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Cuba: artistas rebeldes y promesas incumplidas

4 de diciembre de 2020

La protesta de intelectuales derivadas de las demandas de libertades del Movimiento San Isidro militariza las calles habaneras, atrinchera al gobierno en viejas fórmulas y divide más a la oposición en la isla y afuera.

USA Protest San Isidro Bewegung in New York City
Imagen: John Nacion/STAR MAX/AP Images/picture alliance

Las llamadas Avispas Negras, fuerza élite del ejército cubano para situaciones de crisis y estallidos sociales, custodian las calles de La Habana; agentes de la policía política detienen y amenazan a opositores y artistas contestatarios, y los medios masivos de comunicación amplifican las palabras del presidente Miguel Díaz Canel cuando asegura que la actual rebelión de artistas e intelectuales que estremece la isla ha sido orquestada y financiada desde Estados Unidos. Solo la presencia marcial amenazante de las Avispas Negras es algo nuevo en la situación de represión cotidiana vivida por la sociedad civil opositora en el que ya en la isla el pueblo llama en silencio "el año negro de la pandemia".

Isla en negro

Momentos de tensión como los que han provocado la huelga de hambre de artistas del proyecto cultural Movimiento San Isidro y el modo brutal en la policía política cubana desalojó a los huelguistas de la propia casa de uno de ellos, no abundan en la historia de la cultura cubana, pero es necesario recordar que sí existieron precedentes.

En 1961, a raíz de la censura del corto cinematográfico "PM", de los realizadores Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, se creó una discusión intelectual tan peligrosa en torno a las libertades creativas, que el mismo Fidel Castro se vio obligado a detener aquel cisma pronunciando sus famosas "Palabras a los intelectuales" donde dejó establecido su clásico dogma "Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho", que se convirtió en la más efectiva camisa de fuerza para la cultura cubana.

Situación similar, pero esta vez con críticas llegadas desde el exterior, en la voz de los intelectuales y artistas de renombre internacional que hasta ese momento habían apoyado a la Revolución, tuvo que enfrentar Fidel Castro tras la represión oficial contra el poeta Heberto Padilla, en lo que se conoce como "Caso Padilla", punto de ruptura que dividió a la intelectualidad mundial en bandos antagónicos irreconciliables.

En los años ochenta, influenciados por los vientos de cambios en la antigua Unión Soviética y el campo socialista, la isla se vio sacudida por movimientos artísticos francamente contestatarios, protagonizados por las artes plásticas y el teatro; y por intentos de renovación ideológica, entre los que destacó la lucha por una reforma universitaria organizadas desde el movimiento estudiantil en la Universidad de La Habana. Ni la cultura ni la educación superior cubana jamás volvieron a ser las mismas, especialmente por el amplio éxodo de creadores derivado de las estrategias represivas del gobierno. Y en una mítica reunión en el Palacio de la Revolución en 1987 los estudiantes de la Facultad de Periodismo del Alma Mater habanera exigieron respuesta a Fidel Castro para muchas de las mordazas y vicios propagandísticos que se le habían impuesto al ejercicio periodístico en la isla, lo que derivó en una represión silenciosa pero efectiva que marcó un antes y un después en el periodismo cubano, dejándolo herido de muerte.

En 2007, tras el homenaje que la TV cubana ofreció a dos reconocidos comisarios culturales, responsables de la represión artística en las décadas del 60 y 70, cientos de escritores en la isla y el exilio comenzaron un intercambio espontáneo de emails críticos en lo que se conoce como "Guerrita de los Emails", rebelión inconsciente que fue sofocado mediante la misma táctica que en estos días se impone al Movimiento San Isidro y a la RAIL (Red de Artistas Independientes Libres), que nació de la concentración de más de 300 jóvenes artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura mientras exigían explicaciones por la escandalosa represión contra sus colegas de San Isidro.

El diálogo traicionado

Democráticamente, los más de 300 manifestantes eligieron a 30 colegas para que hablaran en su nombre con las autoridades culturales (en este caso, el viceministro Fernando Rojas, un gris funcionario conocido por su ferviente estalinismo, quien dijo desconocer que en Cuba se producían represiones cotidianas contra los artistas independientes). Exigieron diálogo, soluciones a la ausencia de libertades. El viceministro les prometió una "tregua a la creación independiente", lo cual es ya un indicador de que existía una guerra oficial contra ese sector cada vez más amplio de creadores que no desean estar bajo la tutela de las instituciones culturales gubernamentales. Pidieron, finalmente, que al salir de la reunión no se les apresara, como solía sucederles en las últimas semanas.

El gobierno incumplió todas esas promesas. Y la tregua fue rota por el propio presidente cubano: en un acto público de artistas y jóvenes defensores de la Revolución, supuestamente espontáneo aunque luego se sabría que no fue así, se puso el traje de guerrero y volvió a apelar a las consignas de trinchera de siempre: los artistas que se quejaban eran mercenarios, se habían equivocado de país, y Cuba y la Revolución responderían al ataque.

A partir de ese instante, la campaña mediática de descrédito contra los gestores del Movimiento San Isidro, especialmente contra el artista del performance Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maykel Osorbo, a quienes se les negó cualquier tipo de talento artístico, se extendió a todos los líderes de la concentración en el Ministerio de Cultura, encabezados por la internacionalmente conocida artista Tania Bruguera, el joven teatrista Yunior García, y otros jóvenes creadores, que fueron atacados en los medios de prensa, apresados por la policía política y amenazados con fuertes represalias por "desestabilizar la nación".

El posicionamiento con respecto a las estrategias de lucha de estos dos grupos de artistas ha llegado a ser también manzana de la discordia entre la oposición política o intelectual, tanto en la isla como en el exilio. Unos acusan a los de San Isidro de mediocres; otros son tildados de "dialogueros" y, en ambas esquinas de este improvisado ring de boxeo, se acusan unos a otros de ser infiltrados de la policía política para derribar esta rebelión. El mismo día en que prometió conversar con los artistas independientes, el gobierno de Díaz Canel hace oficial que no aceptará ningún tipo de diálogo, justificándose en una vieja táctica: según el comunicado, publicado en todos los medios oficiales, tanto lo ocurrido en el Movimiento San Isidro como la concentración de 500 artistas frente al Ministerio de Cultura es una maniobra quintacolumnista de los enemigos de la Revolución Cubana. 

Ni los opositores políticos, ni los artistas protagonistas de la huelga, ni los que reclaman diálogo al gobierno, han sabido establecer las necesarias alianzas dentro de la diversidad para encauzar sus justas exigencias por vías alejadas de las usuales capillas divisorias y las diferencias estéticas. Todo apunta a que nuevamente el gobierno de La Habana logrará contener esta marea que los tomó de sorpresa y, por la irracionalidad de su reacción represiva, parecía que casi se los tragaba. De la verticalidad y sabiduría de los artistas ante las históricas estrategias de contención de los comisarios culturales y políticos dependerá que las aguas regresen a los rígidos cauces trazados por el poder que heredó Díaz Canel o que se deslicen inquietas, revueltas, hacia ese espacio abierto y plural que la cultura cubana merece.

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