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Arno Breker: ¿sólo decorador de la barbarie nazi?

Mirra Banchón20 de julio de 2006

Una retrospectiva de Arno Breker, escultor favorito de Hitler y ejecutor de sus ideas estéticas, divide a artistas e intelectuales, haciendo reverberar una delicada discusión histórico-cultural de Alemania.

"Herido", de Arno BrekerImagen: picture-alliance/dpa/lbn

"No fue un artista que se equivocó, que fue más oportunista que otros. No. Fue alguien que se hizo culpable, también con su arte. Fue un decorador de la barbarie", así el juicio que sobre Arno Breker maneja el presidente de la renombrada Academia de las Artes de Berlín, Klaus Staeck, quien se opone a que se le dedique una exposición. Sin embargo, lo que pretende su curador, Rudolf Conrades, no es ensalzarlo sino revisar el arte en el Tercer Reich. "La República Federal de Alemania se encuentra madura para ello", opina Conrades quien ha tenido que enfrentar duras críticas e inculpaciones e, incluso, cartas colectivas de artistas pidiendo que se cancele la retrospectiva. O sea, mucho revuelo público por un tema, que una y otra vez, toca las fibras germanas más sensibles.

Una vida en pos de la belleza

Los biógrafos menos críticos de Breker lo ven como un esteta plástico desde la cuna. Arno Breker nació en la renana Elberfeld en 1900, como hijo de un maestro labrador de piedra, de quien aprendió el primer oficio. Su formación en escultura y arte en Dusseldorf lo pusieron tempranamente en contacto con la obra de Rodin y Miguelangel; su posterior estudio de Arquitectura lo lleva a conocer a Walter Gropius y a Paul Klee en Weimar. Sobresaliente alumno, Breker comienza rápidamente a recibir encargos. Un busto del gran expresionista alemán Otto Dix está entre sus primeras obras conocidas.

París, el centro de la plástica europea, lo atrae hacia finales de los años 20. Personajes prominentes como Aristide Maillol, Robert Delaunay, Jean Cocteau, Alexander Calder, Constantin Brancusi o Man Ray están entre su grupo de amigos.

Bustos de El Sadat, Arno Breker y Jean Cocteau. Rudolf Conrades, curador de la exposiciónImagen: picture-alliance/dpa

Entre las elaboradas superficies de August Rodin y las piedras lisas de Brancusi, Breker busca su estilo. Con gran capacidad para sintetizar, desarrolla una textura propia en los bustos y los torsos que empiezan a caracterizarlo y a hacerlo famoso. En 1933, la ascensión al poder de los nacionalsocialistas lo sorprende todavía en la ciudad luz, atravesando un período clasicista.

La puerta al poder

En 1934, Breker vuelve a Alemania, a Berlín. Max Liebermann es su puerta de entrada. A exposiciones individuales y colectivas y encargos de grandes esculturas, sigue su participación en la Exposición de Arte Olímpico de Berlín, en donde "La ganadora" y los "Diez luchadores" le hacen acreedor a la medalla de plata. Y conoce a Adolf Hitler.

Entre este primer encuentro en 1936 y el regalo que Hitler le hace por sus cuarenta años –el castillo de Jäckelsbruch-, Breker ingresa al Partido Nacionalsocialista y realiza esculturas musculosamente monumentales por encargo del régimen. Hasta 1944 colabora estrechamente con Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich, bajo cuyo mandato, se fundan los "Talleres de escultura de Arno Breker", encargados de realizar los arios cuerpos torneados que requería la demente ideología nazi. En esos talleres laboraron forzosamente, entre 1941 y 1942, artistas prisioneros de guerra.

El precio del pasado

Acabada la guerra, el taller y mucho de la obra de Arno Breker fueron destruidos, y sus propiedades confiscadas. En 1948 fue uno de los pocos artistas en ser juzgados por su colaboración con los nazis. Por el atenuante de haber intercedido durante el régimen hitleriano a favor de Pablo Picasso y del editor Peter Suhrcamp, su condena fue mínima.

Si bien su nombre nunca perdió el cuño de "artista nazi", no fueron pocas ni insignificantes las obras que produjo hasta su muerte en 1991, a causa de una gripe. Bustos de los cancilleres Konrad Adenauer, en 1979, y Ludwig Erhard, en 1973, se encuentran entre ellas. Así, mientras que unos descalificaban su arte, para otros –Salvador Dalí entre ellos- seguía siendo el gran artista plástico de Alemania.

Exhibir o no exhibir a Breker

La polémica en torno a Arno Breker plasma, en resumen, lo complejo de las relaciones entre el arte y la política, y la dificultad de una lectura del arte como arte puro. Que Adolf Hitler veía en la plástica y la pintura un espacio de expresión de su ideología y su poder no era secreto, a más tardar desde 1937 cuando en la exposición Arte degenerado se descalificó y confiscó buena parte de la obra de los más grandes expresionistas alemanes. Por ello, la declaración Breker en 1981, respecto a que había servido a un régimen de cuyo "crimen e inhumanidad no era consciente", resulta francamente imposible de creer.

Lejos de juicios o lapidaciones, uno de los sumos sacerdotes de la cultura alemana, el premio Nóbel Günter Grass, ha puesto los puntos sobre las íes: la exposición debe tener lugar porque ofrece un espacio para la elaboración de la historia alemana, podría esclarecer e informar. "Cuando empezó, Breker tenía talento sin duda alguna, pero como tantos otros artistas e intelectuales se dejó corromper por los nacionalsocialistas. Cómo sucedió - ésa es la cuestión a cuya respuesta quizá esta exposición podría aportar".

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