Danja busca a su padre cubano
7 de octubre de 2009La madre de Danja es alemana; su padre, cubano. Un cubano que de 1981 a 1985 trabajó en la fábrica de automóviles estatal VEB Automobilwerk Eisenach. Durante muchos años, en la RDA faltó mano de obra. Cuba envió entonces al país hermano socialista 30.000 trabajadores contratados.
En Eisenach, una ciudad en el sureste de la RDA, de unos 50.000 habitantes, muy cerca de la frontera con la por entonces Alemania Occidental, se fabricaban los automóviles de la marca Wartburg, el modelo de punta de Alemania Oriental.
“A los 16 estaba perdidamente enamorada”, dice Jacqueline, la madre de Danja. Había quedado fascinada con el temperamento caribeño de los cubanos, que bailaban salsa en lugar del pop alemán, bebían Havanna Club en lugar de cerveza, traían frutas tropicales y ponían color en el gris de la vida cotidiana de la RDA.
La mayoría de los habitantes de Eisenach no compartía su entusiasmo. Para muchos, los cubanos eran “demasiado ruidosos, atrevidos, poco civilizados”. En los bares a menudo había discusiones y riñas. “A los cubanos no hay que permitirles el ingreso a las discotecas”, era una opinión corriente.
Pero Orestes fue aceptado cuando nació Danja, dice Jacqueline. Sin embargo, muy poco después se terminó su contrato y Orestes tuvo que volver a Cuba. Hasta la caída del Muro, las autoridades cubanas pagaron alimentos a Jacqueline a través de la Embajada, luego el contacto se interrumpió.
“Cuba es parte de mi identidad”
“Para entonces me había acostumbrado”, dice Jacqueline, “y para mí todo estaba bien y el tema, cerrado”. No así para Danja. La hija de Orestes escribe a la Embajada, a la Cruz Roja, al diario Granma, pero nunca recibe una respuesta. Luego pone un anuncio en Internet, con los pocos datos de Orestes registrados en su partida de nacimiento. Para viajar a Cuba no tiene dinero. Por ello se imagina escenas, que Orestes vive en una pequeña finca, con jardín. “Cuba es parte de mi identidad”, dice, triste, porque no conoce a su padre cubano.
En agosto de 2009, durante una visita de vacaciones a Cuba, decidimos buscar al padre de Danja. Con un taxi llegamos a Quemado de Güines, una población de unos 22.000 habitantes en la provincia de Villa Clara, a 72 kilómetros de Santa Clara, la capital.
Lo primero que vemos es una estación de autobuses abandonada. Junto a un carro de caballos, un vendedor de sándwiches. Cuando le preguntamos por Orestes, nos dice: “¿Orestes? ¿El que trabajó en Alemania? Habíamos dado efectivamente con él. Luego nos indica el camino en dirección a la Policlínica. Allí, en el departamento de ancianos trabaja Orestes.
"¡Vete a festejar!"
Un hombre más bien pequeño, que mira algo inseguro, es empujado hacia delante por sus colegas de trabajo. Sus ojos ríen y lloran cuando ven las fotos que traemos. “¡Danja! Se ve como mi hermana, por la que la llamamos así”, susurra. Sus colegas le palmean la espalda. “¡Vete a festejar!”, le dicen.
Orestes nos invita a su apartamento, en un edificio de partes prefabricadas, uno como en el que vive también Danja. No es una finca, pero sí tiene un jardín. Los recuerdos salen a borbotones. También Orestes quiso contactarse con Danja, pero luego del colapso del bloque socialista, fue difícil: “todos teníamos que luchar por sobrevivir, porque nos habíamos quedado sin socio comercial”. No obstante siempre soñó con volver a ver a Danja.
En Eisenach, Danja desborda de alegría por las buenas noticias. Con un diccionario y algunas palabras de español que sabe su madre, hija y padre se comunican de alguna forma por teléfono. “Aún me tengo que acostumbrar a todo esto”, nos dice Danja una semana más tarde en Alemania. Luego agrega con sonrisa cómplice que ya está buscando vuelos a Cuba, aun cuando para poder viajar tiene que ahorrar todavía un par de meses.
Autora: Anne Herrberg/PK
Redactora responsable: Emilia Rojas