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Cambiar la forma de nacer para cambiar América Latina

24 de octubre de 2023

La violencia obstétrica cuenta entre las violaciones de derechos humanos más naturalizadas en Latinoamérica. ¿Qué más se puede hacer para crear experiencias de parto y nacimiento "respetado", "humanizado", en la región?

Mujer agarrándose a una barra durante su trabajo de parto.
Javiera Rossel, directora ejecutiva de OVO Chile (en la foto) llegó al activismo convencida de que sus partos respetados fueron un privilegio, aunque deberían ser la norma. Imagen: fotografadeparto Sylvana González

"Para cambiar el mundo, primero hay que cambiar la forma de nacer". Esta idea del obstetra francés Michel Odent tiene ya varias décadas, pero es aún un mantra para las cada vez más numerosas defensoras de los derechos humanos en el parto y el nacimiento en América Latina.

Los primeros países del mundo en sancionar leyes que promueven expresamente embarazos, partos y nacimientos "humanizados", "respetados", libres de "violencia obstétrica" fueron todos latinoamericanos. Hoy, son mayoría en la región e incluyen a Argentina, Venezuela, Panamá, Bolivia, México, Brasil, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Perú, Costa Rica, El Salvador o Colombia.

"Ninguna ley garantiza un cambio cultural", reconoce, sin embargo, a DW Mónica Candia, matrona desde hace más de 50 años en Chile, mientras lucha por que su país apruebe una ley así, la Ley Adriana.

Más que insultos: ¿cómo reconocer la violencia?

"¿No te gustó? Ahora aguántate". "¿Para qué te embarazas si vas a llorar?". "Cállate y puja". "Puja y no llores". "No estás colaborando, vas a matar a tu bebé". "Te vamos a coser y estos puntos son para el marido". Son todas frases que, lamentablemente, siguen escuchando en sus partos muchas madres latinoamericanas.

Según diversos estudios nacionales y regionales, entre más del 40 por ciento y hasta más del 90 por ciento de las mujeres sigue sufriendo lo que las organizaciones mundial y panamericana de la salud, OMS y OPS, califican de tratos "irrespetuosos, ofensivos o negligentes" durante el trabajo de parto, parto y posparto, por parte de proveedores de salud en América Latina y el Caribe.

Esta "violencia obstétrica" -un término que los gremios médicos se resisten a aceptar- es una forma de violencia de género y se encuentra entre las violaciones de derechos humanos y los problemas de salud pública más naturalizados y generalizados en la región y, según la ONU, también en el mundo. Y no se trata solo de insultos, humillaciones o amenazas.

Derecho a estar acompañadas: ¿por qué parir solas?

Una de las principales manifestaciones en Colombia, por ejemplo, es la resistencia en los hospitales a permitir un acompañante elegido, durante el cien por ciento del tiempo y también en la cesárea, como garantiza la ley: "Parir solas ya es maltrato, a menos que la mujer lo desee", explica a DW la doctora Salomé Hinojosa, coordinadora del departamento de Obstetricia de la Universidad Tecnológica de Pereira.

Ella reconoce que, en su país, hay hospitales colapsados, porque falta infraestructura. Pero recuerda que, allí donde es posible, hay evidencia médica de que la compañía de la pareja u otro familiar o persona de confianza reduce miedos, dolores, duración del trabajo de parto y complicaciones, incluso en las cesáreas, cuya tasa también disminuye. Y "el bebé se adapta mucho mejor".

Incluso en cesáreas es posible el acompañamiento de una persona elegida, como comprobaron Paola Barrios y Santiago Sequeda durante el nacimiento de su hija Isabel.Imagen: Paola Barrios/Santiago Sequeda

Consentimiento informado: ¿necesitamos intervenciones?

Además de la violencia verbal o psicológica, las gestantes sufren también violencia física -y a veces sexual-, advierten a DW madres, obstetras, matronas, doulas, activistas y la propia OPS. A las parturientas se las inmoviliza acostadas. Se les prohíbe la ingestión de líquidos o alimentos. No les ofrecen alternativas para el control del dolor. Y, para acelerar el proceso, les aplican "una cascada de intervenciones" sin pertinencia médica ni consentimiento informado, lamenta la matrona chilena Mónica Candia.

Canalización intravenosa y cesáreas de rutina, enema y rasurado genital, tactos vaginales repetidos, rotura artificial de la bolsa amniótica, inducción de contracciones con oxitocina sintética, cortes entre la abertura vaginal y el ano (episiotomías), pujos dirigidos por el personal de salud y hasta las contraindicadas presiones manuales sobre el abdomen (maniobras de Kristeller), son solo una parte de esta "cascada", contra la que la OMS ha publicado abundantes recomendaciones.

Desigualdad y denuncias: ¿quiénes sufren más violencia?

A esto se suma, al mismo tiempo, la negación de intervenciones necesarias con el fin de abaratar costos, agrega a DW la periodista cubana Claudia Padrón, coordinadora de la investigación "Partos Rotos". O la separación inmediata del bebé, sin "contacto piel a piel" con la madre ni lactancia materna durante la primera "hora de oro" tras el nacimiento, señala la ginecoobstetra colombiana Hinojosa. 

Tales violencias afectan también a mujeres de clase media y alta, mejor informadas y con más recursos para exigir sus derechos, pues el modelo es "muy fuerte y coercitivo", explica Sonia Cavia, doula, capacitadora  de salud y activista por los derechos del parto y el nacimiento en Argentina. Pero son las más jóvenes, afrodescendientes, indígenas, rurales, migrantes, discapacitadas, en situación de pobreza o privadas de libertad, las que más violencia sufren, confirman estudios y expertas.

Incluso donde hay leyes contra la violencia obstétrica, las vías para denunciar la vulneración siguen siendo el "cuello de botella", dicen. Y lo son aún más donde no hay ley, como en Chile. O en países con sistemas autoritarios, como Cuba, donde hasta el acceso a la información no estatal puede resultar bloqueado por el Gobierno en red, y las activistas o periodistas pueden ser acosadas por la Seguridad del Estado -como sucedió con "Partos Rotos", tras generar "una especie de #MeToo" en redes sociales, lamenta su coordinadora.

Sitio web de "Partos Rotos", periodismo de investigación y datos sobre violencia obstétrica en Cuba, bloqueado en la isla.

Cesáreas: ¿para salvar vidas?

La tasa "ideal" de cesáreas -las que realmente se requieren para salvar vidas en "partos obstruidos"-, llega máximo al 15 por ciento, dice a DW la ginecoobstetra brasileña Suzanne Serruya, directora del Centro Latinoamericano de Perinatología (CLAP), de la OPS. Desafortunadamente, muchos países del mundo -incluido Haití- no logran ofrecerla. América Latina, sin embargo, es la región con mayor tasa de cesáreas del mundo, con más de 40 por ciento.

"Hay hospitales, principalmente privados, caros, donde solo hay cesáreas. Si pasa un parto es algo raro", indica Serruya. La cesárea dejó de aplicarse solo por razones médicas "se 'desmedicalizó' y se tornó una vía natural de parto, aunque no lo es, pues tiene cinco veces más complicaciones", incluida mayor tasa de mortalidad, advierte. 

"Hay cesáreas necesarias. Y si una mujer, con toda la evidencia en la mano, conociendo los riesgos, decide tener una, es su opción, ella decidió y está bien", matiza Javiera Rossel, directora ejecutiva del Observatorio de Violencia Obstétrica (OVO) de Chile, el país con la mayor tasa regional y mundial conocida de cesáreas. Pero es usual que los médicos las programen porque les resultan más cómodas, previsibles, rápidas -y lucrativas en el caso de la salud privada-, coinciden las expertas. 

Formación profesional: ¿el origen de la violencia?

Tras obtener la titulación en Medicina, "mi primera foto de atención de parto fue con un bebé que tenía quince minutos de nacido, se lo muestro al papá y la mamá lo conoce mucho después. Es lo que está educado en las facultades. Ahí empieza la normalización de la violencia", lamenta la ginecoobstetra colombiana Hinojosa.

Es una consecuencia de la "medicalización extrema", reconoce su colega Serruya, desde la OPS. "Tomamos el parto asistido por un profesional calificado como el indicador más importante de una buena asistencia", pero en la formación de estos especialistas -generalmente- no se habla de humanización, afirma.

A contrapelo, la matrona Mónica Candia, hoy exdirectora de la carrera de Obstetricia y Puericultura de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), y un equipo de exalumnos jóvenes que llegaron a ser profesores, declararon la humanización como sello de la carrera en 2014: "Fuimos la primera universidad en dictar postítulos de parto natural" en el país, recuerda. Sin embargo, las jóvenes matronas y matrones formados por la USACH siguieron chocando con otra realidad en los hospitales. 

Informar para "humanizar"

Parte de una nueva generación, la ginecoobstetra, docente, activista y emprededora colombiana Salomé Hinojosa creó una plataforma de recursos virtuales para familias y profesionales de la salud.Imagen: Salomé Hinojosa

Tras estudiar la especialidad de ginecología en una de esas clínicas universitarias "donde el parto es diferente" (con la inclusión de papás, pelotas de parto, salas que huelen a lavanda, opciones de analgesia, bebés puestos al pecho al nacer y menos cesáreas), la hoy docente y activista colombiana Hinojosa fundó Acunar. La plataforma de recursos virtuales (gratuitos y de pago) para familias y profesionales de la salud, promueve el parto y el nacimiento humanizados en su país y la región.

Sonia Cavia, coordinadora -como Mónica Candia- de la Red Latinoamericana y del Caribe para la Humanización del Parto y el Nacimiento (Relacahupan), hace su parte en Argentina. Desde la asociación civil Awaike y las cada vez más numerosas redes nacionales, regionales e internacionales que ponen el tema en la agenda pública de medios y Gobiernos, promueve la formación de parteras, doulas y promotoras comunitarias de parto y nacimiento humanizados.

¿Qué más hacer para parir y nacer sin violencia?

Devolver poder y autonomía a las gestantes es la principal recomendación de la OMS y el reclamo fundamental de las activistas: el parto y el nacimiento "pertenecen a la mujer y su familia. No son procesos del equipo médico", insiste la ginecoobstetra Serruya, desde OPS. Una vía, no siempre respetada pero ya en uso, consiste en presentar "planes de parto" en las maternidades, "que la paciente discuta cómo va a ser su parto, que los profesionales pregunten y respeten sus deseos", dice.

"En un parto normal, no hacer ninguna intervención innecesaria, estar al lado de la mujer, esperar a que lleguen los procesos. Escucharla, escucharla, escucharla", pide Serruya a los profesionales de salud. Incluso para una cesárea programada -que no se recomienda, pero no debe negarse si es el deseo informado de las gestantes-, debería esperarse "a que el propio bebé y su ecosistema, su cuerpo, desencadenen el proceso de parto", explica.

Ofrecer a todas las familias "talleres prenatales con enfoque de género y de derecho", sueña la matrona chilena Mónica Candia. Garantizar la formación universitaria humanizada para todos los profesionales que asisten la gestación y el nacimiento, así como la compañía de una matrona o doula desde el inicio de la gestación. Que los partos fisiológicos queden en manos de matronas y solo las complicaciones sean atendidas por médicos, agrega.

¿Parto en casa?

En general, "no apoyo el parto domiciliar", defendido por muchas matronas y parteras como los menos intervenidos, reconoce Serruya. "Eso es para quien tiene una doula, un médico, una enfermera y una ambulancia en la puerta. El Estado debe proveer un parto respetado dentro de una institución con más recursos", sostiene la doctora y funcionaria de la OPS. Su colega colombiana Hinojosa matiza que la paciente tendría que poder "llevar su casa al hospital", sin "cambiar seguridad por insatisfacción".

Sin embargo, el "parto en casa", con parteras o matronas "profesionales" -licenciadas en obstetricia y puericultura- es una realidad en países como Argentina o Chile. En otros, como México, Bolivia, Brasil o Colombia, lo es incluso con "parteras tradicionales" como las del Pacífico afrocolombiano, a las que la Federación Colombiana de Obstetricia ha ofrecido reconocimiento y capacitación adicional en "técnicas seguras", subraya Hinojosa.

Para algunas gestantes, el parto en casa es una opción de salud privada. Pero también hay, en la región, quienes no tienen cerca siquiera hospitales públicos de primer nivel en municipios y pueblos alejados, recuerda la doctora colombiana. En ambos casos, a Latinoamérica le falta reparar el vínculo entre estas prácticas y el sistema institucional público-privado, que el sistema esté alerta y las asista "sin hostilidad" si hay complicaciones, reclaman matronas, parteras y activistas.

La región enfrenta aún grandes desafíos en la asistencia, pero los avances en la legislación y la difusión del tema son grandes logros de su sociedad civil, importantes para los diálogos pendientes. "Las mujeres y las familias deben saber que hay otra forma de parir y otra forma de nacer, donde se contempla cien por ciento la fisiología, los derechos, las decisiones autónomas y la evidencia científica, no los usos y costumbres y las rutinas acríticas", dice la activista argentina Sonia Cavia. Para las personas que nacen y para quienes les dan vida, insiste, este es un "momento clave para generar conexiones neuronales a favor del amor y la presencia". 

(ms)

 

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