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¿Cuánto color necesita el arte?: estrategias en la Documenta

Jens Meinrenken (LBM)8 de agosto de 2007

El hilo conductor no existe, ni tampoco la prometida “migración de las formas”. ¿Qué permanece en la memoria de una exposición, considerada desde 1955 como el espectáculo de arte contemporáneo más importante del mundo?

Color que brilla en la Documenta: obra de Íñigo Manglano Ovalle.Imagen: Katrin Schilling / documenta GmbH

Una respuesta a esta pregunta podría ser el color. Ningún otro elemento creativo resalta tanto, ni determina de modo similar la forma en que se perciben las obras de arte. La importancia del color puede observarse especialmente en el trabajo de Íñigo Manglano Ovalle en una de las salas de la Documenta.

En la oscuridad oculta Íñigo Manglano Ovalle un laboratorio móvil.Imagen: Foto Katrin Schilling / documenta GmbH

Una vez superada la estatua con forma de jirafa de Peter Friedls, llamada Brownie, se abre una puerta diminuta que lleva hasta una sala de penetrante luz naranja, a la que le sigue una habitación oscura: sólo con dificultad se logran distinguir en la penumbra unos contornos. Transcurrido cierto tiempo, descubrimos la escultura completa. Se trata de un remolque metálico, diseñado a partir del dibujo por ordenador con el que intentara demostrar en su día el ex ministro de Defensa estadounidense, Colin Powell, la existencia de laboratorios móviles para la producción de armas de destrucción masiva en Irak.

De un solo vistazo, el observador descubre cómo las fantasías de ciertos políticos pueden llegar a plasmarse en formas concretas e influir en sus apreciaciones de la realidad internacional.

El arte y la filosofía

Kapai, de John McCracken.Imagen: Elkon Gallery, Inc., New York

El juego con el poder luminoso de los colores no es nada nuevo y, sin embargo, fascina todas las veces. Recordemos tan sólo los trabajos de James Turrells o del artista danés Ólafur Elíasson, que hace unos años sumergió en luz amarilla la sala del Tate Modern de Londres: dos ejemplos que festejan la sublimidad del arte que se ha visto desde el romanticismo influido por los textos filosóficos de Edmund Burke e Immanuel Kant.

A Burke y Kant se les suman las clases magistrales de Hegel sobre la estética, en las que describe el color en la pintura como “una forma de hacer luz en la oscuridad”. Más allá de su simple naturaleza física, el color adquiere espíritu propio y valor absoluto, y ambos se manifiestan en el arte.

Como filósofo, Roger M. Buergel, director artístico de la Documenta, conoce muy bien esta tradición y la utiliza en sus estrategias.

Hysterical Tears, de Juan Dávila.Imagen: Kalli Rolfe Contemporary Art

Jugando con el arte

Muchas de las obras expuestas al público, como las de Juan Dávila, John McCracken o Gerwald Rockenschaub cumplen su obligación en la combinación de colores y formas, pero les falta un formato artístico que realmente convenza. Lo mismo sucede con las coloridas salas que van desde el Pabellón Aue hasta la Nueva Galería, pasando por el Museo Fridericianum.

Deep Play, de Harun Farocki.Imagen: Greene Naftali Gallery, New York

Y pese a todo, resulta entretenido caminar sobre el suelo verde de la Documenta, que con sus líneas blancas recuerda a un campo de fútbol o una cancha de tenis. Las paredes azul cielo, los carritos que presenta Cosima von Bonin en su escenificación “Relax, It´s only a Ghost”, refuerzan la sensación de encontrarse al aire libre.

Y sin embargo, no se busca establecer una especie de competición deportiva para determinar qué obras gustan más a los visitantes. Como mucho, cabe la asociación entre el trabajo de von Bonin y la exposición “Deep Play” de Harun Farockis en el Museo Fridericianum, que con mucha vista mediática trata sobre el Mundial de Fútbol 2006.

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