Desde el lado colombiano cada vez es mayor la urgencia con la que se reclama una solución para lo que muchos plantean no solo como un problema social, sino también económico y de seguridad. Y, ante la evidencia de la porosidad de la frontera entre ambos países, entre dos sociedades hermanas, la carta de un control más férreo sobre la frontera parece para muchos una opción de cada vez mayor viabilidad.
Al otro lado del Atlántico, en el límite norte del continente africano, se encuentran dos enclaves españoles en los que se decidió que una valla era la mejor solución para detener el flujo de llegadas que Madrid percibía como un problema. Así, desde 1995 y 1998, respectivamente, las ciudades autónomas Ceuta y Melilla están rodeadas por alambradas que separan dos países y, en cierto sentido, mundos muy diferentes. En la frontera hispano-marroquí no hay trochas por las que colarse.
Desde entonces, los sucesivos Gobiernos de España (conservadores y socialistas) han ido invirtiendo sumas cada vez más grandes de dinero para fortificar esta frontera sur de la Unión Europea. Concertinas en lo alto, una segunda valla, sensores térmicos, refuerzo de los cuerpos policiales a cargo de esta fortaleza cada vez más inexpugnable. Paradójicamente, migrantes y refugiados siguen intentando cruzar la llamada ruta del Estrecho, aunque los riesgos que tengan que asumir sean ahora mayores. Muchos se quedan en el camino.
"Es difícil decir si funciona o no”, explica a DW Lucila Rodríguez-Alarcón, directora de la Fundación porCausa. "Claro que una persona se para cuando se encuentra con una valla. Pero lo hace un rato, hasta que aprende a pasarla”. A quien huye de una guerra, de la persecución o de la miseria, poco le importa una valla.
Esta organización lleva años investigando las controvertidas políticas de control migratorio que España lleva a cabo en esta frontera entre Europa y África. No son los únicos. Amnistía Internacional denunció el año pasado numerosas violaciones de derechos humanos que tenían lugar en los apenas 20 kilómetros que suman ambas líneas divisorias: práctica imposibilidad de solicitar asilo, deportaciones ilegales, expulsiones de heridos y ausencia de libertad de movimiento, entre otras. La propia ONU pidió el pasado mes de noviembre que España cesase las llamadas "devoluciones en caliente”, que es como se conoce a la práctica de entrega sobre la marcha a Marruecos a los migrantes interceptados en los saltos a ambas vallas.
Una presa no detiene a un río
Para Rodríguez-Alarcón, sin embargo, no se trata únicamente de esto: "Nosotros solemos poner el ejemplo de cuando tienes un río con una corriente y de repente pones una presa. La presa no va a evitar que el agua pase. El agua va a pasar por encima o alrededor, pero el movimiento del agua no se va a parar. Con las vallas pasa igual. Las vallas no evitan el movimiento de las personas”.
Esto genera, a su juicio, un doble problema. En primer lugar, el obstáculo físico no acaba cumpliendo su supuesto objetivo inicial de detener el flujo de entradas. "En segundo lugar, genera un tapón. Las consecuencias de esto, opina, son todavía peores: concentración de gente, mafias, campamentos irregulares, hacinamiento. Cuando crucen, porque acabarán cruzando, llevan todo eso a cuesta: desde los problemas sanitarios que puedan tener hasta los problemas psicológicos”. Impedir el paso es, desde su punto de vista, "una de las medidas más absurdas que hay”.
Desde la Fundación porCausa entienden que la migración es un fenómeno natural, humano. Un enfoque que coincide con el de Naciones Unidas, que impulsa en estos momentos un pacto global sobre este asunto. "La migración es un fenómeno global positivo”, sentenció a principios de este año ante la Asamblea General de la organización internacional su secretario general, Antonio Guterres, quien también criticó el "daño económico innecesario” que "se autoinfligen” los países que erigen obstáculos a la migración.
Rodríguez-Alarcón vuelve al ejemplo del río y argumenta que tiene mucho más sentido regular su caudal que detenerlo en seco, porque eso haría que se desbordase. "En el momento en que cierren la frontera de Colombia con Venezuela va a haber un problema que ahora no hay”, afirma convencida. El modelo de Ceuta y Melilla, criticado por haber funcionado como laboratorio de una política de control fronterizo que luego pusieron en marcha otros muchos países europeos, no es un referente que ella evocaría a la hora de buscar soluciones a la coyuntura que afronta Colombia con la llegada en grandes números de personas procedentes de Venezuela.
"Lo que hay que evaluar es qué representan estos movimientos en términos del número total de población, si se deja a toda esa gente fluir y moverse”, continúa. "Es decir: ¿cuánta gente podría entrar potencialmente por la frontera entre Venezuela y Colombia? ¿Cuál es la población de Colombia? ¿Cuántos kilómetros cuadrados tiene el país? ¿Cuánto representa dentro del total de la población? Seguramente, haciendo ese cálculo, se comprobará que es un porcentaje minúsculo, más pequeño que una gota en el mar”.
Autor: Enrique Anarte (ERS)
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Cúcuta: el desbordamiento del éxodo venezolano
Miles de venezolanos cruzan la frontera con Colombia. Muchos se instalan en Cúcuta, mientras que otros trabajan para ahorrar dinero y continuar su viaje hasta Ecuador, Perú o Chile.
Imagen: DW/A. Sáez
Un éxodo incalculable de venezolanos
Por el Puente Internacional Simón Bolívar que separa Cúcuta (Colombia) y San Antonio del Táchira (Venezuela) cruzan a diario numerosos venezolanos. Unos 5.000 se quedan en Colombia o siguen su viaje hacia otros países.
Imagen: DW/A. Sáez
Hacer la compra en la ciudad vecina
La mayoría de los miles de venezolanos que cruzan a Cúcuta suelen hacerlo semanalmente para realizar la compra de la cesta básica que no pueden obtener en su país y regresan el mismo día. Muchos viven en las ciudades venezolanas limítrofes, aunque cada vez vienen de más lejos y hasta hacen trayectos de un día.
Imagen: DW/A. Sáez
Cada vez más maletas
DW estuvo en mayo pasado en el mismo puente fronterizo y el flujo de personas con varias maletas era escaso y se limitaba a grupos de jóvenes, mientras que ahora es común observar un notable tránsito de maletas y familias con niños.
Imagen: DW/A. Sáez
La primera de muchas filas
El primer paso para un venezolano que desea quedarse en Colombia o seguir su viaje es pasar por el puesto migratorio para sellar el pasaporte, un trámite que hace pocos meses no se contemplaba. La primera fila en territorio colombiano se acumula en la misma frontera, donde centenares de venezolanos aguardan entre cuatro y seis horas su turno.
Imagen: DW/A. Sáez
Maletas al aire
El kilómetro que separa ambos accesos fronterizos (315 metros de puente más el ingreso) obliga a los venezolanos a cargar alzadas sus maletas para evitar deteriorar sus ruedas. Decenas de jóvenes aguardan tras los controles migratorios de ambos países para ofrecer carretillas o cargar los bultos a hombro por apenas 2.000 pesos (0,7 dólares).
Imagen: DW/A. Sáez
La venta ambulante copada por los venezolanos
Los venezolanos han copado la venta ambulante en los primeros metros de la frontera colombiana, en La Parada. La pérdida del valor del bolívar ha provocado que sea más rentable vender directamente en pesos. Los vendedores suelen ganar unos 25.000 pesos diarios (9 dólares). Eso ha disparado el microcontrabando de carne. Entre 150 y 200 kilos requisan a diario las autoridades aduaneras.
Imagen: DW/A. Sáez
Dos comedores sociales en toda la ciudad
La mayoría de los recién llegados pasan varios días en Cúcuta para lograr el dinero suficiente para continuar su viaje. Muchos llegan en condiciones de malnutrición, como cuenta Fabiola Ruíz, voluntaria de uno de los dos comedores sociales que han abierto las parroquias locales.
Imagen: DW/A. Sáez
Desnutrición
David Andrade, de 49 años, perdió 50 kilos en el último año debido a los problemas para conseguir alimentos en Venezuela. Vino desde Valencia hace un mes para poder seguir su viaje a Ecuador, pero antes espera recuperar algo de peso y ahorrar el dinero necesario.
Imagen: DW/A. Sáez
Obstáculos para dar comida gratis
El comedor de Diócesis de Cúcuta atiende a unas 500 personas diarias. Hace un año daban comida a más de 1.500 pero los vecinos se quejaron y tuvieron que limitarse a los más vulnerables. El alcalde de la ciudad, César Rojas, dijo que planteó la posibilidad de abrir un comedor municipal pero varios organismos internacionales le advirtieron que tal iniciativa requería de una preparación extensa.
Imagen: DW/A. Sáez
Más mujeres solas con niños
Leyvis Dorante, de 28 años, pasó de 65 a 40 kilos en los últimos meses por los problemas alimenticios. Acaba de llegar a Cúcuta sola con sus dos hijos, Junior de 12 y Zairi de 4, para buscar un trabajo en Colombia. Cada vez se observan más mujeres solas con niños que en muchos casos emprenden el viaje para reencontrarse con el marido que abandonó Venezuela meses antes para instalarse en otro país.
Imagen: DW/A. Sáez
Un trámite, una fila interminable
Las colas de venezolanos han copado el paisaje urbano de Cúcuta. Una de las más comunes se encuentra frente a la Registraduría, donde centenares de venezolanos aguardan hasta cinco días y pernoctan en la entrada para solicitar la doble nacionalidad colombiana. La ciudad se ve desbordada por esta llegada masiva y apenas se producen mejoras en la atención de la crisis.
Imagen: DW/A. Sáez
Las calles de Cúcuta, un albergue a cielo abierto
Tras el desalojo a finales de enero del llamado ‘hotel Caracas’, unas canchas donde pernoctaban unos 500 venezolanos, la mayoría buscó hostales baratos o casas particulares donde hospedarse, pero muchos otros malviven por las calles.
Imagen: DW/A. Sáez
Se dispara la prostitución
La necesidad ha llevado a decenas de jóvenes venezolanas –muchas son menores de edad– a vender sus cuerpos. Ofrecen sus servicios por 25.000 pesos (9 dólares), un precio cada vez más bajo. Algunas recaudan lo necesario para continuar su viaje, mientras que otras vienen por temporadas para ahorrar lo suficiente para regresar a Venezuela y mantener a sus familias.
Imagen: DW/A. Sáez
Entran materiales de construcción y sale comida
Durante la noche se cierra el paso peatonal por el Puente Simón Bolívar y se inicia el transporte de carga. Según datos de las autoridades aduaneras colombianas (Dian), en el mes de enero ingresaron 239 camiones con carga desde Venezuela, una media de unos ocho diarios. Casi todos transportan materiales de construcción. Los camiones colombianos que cruzan a Venezuela suelen llevar alimentos.
Imagen: DW/A. Sáez
Pernoctar en la misma frontera
Centenares de venezolanos duermen en la misma frontera colombiana de La Parada, una imagen inusual hace unas semanas. Algunos son vendedores que prefieren evitarse el trajín de ida y venida a Venezuela, mientras que otros lo hacen por falta de dinero para pagarse un alojamiento en el centro de Cúcuta, donde la policía los desalojará de parques y aceras.
Imagen: DW/A. Sáez
Aumenta el peligro en la frontera
En lo que va de año han sido asesinados, al menos, 20 venezolanos en varios puntos fronterizos. En varias ocasiones fueron hallados con signos de tortura. Las autoridades manejan la hipótesis que se deba a ajustes de cuentas entre las bandas que proliferan en esos lindes o bien acciones de grupos sucesores del paramilitarismo que controlan las trochas fronterizas ilegales.
Imagen: DW/A. Sáez
Una terminal dormitorio
Durante toda la jornada, centenares de venezolanos se aglomeran en la terminal de autobuses de la ciudad. La mayoría tiene que esperar al menos un día hasta lograr su pasaje y deben pernoctar en la terminal, uno de los lugares más seguros ya que están custodiados por agentes policiales.
Imagen: DW/A. Sáez
Bogotá o Rumichaca, los destinos predilectos
La mayoría de los venezolanos que aguardan en la terminal se dirigirán hacia Bogotá, la ciudad con mayor migración venezolana, o hacia Rumichaca, el paso fronterizo con Ecuador, que en los últimos meses comienza a presentar las mismas aglomeraciones que Cúcuta. Los principales destinos del éxodo venezolano terrestre: Colombia, Ecuador, Perú y Chile, en este orden marcado por la distancia.