A pesar de los meses de oscuridad en invierno, Spitsbergen atrae a muchas personas. Para algunas, el aliciente es un trabajo bien remunerado en un lugar aislado, para otras, la impresionante naturaleza. El filipino Efren Regato es uno de los que ha elegido vivir en los confines de Europa. Es empleado de limpieza. Tiene asumido el frío glacial y que el día a día de sus hijos en Longyearbyen sea bastante monótono. Pero el poder trabajar sin visado en Spitsbergen tiene, además, otro inconveniente: cualquiera puede venir aquí, pero no hay ayudas sociales en las que ampararse. En principio, todo el que venga debe poder mantenerse a sí mismo. De lo contrario, debe abandonar la isla. Para la belga Élise Thil y su marido francés Loup Supéry, el sueño de un nuevo comienzo en el Ártico estuvo a punto de hacerse añicos. La crisis del coronavirus trastocó sus planes por completo. Sin el turismo, no pudieron ganar dinero como guías turísticos durante meses. Ahora, por fin, están volviendo los turistas. Y con ellos, la esperanza de tiempos mejores. También el empresario turístico alemán Christian Bruttel depende de los visitantes. Era maestro en el sur de Alemania, hasta que descubrió su fascinación por el Ártico. Ahora está preparando su próxima excursión allí. Sus clientes han reservado un viaje muy especial: quieren acampar en la nieve y el hielo, lejos de la civilización. Para esta aventura en la naturaleza salvaje, no debe faltar un rifle, pues los habitantes comparten la isla con cientos de osos polares.