Buenos Aires: el retorno del anillo
28 de noviembre de 2012 ¡Es un niño! Las doncellas del Rin le cantan al tesoro del nibelungo. Pero acá no es de oro, sino de carne y hueso. Es la primera referencia a los niños que desaparecieron durante la dictadura militar argentina de los años 1970 y 1980, niños que fueron quitados a sus padres biológicos (opositores al gobierno, generalmente) y entregados a familias proclives al régimen. Un tema que hasta el día de hoy moviliza y preocupa a la sociedad argentina. Una idea audaz con la que la directora Valentina Carrasco provoca al público en la primera parte de la obra, y a la larga perturba. “Es extraño, muy extraño”, dice una joven mujer en la primera pausa. “Me gusta, pero a veces es difícil de soportar”. Otro visitante opina que “es muy abstracto, le falta un poco de grandeza. El toque argentino mueve, a unos les molesta, a otros les duele”.
Militares en vez de mitos
La “argentinización” de esta versión más corta de la titánica obra de Wagner desvela sus trazos durante toda la noche. Y alcanza su sombrío punto culminante cuando las hijas de Wotan se reúnen al pie de la montaña, donde recogen a los héroes caídos. Cadáveres por doquier, cabezas con cascos empaladas, entre medio las valquirias con uniformes verdes y con las espadas desenvainadas, recordando al público claramente la dictadura militar y la guerra de las Malvinas, los mayores traumas argentinos de las últimas décadas. La directora Carrasco cambia la riqueza, la pompa y los mitos por reminiscencias de la historia argentina reciente. La ayuda en eso la puesta en escena, diseñada originalmente por el alemán Frank Schlössmann: escaleras de acero, torres, jaulas, piedras y un obelisco, como el de la 9 de Julio, la principal avenida de Buenos Aires. Y obviamente al final el tesoro retorna. Pero no como el oro del Rin, sino en forma de niños secuestrados que se lanzan sobre el escenario. El resultado linda con el teatro de agitación y propaganda. Ruidosos abucheos son la respuesta.
El rescate del “Anillo”
Valentina Carrasco tuvo que trabajar bajo una enorme presión. Llegó a dirigir la obra solamente seis semanas antes del estreno, después de que la bisnieta de Wagner, Katharina Wagner (quien debía dirigir originalmente el proyecto), sorpresivamente abandonara el trabajo. “Partí desde cero”, explica Carrasco, “y no tenía idea qué estaba previsto hacer. Sólo recibí los borradores del escenario de Frank Schlössmann, que pude modificar con su permiso. Yo no llegué para continuar algo”. Defendió con firmeza la decisión, a menudo criticada, de hacer una versión breve de la obra. “Wagner puede llegar a más personas. Es fácil de descubrir. Está abierto, libre de repeticiones”.
Acontecimiento teatral del año
Las reacciones del público le dan la razón, al menos en lo que refiere a la música: sobre la brevedad de la obra apenas se hablaba, pero sobre la calidad de los cantantes y de los músicos, sí. Las dos orquestas del Teatro Colón se convirtieron en dos conjuntos que compartieron la noche bajo la brillante dirección de Roberto Paternostro. Los solistas, todos reconocidos intérpretes de Wagner, extasiaron al público. Linda Watson como Brunilda llevó al público a la ebullición y se ganó largos minutos de ovación de pie. Durante los descansos, entre canapés y champaña, la soprano era tema obligado. “Una maravilla. Un lujo que me llena el corazón”, decía entusiasmada una espectadora. "Es de grandísimo nivel, es impresionante”.
Rostros reflexivos, poco antes de la medianoche, tras un largo día de teatro, que comenzó con el calor veraniego a media tarde. ¿La propuesta de la directora? A lo menos arriesgada. ¿La música de Wagner? Fantástica, como siempre. Los fanáticos de Wagner estuvieron muchos años sin poder ver sus obras en Buenos Aires. Ahora el compositor está de vuelta. Así visto, la versión breve del “Anillo” en el Teatro Colón se ha convertido en el acontecimiento teatral del año.
Autor: Marc Koch, Buenos Aires
Editor: Pablo Kummetz