Mi camino al colegio de Huelva, en Andalucía, en el que pasé toda mi infancia, era excepcionalmente sencillo: solo tenía que cruzar una calle -a menudo bloqueada entre las 08:50 y las 09:05 por los coches de padres y madres- para llegar a la puerta principal. Un minuto bastaba desde mi portal. En ese sentido, podría decirse que los uchunya y yo hemos tenido una experiencia parecida en lo que a la rutina de ir a la escuela cada mañana respecta.
El colegio de Santa Clara de Uchunya tiene muros más sólidos que cualquier otra construcción de la comunidad, pero ofrece un aspecto mucho más destartalado. La pintura de las paredes está descascarada y la mayoría de las aulas cuenta con poco más que una pizarra, unos pocos pupitres, la mesa del profesor y una imagen de Jesucristo. Al menos, diferentes cartulinas con contenidos de Lengua -castellana y nativa-, Matemáticas o Ciencias Sociales alegran las lúgubres habitaciones. En la pared exterior de uno de los edificios está colgado el reparto de turnos de cocina que deben asumir las madres de la comunidad cuyos hijos asisten a este centro.
Videoblog: Ir a clase en el corazón de la selva
00:47
Uno no sabe muy bien a qué clase pertenece cada alumno, ya que los niños y adolescentes van de un lugar a otro, a menudo ante la falta de ocupación por la ausencia de un profesor. En el recreo, niños y niñas -aquí todavía juntos- juegan al fútbol, ajenos al húmedo calor de esta época. Algunos pequeños nos han perdido el recelo inicial y nos siguen a todas partes, así que ya no ponen objeción alguna a la hora de hablar al micrófono o dejarse grabar con la cámara. Para otros, sobre todo aquellos que se han adentrado ya en la pubertad, seguimos siendo unos extraños, y todo apunta a que lo seremos para siempre. Cuesta pedirles que hablen para que el mundo los escuche.
Más sorprendente aún resulta la problemática local con la lengua originaria, el shipibo. Cada vez menos familias hablan el idioma en casa y, por tanto, son pocos los niños que lo dominan. Hace unos años se introdujo un sistema de formación bilingüe que está intentando revertir esta tendencia.
En nuestra visita al colegio, los alumnos cuentan que querrían aprender más, aunque muchos de ellos dicen querer marcharse de la comunidad. Los adultos afirman que los jóvenes deben irse y crecer fuera para poder volver a la comunidad trayendo toda una serie de conocimientos y experiencia.
Amazonía Uchunya: un especial multimedia de DW
Yo también tuve que marcharme de casa, pero nadie me pidió que renunciara al mundo en el que había crecido. En este caso, estos niños, parecieran ser una especie de centro magnético en equilibrio inestable entre fuerzas que tiran y empujan en todas las direcciones. Cada vez más lejos de la tradición, pero no necesariamente más cerca del mundo que lentamente la sustituye. Entre dos mundos separados por el frondoso muro de la selva.
Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas. Síganos enFacebook | Twitter | YouTube |
Santa Clara de Uchunya, un pueblo en lucha en la Amazonía peruana
Los uchunya, una comunidad indígena del pueblo shipibo ubicada en Ucayali, se enfrentan a una empresa de palma aceitera que opera en sus tierras ancestrales. DW los visitó para retratar su vida cotidiana.
Imagen: DW/L. García Casas
Nuestro hogar, la selva amazónica
Santa Clara de Uchunya está situada a pocos kilómetros de Pucallpa. Esta comunidad indígena de la Amazonía peruana forma parte del pueblo shipibo y habita a orillas del río Aguaytía, afluente del Ucayali. Desde hace años, sin embargo, se han visto involucrados en un conflicto territorial con una empresa de palma aceitera.
Imagen: DW/L. García Casas
El reto de liderar una comunidad en lucha
Efer Silvano es el jefe de la comunidad uchunya, un cargo que se renueva cada tres años y se elige por votación. Aunque no hay veto alguno a las mujeres, en la práctica, ninguna ha sido escogida aún para ser jefa. En la imagen, el actual líder viste las ropas tradicionales de este pueblo que, no obstante, han sido excluidas de la indumentaria cotidiana del lugar.
Imagen: DW/E. Anarte
Imagen paradisíaca, realidad más compleja
La cabaña de la imagen da una idea de cómo son las viviendas de Santa Clara. El suelo tiene que estar elevado porque las inundaciones pueden convertir el claro en el que está construida la población en un lago. La elección del techo es muy importante a la hora de hacerse un hogar: la chapa puede proteger mucho mejor de la lluvia, pero también puede producir un calor insoportable.
Imagen: DW/E. Anarte
Un coche para la selva
En la selva amazónica peruana también hay vehículos a motor. Los “motocars” como el de la imagen son esenciales para la movilidad entre las poblaciones más aisladas de la región, especialmente si llueve, porque los caminos se vuelven intransitables para otros medios de transporte. Eso sí, la contaminación de la gasolina y el ruido que producen son el precio a pagar, y difícil de pasar por alto.
Imagen: DW/E. Anarte
La “cocha” es la respuesta a todo
El lago Uchunya, al que los locales se refieren como “la cocha”, es una pieza clave de la organización económica de la comunidad. Cuando no tienen agua corriente, vienen aquí a bañarse o a lavar la ropa. Además, de sus aguas obtienen el pescado que tanto les gusta desayunar. Por supuesto, también es un agradable lugar para pasar su tiempo libre.
Imagen: DW/L. García Casas
Bien acompañado se trabaja mejor
Aunque cada uno tiene sus tierras (las "chacras"), en muchos sentidos la vida aquí requiere de colaboración. Las redes familiares de apoyo son de vital importancia, pero también la cooperación entre miembros de la comunidad. En la imagen, varios uchunya -mujeres, hombres e incluso menores- pelan yuca conjuntamente.
Imagen: DW/E. Anarte
Plátano para desayunar, almorzar y cenar
El plátano no es solo una fruta o un complemento para la ensalada en estas latitudes. La banana es la base de la dieta local y se come en multitud de formas, a menudo frita o machacada. Por eso muchas de las tierras que cultivan los uchunya están repletas de los árboles que dan estos frutos, los cuales resisten muy bien el calor de la zona.
Imagen: DW/L. García Casas
Las reglas del partido son las mismas
El deporte también está enormemente presente en el día a día de la comunidad. Cada tarde, al terminar las labores, se organizan partidos de fútbol masculino entre los vecinos. Las mujeres, mientras tanto, juegan al vóleibol, aunque algunos hombres también se les unen. Como en Europa, el fútbol femenino en igualdad de condiciones sigue siendo un asunto pendiente.
Imagen: DW/E. Anarte
Una iglesia vacía en medio de la selva
Hace años que la comunidad carece de un líder religioso cristiano. De acuerdo con los locales, el último misionero, de nacionalidad estadounidense, abandonó la población por problemas de alcoholismo. En la actualidad, los uchunya no tienen un credo oficial, aunque algunos de sus miembros profesan el cristianismo a título individual.
Imagen: DW/E. Anarte
Soldando bajo el calor amazónico
Neiser es el único mecánico de la comunidad. Aunque la mayoría de los hombres uchunya son autosuficientes y saben construir su casa, cazar, cultivar y pescar, el desarrollo de nuevas necesidades, como la de reparar los motocars, fomenta una relativa especialización del trabajo en esta población indígena.
Imagen: DW/E. Anarte
Frontera y fuente de vida
El río Aguaytía es clave para la economía local, ya que es una importante fuente de pescado. Al otro lado, donde se encuentra en esta imagen el comunero Walter, están las tierras ancestrales donde opera la empresa de palma aceitera. Como consecuencia de la disputa, los uchunya ya no pueden obtener tantos alimentos de la caza como antes.
Imagen: DW/E. Anarte
Arte para comer
La popular artesanía shipibo también está presente en Santa Clara de Uchunya, aunque todos dicen que mucho menos que en el pasado. Cuencos cuidadosamente elaborados como los de la imagen se utilizan para comer y beber, además de ser motivo de orgullo local.
Imagen: DW/L. García Casas
La mejor arma: la sonrisa de un niño
Aunque los uchunya llevan años enfrentados a la empresa que, dicen, les ha arrebatado parte de sus tierras ancestrales, la alegría es un don que nadie ha logrado robarles aún. Tampoco la ilusión de los más pequeños, que pronto tendrán que decidir si continuar con el modo de vida tradicional o intentar estudiar y tomar caminos que los llevarán, al menos a corto plazo, lejos de la comunidad.