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Sociedad

Cuando el pánico bloquea la ayuda en la zona del tsunami

Julian Küng
26 de diciembre de 2018

Tres días después del tsunami en Indonesia se trabaja a marchas forzadas en las tareas de rescate y desescombro. Pero hay muchos factores que dificultan ese trabajo, como descubrió Julian Küng al llegar a la zona.

Zerstörung der Küstenregion in Banten zwischen Anyer und Labuhan
Imagen: DW/J. Küng

Con una rama, Rahmat revuelve en un charco de lodo. Saca un zapato de tela empapado. "Lo hemos perdido todo", dice desesperado el niño, mientras sus tres hermanos recorren los escombros que eran su hogar hace unos días.

Cerca, Uju Sukarsi golpea con su machete los bambús entre los restos de su local en la playa inundada. "Mi querido restaurante de fideos está en ruinas", dice desconsolada esta madre de dos hijas. Son solo dos ejemplos de entre miles de destinos truncados en la región de Banten, en el oeste de la Isla de Java, tres días después de la devastadora ola que dejó un panorama apocalíptico.

Las pertenencias, perdidas: el restaurante de Uju Sukarsi.Imagen: DW/J. Küng

Las sirenas de las ambulancias  se oyen constantemente. Llevan a los centros médicos a los heridos encontrados a través de la estrecha carretera costera entre Sumur y Anyer. Al menos 429 han muerto, según la información más reciente sobre el tsunami, y unos 1.500 resultaron heridos.

El comandante Rico Sirait coordina los convoys de ayuda.Imagen: DW/J. Küng

Todo pasa por la carretera de la costa

La carretera de la costa se ha convertido en una ratonera, afirma el comandante Rico Sirait en entrevista con DW, el martes (25.12.2018) por la tarde: "Solo unas diez estrechas calles se podrían usar en caso de un nuevo tsunami como ruta de evacuación hacia las zonas más elevadas". Con una velocidad de la ola de 25 km/h, solo se puede huir si se es un corredor muy rápido. "Por eso hemos llevado ya a mamá a una aldea que está a más altura", explican los hermanos Rahmat mientras recopilan los restos de sus pertenencias, a escasos metros de la orilla del mar.

El crudo horror: los hermanos Rahmat contemplan las ruinas de su casa.Imagen: DW/J. Küng

De repente se desata el pánico. "¡Putar Bale! ¡Putar Bale!" ('¡Que vuelve, que vuelve!) se escucha desde los coches al pasar. Un soldado agita las manos y ordena a los conductores que giren. Los vehículos tocan la bocina, la gente salta a las furgonetas, rumbo hacia el norte, para escapar de la amenaza de tsunami.

Una hora más tarde llega el desmentido del Ejército: "¡Falsa alarma!", tranquiliza el comandante Sirait desde la base. "Mejor una vez de más, que una de menos", dice un motorista que lleva suministros a Sumur. Porque el sistema de alerta temprana falló estrepitosamente el sábado pasado. Cuando la ola gigante llegó a la costa no había habido alerta de tsunami.

La distribución de la ayuda es laboriosa, pero todos colaboran.Imagen: DW/J. Küng

Tiempo perdido para la entrega de ayuda

"Gran parte del tráfico de la costa lleva comida a los campos de refugiados del sur, y la falsa alarma ha retrasado innecesariamente los suministros", se queja el comandante Sirait respecto a la enorme tarea de atender a las 16.000 personas sin hogar. Las cajas de fideos instantáneos se amontonaban detrás de él en el centro de distribución de los militares. "Desde aquí suministramos alimentos y artículos de higiene a 14 aldeas", dice el soldado Wahyu, mientras otro camión cargado parte hacia el campamento de refugiados.

(lgc/cp)

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