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Bayreuth para principiantes

1 de agosto de 2011

Bayreuth es el lugar de peregrinación de los amantes de Wagner. Llegar al festival cuesta mucho. ¿Cómo lo percibe alguien que llega por primera vez y por casualidad? Una periodista cuenta su experiencia personal.

Festival de Bayreuth 2011.Imagen: Bayreuther Festspiele GmbH / Enrico Nawrath

Las entradas para el festival de Richard Wagner en la bávara Bayreuth no pueden ser adquiridas sin más, ni solicitándolas por anticipado ni en la boletería. Si no se pertenece a la lista de los vips o a la del patronato, a veces tienen que pasar años antes de que se logre conseguir un ticket. Por años me negué a formar parte del rito, hasta que, por alguna feliz casualidad, han llegado a mí dos entradas para la prensa. Así que, ¡adelante, hacia la Colina Verde de Bayreuth!

Obertura

La primera pregunta que hacen las amigas y las colegas es: “¿qué te vas a poner?” Salir de compras es imperativo. Como se puede observar, una peregrinación wagneriana plantea interrogantes no sólo artísticas y profesionales (en mi caso), sino también sociales. La indumentaria es primordial; también el hacerse a la idea de que se trata de algo verdaderamente “grande”. Voy a asistir a “Parsifal” y a “Tristán e Isolda”. Una guía de óperas me introduce en la compleja búsqueda del Grial y en el mal de amores.

Primer acto: el viaje

Teniendo Bonn como punto de partida, Bayreuth queda al otro lado del país. Así que, como Parsifal, me puse en marcha rumbo a lo desconocido teniendo ante mí un trayecto de varias horas en tren con dirección al sureste. El último tramo estaba repleto de turistas y de asistentes al festival. Las conversaciones eran para entendidos. Revisaban los altos y bajos de la cita wagneriana durante los últimos 30 años, incluidos maestros cantores, Minnesang, musas. El ambiente era de febril expectación.

Parsifal.Imagen: Bayreuther Festspiele GmbH / Enrico Nawrath

Segundo acto: llegada

Los hoteles en Bayreuth y sus alrededores –todos llenos- están orientados al festival wagneriano durante estas semanas. Organizan buses directos a “la Colina” y a los sitios de las conferencias. También ofrecen menús de medianoche para después de la ópera; los catálogos y el material de información no faltan. El conductor del taxi venía de Kasajstán, vive desde hace 15 años en Bayreuth; el gran revuelo anual en torno al festival no le toca demasiado. “Eso no es para la gente normal”, dice con aplomo.

Tercer acto: el ascenso

Alejado del centro queda el templo, el lugar de peregrinaje de los adeptos al arte musical de Richard Wagner. Hay mucha gente que acude cada año. Para otros, poder asistir una vez, es un sueño, bastante caro. “Venimos por la música; aquí se respira el espíritu de Richard Wagner”, revela una pareja de vieneses, miembros del patronato.

Hay que decir que los peregrinos son, en general, gente que ha pasado los 45. Lucen lentejuelas, brillos, estolas, vestidos vaporosos. Veo a hombrse con smokings e incluso a uno con zapatos dorados. En torno a la Colina Verde no faltan locales de champán y vinos de la región. De pronto, como si nada, la canciller alemana pasa al lado mío. Angela Merkel va toda de lila, escoltada por cuatro guardaspaldas.

Cuarto acto: Parsifal

La sala es inmensa. Su efecto arquitectónico, con sus lámparas redondas y sus inmensas puertas, es bastante singular. Hay 1900 personas en esta sala de sillas legendariamente duras. Así que yo saco el cojín me que han aconsejado traer. Y a las 16:00 suenan los primeros acordes de Parsifal.

Gigantesco es el escenario sobre el que se desarrolla la ópera. El director Stefan Herheim ha convertido la consagración en una reflexión histórica, en un espejo. El grial cede importancia a la democracia; Parsifal (Simon O´Neil) desaparece en las profundidas del escenario. A una mujer se le van las lágrimas; otra se saca sus zapatos de tacón.

La escenificación es grandiosa, teatral, llena de sorpresas y trucos. Los solistas, el coro, la orquesta dan lo mejor de sí. Mi entusiasmo asciende, la sala entera aplaude frenéticamente. Seis horas de Wagner quedan atrás.

De camino al bus, pocos minutos después de acabada la ópera, se puede ver cómo los montacargas desmontan los bastidores. Mañana: Tristán e Isolda.

Tristán e Isolda.Imagen: Bayreuther Festspiele/Enrico Nawrath

Quinto acto: Tristán e Isolda

Ambos tienen que cantar en una especie de patológica sala de calderas. Aunque esté en Bayreuth, Christoph Marthaler es fiel a su estilo: escueto, reducido, lleno de ironía y doble sentido. Su escenificación tiene un descuidado aire de los años sesenta. Tristan (Robert Dean Smith) parece un banquero; Isolda (Irene Theorin) tiene apariencia de mujer cursi. Sus voces: ¡fantásticas!

Por otro lado, las pausas ofrecen de todo para el bienestar corporal y para la curiosidad humana: en el cuarto de baño de las mujeres una asistente tiene a disposición una amplia colección de utensilios de costuras y venditas para los pies.

Entreacto: la ciudad de Bayreuth

A la ciudad no llega la actividad de la colina. Me encuentro a un estudiante que está preparando su tesis doctoral: “Bayreuth y el festival no tienen nada que ver el uno con el otro”. Esto, económicamente, no es verdad. Me dirijo a la majestuosa villa Wahnfried, la residencia del maestro Wagner. Lamentablemente está en renovación; luego voy a su tumba y a la más bien modesta de su esposa Cosima. Y a la de su amado perro Russ. La presencia de Richard Wagner se siente por todos lados: hay unos baños termales Lohengrinn, un té Parsifal, bombones Wagner, plato Wagner, toallas del mismo nombre y toda la literatura que se quiera acerca del compositor.

El templo wagneriano en la Colina Verde.Imagen: DW/K. Bowen

Final

Echaré en falta a todos estos locuaces visitantes con quienes entablé conversación en el bus, en los cafés y en los almacenes de Bayreuth. No es que haya entrado en el club de los adeptos a Wagner; sin embargo, he sido presa del entusiasmo, sin pasar por alto las críticas al chismerío en torno a este templo cultural. Al final, dos elegantes damas me cuentan que se encuentran aquí en Bayreuth: la una viene de Inglaterra, la otra de Italia. Ha sido algo especial, han venido tres veces, pero ésta será la última.

Autora: Cornelia Rabitz/Mirra Banchón
Editora: Emilia Rojas

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