Aumenta la violencia contra la policía
16 de febrero de 2014 En algunos países de América Latina, la policía tiene tan mala reputación que hasta se le percibe como un factor determinante –por acción, no sólo por omisión– cuando se analizan las causas del incremento en los índices de violencia. Ese es el caso de Honduras, por ejemplo, donde tuvieron lugar 92 asesinatos por cada 100.000 habitantes en 2011. De ahí que el Gobierno de Porfirio Lobo propusiera purgar a la policía nacional de los agentes ligados al crimen organizado, así hubiera que someterlos a todos al “detector de mentiras”.
Pero la noción de que “el policía es tu amigo” también ha dejado de tener vigencia en otras latitudes. Como muestra, un botón o dos: en Estados Unidos, los agentes del orden dejaron de ser exaltados por la cultura hollywoodense para convertirse en objeto de desprecio de la contracultura y hasta del hip hop más mainstream: el ubicuo eslogan “Fuck the police!” tiene más de veinte años en circulación. Y en Alemania, los casos de agresiones físicas contra los agentes se han multiplicado con el paso de los años.
Citando las estadísticas anuales de la policía criminal, la asociación civil “No a la violencia contra los policías” asegura que el número de ataques ascendió de 53.000 en 2011 a alrededor de 60.000 en 2012. Eso implica que, en promedio, los agentes son agredidos 165 veces al día en territorio germano. Todos los días. Norbert Spinrath, un diputado socialdemócrata que sabe lo que acontece en el ámbito policial desde 1974, siente que se ha perdido el respeto por la autoridad de los uniformados. Markus Vogt lo secunda.
Vogt es un policía de 40 años que vive en Renania-Palatinado. “La gente se ha vuelto individualista e indiferente”, comenta el agente. A sus ojos, muchos olvidan por completo que cuando agreden a un uniforme están lastimando a la persona que lo porta. En su candidez, el argumento de Vogt es relevante porque obliga a preguntar qué ven en el uniforme quienes no simpatizan con ellos. En Alemania, la imagen de los policías no suele verse empañada por la sospecha de corrupción, en el sentido estricto del término.
Malas experiencias y prejuicios arraigados
Pero vivencias y prejuicios determinados han dejado huellas profundas en diferentes sectores de la sociedad germana, y estos pueden llegar a deshumanizar la figura del policía o a convertirlo en la encarnación del enemigo. No todos los agentes del orden carecen de educación o empatía; no todos son racistas, xenófobos, sexistas, homófobos o islamófobos; no todos gravitan hacia la ultraderecha ni se exceden en el uso de la violencia ni abusan de sus prerrogativas en nombre de la seguridad. Sin embargo, esas creencias se han generalizado.
A ellas se suman las malas experiencias de ciudadanos o grupos sociales con los gendarmes, casos de mayor o menor gravedad que pasan de boca en boca. Por ejemplo, inspecciones de documentos de identidad que deberían realizarse de manera aleatoria, pero que en realidad afectan desproporcionadamente a personas de piel oscura –una práctica ilegal defendida por el sindicato de los policías– o los homicidios cometidos impunemente por terroristas neonazis, que hicieron menguar la confianza de los inmigrantes en las autoridades.
Aunque estos incidentes no justifican la creciente violencia de la que vienen siendo víctima los agentes policiales desde hace unos años, ellos pueden ayudar a explicar la hostilidad que experimentan en su labor diaria. “Mi generación se esmeró en criar a sus hijos para que fueran cultos y tuvieran confianza en sí mismos. Pero ese experimento salió mal en muchas ocasiones”, sostiene Spinrath, lamentando que, en su opinión, los jóvenes de hoy no aprecien lo que los profesionales de la seguridad hacen a favor del bien común.
En las palabras de Spinrath se deja entrever también una sutil crítica a la formación antiautoritaria que muchos alemanes han recibido a más tardar desde 1968. ¿Fue un antiautoritarismo exagerado o mal entendido el que condujo a los recientes tumultos de Hamburgo, en donde 120 policías resultaron heridos? El 21 de diciembre de 2013, una manifestación en contra del desmantelamiento del centro cultural de izquierda Rote Flora terminó en fuertes disturbios. “Es la primera vez en mucho tiempo que veo una agresividad así”, comentó un vocero de la policía hamburguesa.
¿Es la “zona de peligro” una solución?
No obstante, las versiones sobre quién atizó los actos de violencia difieren diametralmente. Andreas Beuth, abogado y portavoz del centro Rote Flora, acusó a las fuerzas de seguridad de Hamburgo de presentarse como víctimas cuando fueron ellas quienes provocaron a los manifestantes, 440 de los cuales resultaron heridos. Beuth también le reprochó a la policía el haber tergiversado el desarrollo de otro enfrentamiento ocurrido una semana más tarde, cuando un grupo de encapuchados atacó la famosa comisaría de la Reeperbahn, la Davidwache.
Pese a la falta de claridad de los hechos, el periodista Andreas Hallaschka se sintió motivado a crear un grupo en Facebook llamado “Solidaridad con los funcionarios de la Davidwache”. En pocos días, el grupo contaba con más de 50.000 miembros. “Ahora que existe un foro en Facebook para discutir sobre las agresiones contra los policías queda claro que no estamos dispuestos a tolerar esa situación”, señala Hallaschka. En el otro extremo de esta polarizada disputa también se hallaron formas pacíficas de atraer la atención hacia lo que muchos consideran los “excesos” de la policía.
Para protestar contra la decisión de las autoridades de Hamburgo de restringir las libertades civiles, creando una “zona de peligro” en tres barrios céntricos de la ciudad –un ámbito en donde la policía tenía permiso para revisar o detener sin motivo explícito a cualquier transeúnte–, un grupo de manifestantes libró una guerra de almohadas en la Reeperbahn. La medida policial sólo duró diez días, pero en ese lapso se hicieron 990 registros y varios jóvenes entrevistados por la prensa se quejaron de haber sido registrados varias veces en un mismo día.
Las autoridades policiales argumentaron que la medida cumplió su objetivo: proteger a sus agentes de ataques e impedir que se cometieran delitos graves. Lo que está por verse es si esa es la mejor manera de reducir la animosidad que los uniformados inspiran.