las asperezas en las relaciones germano-estadounidenses, durante su viaje a Washington. Pero la reconciliación no parece tan fácil.

Joschka Fischer y su colega estadounidense, Colin Powell.Imagen: AP

Antes de emprender viaje, Joschka Fischer proclamó a los cuatro vientos que las relaciones entre Berlín y Washington son "buenas y estables". En la Casa Blanca se tiene una visión algo diferente del asunto. Ya al concluir la campaña electoral alemana, el gobierno estadounidense hizo notar que los deslices de algunos políticos germanos no se olvidarían con tanta facilidad.

El análisis de Kissinger

Y al parecer así es. Quien haya leído el sábado la prensa de Washington, se habrá sorprendido con el análisis que efectúa nada menos que el ex secretario de Estado Henry Kissinger, quien cree ver en la coalición de gobierno alemana un retorno a la política de gran potencia del viejo imperio germano. Puede que sea una exageración. Pero, de facto, las irritaciones en las relaciones germano-estadounidenses tienen motivos más profundos y probablemente persistirán, pese a los esfuerzos desplegados por Fischer.

La tan citada comunidad transatlántica de valores se ha convertido en parte en mera retórica. Alemania ya no está dispuesta a compartir a cualquier precio las interpretaciones estadounidenses de asuntos como la libertad. Como lo demuestran las divergencias en torno al tema de Irak, gran parte de la opinión pública alemana no cree que un dictador como Saddam Hussein pueda poner en peligro la libertad del mundo occidental.

Cuestión de imagen

La preservación de la paz adquiere aquí un valor más alto, en comparación con la postura moral de Washington que, con miras a una eventual guerra contra Irak, habla simultáneamente de la liberación de un pueblo oprimido.

La imagen que actualmente se tiene de Estados Unidos en Alemania se ve marcada tanto por la práctica estadounidense de la pena de muerte, la cultura de la comida chatarra y el supuestamente belicoso Pentágono, como por la estatua de la libertad o el recuerdo del Plan Marshall.

En Estados Unidos, por su parte, ya no se ve en los alemanes sólo a los nietos de aquellos que fueron liberados de las garras de Hitler, sino también al producto blandengue de un estado de bienestar social, que se quiere conservar aún a costa de una decreciente capacidad defensiva.

Signo contrario

Significa eso que, como piensa Kissinger, Alemania se ha autoaislado en el plano de la política exterior o incluso está en vías de regresar a la política de gran potencia de la era Guillermina? De ningún modo. El punto determinante es que Alemania y Estados Unidos se han distanciado en el aspecto sociopolítico. La dureza de las críticas contra Bush durante la campaña electoral germana no es más que un reflejo de ello.

Actualmente gobiernan en Washington y Berlín dos equipos de signo ideológico contrario. Para la generación marcada por el movimiento estudiantil del 68, a la que pertenece Fischer y, en un sentido más amplio también Gerhard Schröder, Estados Unidos jamás fue un gran modelo. Pero la amistad entre dos países no depende de ello. Los gobiernos vienen y van, a ambos lados del Atlántico. El diálogo germano estadounidense proseguirá, aunque se mantengan posiciones divergentes. Y, desde este punto de vista, el viaje de Fischer ha tenido éxito.

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