¿Cuántas estrellas se ven en el cielo nocturno de la Amazonía? Años y años habituándome al cielo adulterado sobre la Gran Vía madrileña, la catedral de Colonia o la Torre de la Televisión berlinesa han entumecido los músculos del cuello, que parecen haber olvidado cómo mirar hacia arriba.
Videoblog: La llegada a Santa Clara de Uchunya
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Unas pocas luces iluminan el claro artificial, maquillado con las líneas de pistas de fútbol y vóleibol, en torno al que gravita la hilera de viviendas que da forma a Santa Clara de Uchunya, este rincón del departamento peruano de Ucayali. Pensaba que imperarían la oscuridad y el silencio, pero resulta que hay varias farolas. Además, muchos de estos híbridos entre casa y cabaña disponen de alguna -si bien precaria- luz eléctrica.
En cuanto a la melodía de esta primera noche en la selva, al coro de sonidos animales que truena incansable se suma el ritmo de reguetón. "¡Esa es Te boté!”, le digo a Luis y al indígena que está a nuestro lado, cuyo nombre ya he tenido tiempo de olvidar, embotado por el jet lag y este salto entre dos mundos. El uchunya -anónimo por poco tiempo- se ríe, pero soy incapaz de interpretar su gesto.
Hace unas horas que llegamos a la comunidad con el objetivo de contar la historia de su lucha por unas tierras ancestrales amenazadas por una empresa que produce aceite de palma. Un paseo de unas horas ha bastado para ver todo lo que, aparentemente, merece ser visto. Incluso nos hemos bañado en el lago, que ellos llaman cocha. Primera lección: hay que secarse y largarse rápido si uno quiere evitar ser presa de mosquitos y tábanos.
Amazonía Uchunya: un especial multimedia de DW
La experiencia zoológica se ha completado con el salto de una mona domesticada sobre el regazo de Luis mientras ambos dedicábamos nuestra atención a un periquito especialmente interesado en jalar de la argolla que cuelga de mi oreja derecha. Estrella es el nombre del pequeño primate. Parecía imposible que fuese a dejarse mimar por un extraño como yo, pero su dueña nos ha enseñado un par de trucos infalibles. En unos segundos estaba en mis brazos, literalmente.
Ahora que ha caído la noche estamos en una estructura cubierta que hace las veces de sala asamblearia. Los miembros de la comunidad uchunya han sido convocados por el jefe, Efer Silvano, para conocernos y escuchar de nosotros mismos el motivo de nuestro viaje transatlántico, el interés de DW en su gesta. Hay expectación, pero también desconfianza e incluso hay quien deja ver una pasividad desconcertante. Nosotros hablamos, pero ellos también: algunos nos piden rigor a la hora de contar la historia, dar voz a un pueblo indígena, dicen, abandonado por muchos a su suerte. Otros callan. El reto será hacerles hablar.
Acaba la reunión y los uchunya se desperdigan en la noche. Nosotros no sabemos muy bien qué hacer. Hay pocas opciones más allá de observar alrededor o mirar al cielo, que exhibe un manto tejido de multitud de faroles flotantes inalcanzables. ¿Serán las mismas estrellas que brillan en casa, en Berlín?
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Santa Clara de Uchunya, un pueblo en lucha en la Amazonía peruana
Los uchunya, una comunidad indígena del pueblo shipibo ubicada en Ucayali, se enfrentan a una empresa de palma aceitera que opera en sus tierras ancestrales. DW los visitó para retratar su vida cotidiana.
Imagen: DW/L. García Casas
Nuestro hogar, la selva amazónica
Santa Clara de Uchunya está situada a pocos kilómetros de Pucallpa. Esta comunidad indígena de la Amazonía peruana forma parte del pueblo shipibo y habita a orillas del río Aguaytía, afluente del Ucayali. Desde hace años, sin embargo, se han visto involucrados en un conflicto territorial con una empresa de palma aceitera.
Imagen: DW/L. García Casas
El reto de liderar una comunidad en lucha
Efer Silvano es el jefe de la comunidad uchunya, un cargo que se renueva cada tres años y se elige por votación. Aunque no hay veto alguno a las mujeres, en la práctica, ninguna ha sido escogida aún para ser jefa. En la imagen, el actual líder viste las ropas tradicionales de este pueblo que, no obstante, han sido excluidas de la indumentaria cotidiana del lugar.
Imagen: DW/E. Anarte
Imagen paradisíaca, realidad más compleja
La cabaña de la imagen da una idea de cómo son las viviendas de Santa Clara. El suelo tiene que estar elevado porque las inundaciones pueden convertir el claro en el que está construida la población en un lago. La elección del techo es muy importante a la hora de hacerse un hogar: la chapa puede proteger mucho mejor de la lluvia, pero también puede producir un calor insoportable.
Imagen: DW/E. Anarte
Un coche para la selva
En la selva amazónica peruana también hay vehículos a motor. Los “motocars” como el de la imagen son esenciales para la movilidad entre las poblaciones más aisladas de la región, especialmente si llueve, porque los caminos se vuelven intransitables para otros medios de transporte. Eso sí, la contaminación de la gasolina y el ruido que producen son el precio a pagar, y difícil de pasar por alto.
Imagen: DW/E. Anarte
La “cocha” es la respuesta a todo
El lago Uchunya, al que los locales se refieren como “la cocha”, es una pieza clave de la organización económica de la comunidad. Cuando no tienen agua corriente, vienen aquí a bañarse o a lavar la ropa. Además, de sus aguas obtienen el pescado que tanto les gusta desayunar. Por supuesto, también es un agradable lugar para pasar su tiempo libre.
Imagen: DW/L. García Casas
Bien acompañado se trabaja mejor
Aunque cada uno tiene sus tierras (las "chacras"), en muchos sentidos la vida aquí requiere de colaboración. Las redes familiares de apoyo son de vital importancia, pero también la cooperación entre miembros de la comunidad. En la imagen, varios uchunya -mujeres, hombres e incluso menores- pelan yuca conjuntamente.
Imagen: DW/E. Anarte
Plátano para desayunar, almorzar y cenar
El plátano no es solo una fruta o un complemento para la ensalada en estas latitudes. La banana es la base de la dieta local y se come en multitud de formas, a menudo frita o machacada. Por eso muchas de las tierras que cultivan los uchunya están repletas de los árboles que dan estos frutos, los cuales resisten muy bien el calor de la zona.
Imagen: DW/L. García Casas
Las reglas del partido son las mismas
El deporte también está enormemente presente en el día a día de la comunidad. Cada tarde, al terminar las labores, se organizan partidos de fútbol masculino entre los vecinos. Las mujeres, mientras tanto, juegan al vóleibol, aunque algunos hombres también se les unen. Como en Europa, el fútbol femenino en igualdad de condiciones sigue siendo un asunto pendiente.
Imagen: DW/E. Anarte
Una iglesia vacía en medio de la selva
Hace años que la comunidad carece de un líder religioso cristiano. De acuerdo con los locales, el último misionero, de nacionalidad estadounidense, abandonó la población por problemas de alcoholismo. En la actualidad, los uchunya no tienen un credo oficial, aunque algunos de sus miembros profesan el cristianismo a título individual.
Imagen: DW/E. Anarte
Soldando bajo el calor amazónico
Neiser es el único mecánico de la comunidad. Aunque la mayoría de los hombres uchunya son autosuficientes y saben construir su casa, cazar, cultivar y pescar, el desarrollo de nuevas necesidades, como la de reparar los motocars, fomenta una relativa especialización del trabajo en esta población indígena.
Imagen: DW/E. Anarte
Frontera y fuente de vida
El río Aguaytía es clave para la economía local, ya que es una importante fuente de pescado. Al otro lado, donde se encuentra en esta imagen el comunero Walter, están las tierras ancestrales donde opera la empresa de palma aceitera. Como consecuencia de la disputa, los uchunya ya no pueden obtener tantos alimentos de la caza como antes.
Imagen: DW/E. Anarte
Arte para comer
La popular artesanía shipibo también está presente en Santa Clara de Uchunya, aunque todos dicen que mucho menos que en el pasado. Cuencos cuidadosamente elaborados como los de la imagen se utilizan para comer y beber, además de ser motivo de orgullo local.
Imagen: DW/L. García Casas
La mejor arma: la sonrisa de un niño
Aunque los uchunya llevan años enfrentados a la empresa que, dicen, les ha arrebatado parte de sus tierras ancestrales, la alegría es un don que nadie ha logrado robarles aún. Tampoco la ilusión de los más pequeños, que pronto tendrán que decidir si continuar con el modo de vida tradicional o intentar estudiar y tomar caminos que los llevarán, al menos a corto plazo, lejos de la comunidad.