Esta es la historia de algo que no tuvo que ocurrir. Es la historia de algo mezquino, ilegal, clandestino, opresivo, descabellado, dictatorial. Es la historia de unos hombres que están donde no deben estar. Es la historia también de lo que tres hombres hicieron a otros 261 hombres. Hombres distintos, venezolanos, salvadoreños. Pandilleros algunos. Criminales, quizá, otros. Simplemente migrantes otros tantos. Es también un buen resumen de lo que pasa en estos días estrafalarios en América.
Tres hombres lo impusieron. En este orden: Nicolás Maduro, Donald Trump y Nayib Bukele.
261 hombres lo padecen: 23 supuestos pandilleros salvadoreños, 137 supuestos miembros del Tren de Aragua y 101 migrantes venezolanos.
Vamos por culpas, sin extendernos mucho, a lo básico, lo obvio.
Nicolás Maduro: dictador de Venezuela desde 2013. Protagonista principal de un país en miseria, donde más del 50 % de las familias sobreviven en pobreza extrema. Culpable sin matices de que 7,7 millones de sus compatriotas se hayan largado de su país, atravesando la muerte y la selva, para vivir. Otra vez, sin matices: para vivir, para comer, para que sus hijos coman.
Donald Trump: el criminal condenado que gobierna el país más poderoso del mundo desde enero de este año, y que ha prometido deportar y deportar y deportar como nunca nadie antes ha deportado en ese país deportador.
Nayib Bukele: el presidente inconstitucional de un minúsculo país de Centroamérica, el que ofreció a Trump su pequeño pedazo de mundo como la cárcel más grande del continente.
Este domingo 16 de marzo, un avión despegó de Estados Unidos y aterrizó en El Salvador con 261 hombres esposados. Policías y militares bajaron a esos hombres de ese avión con la delicadeza que se ocupa para bajar al ganado de un camión. Les hundieron la cabeza, les obligaron a correr, les raparon el pelo, les vistieron de blanco, les metieron a una celda. Lo filmaron todo, para dejar evidencia ante el mundo de que habían hecho lo que habían hecho.
Dos de aquellos hombres lo celebraron en sus redes: Trump y Bukele. Uno de aquellos hombres vociferó su indignación: Maduro. Todo mal.
Todo mal: Maduro, el que ahora finge indignación, es el tirano que expulsó a millones de venezolanos que huyeron a Estados Unidos a buscar vida. Es el hombre que conminó a miles de mujeres y de niñas y de niños y de hombres a la despiadada selva del Darién, a tanta gente que sobrevivió enlodada, picada, infectada, violada, herida, putrefacta, y creyó que era posible que
eso valiera la pena.
Trump, hay poco que decir de Trump. Trump es transparente: es racista, cruel y xenófobo y lo ha dejado clarísimo desde hace mucho tiempo. Y por eso muchos estadounidenses lo quieren, lo votan, lo eligen.
Bukele, el hombre papalote, piscucha, cometa, el que va donde el viento sopla, siempre y cuando él pueda permanecer en lo alto. El izquierdista que se hizo conservador; el exefemelenista que se hizo trumpista; el que pactó con la Mara Salvatrucha-13 durante tres años desde que en 2019 llegó a la presidencia salvadoreña; el que permitió la liberación de un líder de esa pandilla, Crook, que ahora -todavía- está en Estados Unidos tras su recaptura en México por el FBI; el que ha instaurado la tortura en las 21 cárceles que esconde al mundo; el que solo muestra una cárcel, la que ofreció a Trump y también a decenas de periodistas y youtubers que, sumisos, filmaron la exclusiva de sus vidas, pasearon por la escenografía que les quisieron mostrar; el dueño de esa megacárcel donde recluyó a los 261 hombres que ahora están ahí, donde no deberían estar. Mezclados esos hombres, como si todos fueran iguales, como si todos tuvieran las mismas cuentas pendientes. Mezclados esos hombres, como si migrante y criminal fuera lo mismo; como si venezolano y Tren de Aragua fuera lo mismo.
Raras veces nos encontraremos una escena que rezuma tan bien el nuevo bucle de los déspotas. Los variopintos déspotas americanos: el que se dice revolucionario, el que se dice anticomunista, el que se dijo izquierdista y después se dice conservador; el que desde El Salvador se burló en sus redes de un juez estadounidense y escribió: "Upsss… muy tarde”, porque el juez estadounidense prohibió el envío de los 261 hombres a su país cuando esos hombres ya iban en el aire hacia su mazmorra en el Pacífico.
Sea como sea, el viaje más ecléctico de esta modernidad de caudillos se ha completado. Hombres que huyeron de la república bolivariana de la pobreza, que atravesaron el continente del desinterés y llegaron a la tierra prometida que ha dejado de tener promesas para ellos, retornaron esposados a la mitad de América, a un país chiquito que controla un hombre que dirá lo que deba decir y encarcelará a quien deba encarcelar para conservar el poder total.
Y lo que queda son preguntas. ¿Esos 137 hombres que nos han dicho que son del Tren de Aragua, son del Tren de Aragua? ¿Quién lo prueba? ¿Un juez, un expediente fiscal, un tatuaje, una intuición? ¿Y esos 101 hombres venezolanos que fueron deportados por ser migrantes tienen algún delito más allá de ser migrantes? ¿Están en una cárcel salvadoreña de máxima seguridad mezclados con pandilleros salvadoreños solo por ser migrantes? ¿A esos hombres, cómo los van a juzgar, quién, en qué país, bajo qué leyes, por qué delitos, en cuánto tiempo? ¿Y sus familias, van a poder hablar con esos hombres? ¿Y los 23 hombres que nos han dicho que son de la Mara Salvatrucha-13, quiénes son? Porque solo nos presentaron a dos pandilleros salvadoreños en aquel video de hombres hincados, reptando. ¿Y qué mensaje envía la devolución de Greñas, uno de esos dos hombres, líder histórico de la MS-13, a quien Estados Unidos acusa de narcoterrorismo junto a otros 26 líderes pandilleros salvadoreños en una corte de Nueva York? ¿Qué mensaje envía a los otros líderes de la MS-13 que, quizá, quieren colaborar con la justicia estadounidense y contarle su pacto con el gobierno de Bukele? Ahora saben que pueden acabar de vuelta en una cárcel de El Salvador, a merced del hombre al que inculparon. ¿Y qué deben entender los agentes del FBI que participaron en la captura de Greñas en Chiapas, México, en junio de 2024, ahora que ha sido devuelto a El Salvador el líder pandillero a quien Estados Unidos les pidió localizar y capturar antes de que lo hicieran las autoridades de El Salvador? ¿Deben entender que aquello ya no vale la pena, que cualquier vínculo entre la organización salvadoreña acusada de terrorismo y el presidente Bukele es ya un tabú en su propio país?
Y lo que queda son más preguntas, urgentes preguntas: ¿Y qué debe entender cualquier migrante indocumentado en Estados Unidos? ¿Debe entender que una posibilidad es acabar en una cárcel de máxima seguridad de El Salvador, mezclado con pandilleros de una pandilla que no entiende? ¿Y qué debe entender el autoritario Bukele de las leyes, de sus límites fuera de su pedacito de mundo, si el presidente más poderoso del planeta le envió a 261 hombres, aunque un juez ordenó que no lo hiciera?
Y lo que queda también es una certeza de este tiempo: este es nuestro tiempo y mucha gente celebra que este sea nuestro tiempo. Celebran lo que no entienden. Celebran lo que les han mostrado en videos de propaganda. Celebran sin preguntar.
Y lo que queda son preguntas.
(cp)