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Expedición

4 de noviembre de 2014

Para ir de expedición, hay que estar preparado. ¿Qué llevar en la mochila? ¿Cuál es la mejor forma de viajar? ¿Cómo reaccionar ante las adversidades? Trataremos todo esto en nuestro especial interactivo.

Preparo mi mochila y parto hacia un lugar donde el hombre todavía no ha llegado. Los investigadores deben estar preparados para todo cuando se aventuran en los rincones más ocultos del planeta. Aún así, nadie sabe exactamente qué se esconde detrás de cada árbol, al final de la siguiente colina, o bajo el agua. La amenaza de enfermedades, mal tiempo y animales salvajes es constante. Y, en el caso del experto en anfibios y reptiles Dirk Embert, también se cierne la constante amenaza de los conflictos políticos.

“Un helicóptero nos llevó de Cochabamba a la cordillera de las Mosetenes”, recuerda Dirk Embert. En este viaje, el experto fue con otros diez científicos en septiembre de 2003 a uno de los últimos rincones desconocidos del mapa, en los Andes bolivianos. “Establecimos nuestro campamento o a unos 2.000 metros de altura y comenzamos inmediatamente con la investigación”, cuenta el actual miembro de WWF. Su objetivo era descubrir nuevas especies animales y vegetales que llenaban de color la desconocida área. Durante las cuatros semanas que duró la expedición, no hubo tiempo alguno para relajarse. Los únicos lujos culinarios que se podían permitir eran algo de carne seca y un pedazo de chocolate durante el día.

Asimismo, durante todo este tiempo, el grupo tuvo que trabajar en soledad, puesto que por aquel entonces no había carreteras, caminos o material cartográfico de la zona, y tampoco había señal de radio, televisión o celular. No había contacto alguno con el mundo exterior. Lo único que tenían era una cita concertada: pasadas las cuatro semanas, el helicóptero volvería para recoger a los científicos.

Pero el helicóptero no llegó. “El día en el que debía venir, todos hacíamos bromas”, dice Embert. “Nos reíamos, comentando que por fin podríamos disfrutar de las temperaturas tropicales de 25°, y podíamos ir a nadar en las lagunas de los alrededores”.

Pero cuando pasó al tercer día sin que hubiera llegado el helicóptero, hasta el investigador más optimista había perdido el sentido del humor. El inventario de la expedición había sido diseñado para durar cuatro semanas, incluso un poco más si era necesario, pero no mucho. Los sacos de arroz y alubias estaban ya casi vacíos.

Si el helicóptero no llegaba, la única opción era tratar de dirigirse en grupo hacia la localidad más cercana. Una auténtica expedición hacia lo desconocido: una caminata de una, o incluso dos semanas, sin suministro de alimentos, solamente con una brújula y un machete en la mochila, con la propia intuición como única guía.

“Pasaron cinco días sin que cambiará la situación, y cada vez estamos más tensos. Solo entonces nos decidimos a actuar en consecuencia, lo que significaba dejar atrás nuestros materiales de investigación y descubrimientos”, cuenta Embert.

No obstante, justo cuando el grupo se preparaba para ponerse en camino, apareció en el horizonte el helicóptero, con varios agujeros de bala visibles, y el piloto al borde de un ataque de nervios. ¿Qué había pasado?

Mientras Embert y sus compañeros se dedicaban a buscar serpientes, salamandras y ranas en la selva, en la capital boliviana, a 200 kilómetros de distancia, tuvo lugar un golpe de estado. El presidente Gonzalo Sánchez de Lozada había provocado un levantamiento civil tras vender a precios bajísimos gas natural a compañías petroleras norteamericanas. El ejército hizo uso de las armas para hacerse con el poder, y al menos sesenta personas murieron. En la historia, este momento pasó a conocerse como “Octubre Negro”.

El piloto del helicóptero era el único que podía llegar con su vehículo a la sede del gobierno más alta del mundo: La Paz está situada a más de 3.000 metros de altura. Durante los días en los que los investigadores esperaban la llegada del helicóptero, el piloto tenía que transportar a un ministro detrás de otro fuera de la zona de peligro. El rescate de los científicos era, en estas circunstancias, imposible.

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Pero con una pequeña mentira, el piloto logró salvar sus vidas: convenció a sus superiores de que el helicóptero necesitaba reparaciones, y durante el tiempo de espera hasta que el helicóptero fuera llevado al taller, el piloto voló hasta la cumbre de la montaña para recoger a Dirk Embert y su grupo.