Pueblos indígenas de Argentina y expertos en la temática advierten sobre este mito que “invisibiliza a los pueblos originarios”.
Publicidad
Irma Caupan tiene un hablar pausado y un trato amable. Es lúcida y serenamente locuaz. Nació en la Patagonia argentina, y es miembro del pueblo indígena mapuche.
A la hora de presentarse, elige comenzar así: "Soy Irma Caupan, de la nación mapuche. Nací en un país fundado sobre un genocidio indígena”. Y entonces uno sabe que no dará rodeos ni echará mano a eufemismos para expresarse.
"Si bien existimos y somos más de 36 naciones indígenas a lo largo de todo el territorio hoy llamado Argentina, que luchamos, tenemos nuestras lenguas, cosmovisiones, comunidades e identidad, somos totalmente invisibilizados, tanto por el Estado como por la sociedad”, continúa la integrante del "Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir”, en diálogo con DW.
Y lo que Irma Caupan sabe por experiencia propia, encuentra correlato en los análisis de los expertos en la materia.
"La forma en la que se consolida este genocidio tiene que ver con la propia construcción del Estado nación desde finales del siglo XIX, que definió qué sujetos son legítimos y cuáles no”, afirma Marcelo Musante, sociólogo e integrante de la "Red de investigadores en genocidio y política indígena en Argentina”, consultado por DW.
¿Argentina, la Europa de Sudamérica?
"En esa construcción blanca y europea, los sujetos indígenas van a ser vistos como extranjeros en sus propios territorios”, indica el investigador.
"Las imágenes que aún hoy se repiten, de que 'Argentina es un país sin indios', y de que 'todos los argentinos descendemos de los barcos' tienen que ver con esos discursos instalados para borrar a los pueblos indígenas”, sostiene Musante.
Pero existe, además, otro aspecto: "No hay un horizonte que habilite reinvindicarse como miembro de un pueblo indígena”, complementa Mariano Nagy, profesor y doctor en historia. "El miedo y la discriminación hacen que no resulte conveniente”, completa.
En palabras de Caupan: "El racismo instaurado hace que no nos reconozcamos como indígenas, aunque los cuerpos y la piel griten que lo somos”.
Y así, aun cuando el último censo oficial nacional da cuenta de la existencia de casi un millón de personas integrantes de los pueblos originarios, el mito de un país sin población indígena sigue vigente.
Publicidad
Si no existen, no tienen derechos
Las consecuencias de esta falsa creencia son de variado tipo: "Estos discursos generan serios problemas en el presente, porque, si no hay indígenas, si solo están en el pasado, entonces las políticas públicas no los incluyen, ni consideran a las comunidades como interlocutores válidos”, sostiene Musante.
"Y, si aparecen ocupando el espacio público por alguna demanda, son visibilizados como 'salvajes', 'extranjeros', o 'terroristas', agrega el sociólogo.
Y estos preconceptos se instalan de múltiples maneras en el imaginario social. Cuando un niño juega de manera bruta, se dice que juega "como un indio”.
Así las cosas: "Ser indígena en Argentina es lo peor que te puede pasar”, sostiene la integrante del pueblo mapuche Moira Millán, en un reciente informe de la radio pública argentina RAE - Radio Nacional, al comparar la situación de los pueblos originarios en el país con la de los otros de la región.
"No somos reconocidos desde nuestra cultura y nuestros saberes ancestrales. Por ser indígenas se supone que tenemos que ser pobres, sin acceso a territorio, a la salud o a la educación”, puntualiza Caupan.
Efectivamente: "Una de las mayores problemáticas de las comunidades indígenas en nuestro país tiene que ver con la propiedad de la tierra; el Estado tiene serias limitaciones cuando se trata del reconocimiento de la propiedad comunitaria indígena”, analiza Musante.
Lo que deja la pandemia
Y la pandemia no ha hecho sino agravar el cuadro. Junto a un equipo de investigadores, Nagy relevó las consecuencias de la actual situación sobre estas comunidades. Consultado por DW, no duda en afirmar: "El impacto ha sido tremendo”.
Y se explaya: "La crisis económica profundizó ciertas cuestiones y creó o puso de manifiesto otras, como por ejemplo, la falta de acceso al agua, a la salud, a la educación, o a la conectividad en zonas rurales”.
"Y también, y muy especialmente, el incremento de la discriminación y el racismo en parte de la sociedad, que en muchos casos se tradujo en actos represivos por parte de las fuerzas de seguridad contra estas comunidades, como si los 'indios infectados' fueran a contagiar al resto de la población”, indica Nagy.
En tanto, Irma Caupan, esta mujer mapuche de voz pausada y gesto amable, reflexiona: "El Covid 19 ha dejado demostrado que el sistema que rige a estos Estados atenta contra la memoria ancestral de los territorios y contra nuestra espiritualidad e identidad”.
"Tenemos que escuchar a la tierra que clama, y cada uno de nosotros somos sus voceros”, concluye e invita a la vez.
La diversidad de los pueblos indígenas en América Latina
Según datos de UNICEF, en América Latina existen actualmente 522 pueblos indígenas. México, Bolivia, Guatemala Perú y Colombia aglutinan el 87% de los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe.
Imagen: Christopher Pillitz
Amazonia, fuente de diversidad
Según el Atlas Sociolingüístico de Pueblos Indígenas en América Latina de UNICEF, la Amazonia es la región con mayor diversidad de pueblos indígenas (316 grupos), seguida por Mesoamérica, la cuenca del Orinoco, los Andes y la región del Chaco. Brasil (foto) es el país con más diversidad de pueblos indígenas con un total de 241. Colombia es el segundo con (83), seguido por México (67) y Perú (43).
Imagen: DW/T. Fischermann
Diversidad de pueblos y lenguas
Cinco pueblos agrupan varios millones de personas: Quechua (foto), Nahua, Aymara, Maya yucateco y Ki'che; y seis aglutinan entre medio y un millón de habitantes: Mapuche, Maya q'eqchí, Kaqchikel, Mam, Mixteco y Otomí. Cerca de una quinta parte de los pueblos indígenas perdió su idioma nativo en las últimas décadas. De 313 idiomas indígenas, el 76% es hablado por menos de 10.000 personas.
Imagen: picture-alliance/Robert Hardin
Cada vez más urbanos
Aunque más del 60% de la población indígena de Brasil, Colombia, Ecuador, Honduras y Panamá todavía vive en zonas rurales, más del 40% de la de El Salvador, México y Perú reside en áreas urbanas. En Chile (foto) y Venezuela, la población que vive en ciudades supera el 60% del total. Éstos tienen 1,5 veces más acceso a electricidad y 1,7 veces más acceso a agua corriente que los de zonas rurales.
Imagen: Rosario Carmona
Conviviendo con la pobreza
Según un informe del Banco Mundial, la pobreza afecta al 43% de los hogares indígenas, más del doble de la proporción de no indígenas. El 24% de todos los hogares indígenas vive en condiciones de pobreza extrema, es decir 2,7 veces más que la proporción de hogares no indígenas. En 2011, en Guatemala, tres de cada cuatro habitantes de zonas con pobreza crónica pertenecían a un hogar indígena.
Imagen: picture-alliance/Demotix
Educación superior: un privilegio para muy pocos
El reporte del Banco Mundial 'Latinoamérica indígena en el siglo XXI' apunta que la finalización de estudios primarios entre indígenas urbanos es 1,6
veces mayor que entre los que habitan en zonas rurales, mientras que los que terminan la educación secundaria es 3,6 veces mayor y los que cursan estudios superiores es 7,7 veces mayor. El acceso a la universidad es un privilegio para muy pocos.
Imagen: Uskam Camey
Brecha digital: exclusión social
A pesar de la aparente familiaridad de este miembro de la tribu Kayapó (Brasil) con la tecnología, los miembros de pueblos indígenas no se han beneficiado de su masificación. Estos tienen cuatro veces menos acceso a internet que los no indígenas en Bolivia y seis veces menos acceso en Ecuador. Asimismo, los indígenas tienen la mitad de acceso a un computador que los no indígenas en Bolivia.
Imagen: AP
Implicados en la vida política
Los pueblos indígenas participan activamente en la vida política de sus comunidades, ya sea a través de parlamentos locales o nacionales, en los municipios o a nivel estatal. Sus líderes están involucrados en partidos políticos nacionales o han creado sus propios partidos. Así, existen partidos indígenas muy influyentes en Bolivia y Ecuador, pero también en Venezuela, Colombia y Nicaragua.
Imagen: Reuters/J. L. Plata
Empoderamiento ciudadano
Con una población de más de 800.000 habitantes, principalmente de origen aymara (foto), El Alto (Bolivia), comenzó a organizarse en juntas vecinales. A través de éstas, exigieron tener acceso a sus propios recursos financieros y ejercer control sobre ellos. Las Juntas se crearon con el objetivo de que éstas planificaran, financiaran y construyeran infraestructura básica y proporcionaran servicios.
Imagen: picture-alliance/dpa/EPA/BOLIVIAN INFORMATION AGENCY
Protección vulnerada
Cerca del 45% de cuenca del Amazonas está protegida en el marco de diversas formas legales. A pesar de que 15 de los 22 países de la región han ratificado el Convenio Nr. 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a menudo se vulnera el proceso de Consentimiento Libre, Previo e Informado (CLPI) que pretende garantizar su participación en cambios que pueden afectar su estilo de vida.
Imagen: Survival International
Indígenas en el punto de mira
Los representantes de pueblos indígenas son víctimas de criminalización y hostigamiento y suelen sufrir amenazas, violencia e incluso la muerte al posicionarse en contra de la instalación de grandes infraestructuras en su territorio. En la fotografía, miembros de las comunidades indígenas en contra del proyecto hidroeléctrico Las Cruces, ubicado en el río San Pedro Mezquital, en Nayarit (México).
Imagen: AIDA/C. Thompson
Minería: fuente de conflictos
La minería también es una amenaza para los pueblos indígenas y provoca migraciones y conflictos. Se calcula que una quinta parte de la cuenca amazónica tiene potencial minero: 1,6 millones de kilómetros cuadrados, 20% de los cuales están en tierras indígenas. La extracción ilegal de oro también se ha propagado en la región, provocando deforestación, contaminación de los ríos y violencia.
Imagen: Jorge Mario Ramírez López
Defendiendo el territorio
Los Munduruku (foto), que cuentan con una población de entre 12.000 y 15.000 personas que viven en la orilla del río Tapajós, en los estados de Pará, Amazonas y Mato Grosso (Brasil), sufren el peligro de ambas actividades. Durante tres siglos, han tratado de demarcar oficialmente su territorio, una área de 178.000 hectáreas amenazado por actividades de extracción y proyectos hidroeléctricos.
Imagen: DW/N. Pontes
Socios clave en la lucha contra el cambio climático
El reconocimiento y la protección de los territorios indígenas es una estrategia eficaz para prevenir la deforestación y combatir el cambio climático. Entre 2000 y 2012, la deforestación en la Amazonia brasileña fue de 0,6% dentro de los territorios indígenas protegidos legalmente, mientras que fuera llegó al 7%, lo que produjo 27 veces más emisiones de dióxido de carbono.
Imagen: Ádon Bicalho/IPAM
Los grandes desconocidos
Algunas comunidades indígenas siguen negándose a tener contacto con el mundo exterior y viven en áreas aisladas, usando lanzas y dardos envenenados para cazar monos y aves. Es el caso de los Waorani (foto) que viven en la selva amazónica, en Ecuador. En las últimas décadas, muchos de ellos han pasado de vivir como cazadores a asentarse en el Parque Nacional Yasuní.
Imagen: AP
Contacto mortal
Lamentablemente algunos de los que han sido contactados han sufrido las consecuencias. Los indígenas matsés o “mayorunas” que viven en la ribera del río Yaquerana, en la frontera entre Brasil y Perú, conocidos como “el pueblo del jaguar" (foto) fueron contactados por primera vez en 1969. A raíz de este encuentro muchos murieron por enfermedades como tuberculosis y hepatitis.