Cien años después de la Batalla de Verdún vuelven a ser leídas. Cartas que los soldados escribieron a sus cercanos. Son un reflejo de una era y un testimonio de lo que pasa por la cabeza cuando se vive rodeado de muerte.
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“Varios soldados heridos concuerdan en que, si insisten en enviarnos a morir de forma tan estúpida como hasta ahora, entonces les daremos un poco de su propia medicina por el trasero, para que también sepan cómo se siente”.
(Carta anónima del 21 de febrero desde Stuttgart, posiblemente enviada desde un hospital y dirigida a las autoridades imperiales).
“Estamos bastante cerca de los franceses... nos lanzan papeles donde nos avisan que de su lado el asalto es inminente y nos piden que abramos fuego para detener esa ofensiva”.
(Carta del cabo Adolf Benedict de junio de 1915 a sus padres).
“No tengo la más remota idea de para qué debemos seguir luchando, quizás para que los periódicos puedan publicar una historia que no es la real... Quien desea que la guerra continúe no puede ser llamado nunca más 'ser humano'. La desesperación no puede ser mayor en territorio enemigo, así como en casa. Solo puede quedar gente que no tiene idea de todo esto”.
(Carta desde el frente occidental fechada el 17 de octubre de 1914. Un ejemplo de la diferencia entre lo que se vive en el frente de combate y las versiones oficiales publicadas en la prensa alemana).
“Un correo nos trajo la noticia de que nuestras ametralladoras estaban provocando bajas en civiles que habían sido muy amables con nosotros. En una retirada, dispararon en sus casas, prendieron fuego y pronto una columna de humo oscureció la tarde. En las colinas se reunieron los ancianos y otros, la mayoría mujeres, que vivían en las casas quemadas. Los soldados sacaron a la gente joven que fue descubierta con armas. Esos fueron ejecutados sumariamente”.
(Carta desde el frente belga, en Lieja, que fue publicada por el Schwäbischen Merkur el 18 de septiembre de 1914. Esto probaría los crímenes de guerra cometidos por los soldados alemanes contra los civiles en Bélgica. Ya corrían rumores sobre las brutalidades cometidas por los germanos cuando fueron expulsados de Bélgica).
“Mientras les escribo estas líneas, a las 20 horas, ocho soldados son enterrados juntos en una fosa común. Hoy un disparo en el pecho, mañana en la fría tumba. Un disparo dio de lleno en una caseta. Esos ocho eran parte de un equipo de 15 bravos soldados, que antes de que se dieran cuenta ya estaban muertos. Una cosa de todos los días”.
(Carta abierta del profesor católico Schäfer del 6 de abril de 1916 a su antigua clase. Publicada en el diario Freiburger Tagespost. Un ejemplo de los intentos, llevados a cabo especialmente por la prensa confesional, de mostrar “a las nuevas generaciones la seriedad de lo que sucede”).
“La orden era 'salta, avanza, avanza'. Fuimos sorprendidos por una lluvia de balas enemigas. En un nuevo intento, Heinrich dijo, a unos metros de mí, que había sido alcanzado por dos impactos. Le pedí que me siguiera hablando, pero me respondió 'no tiene sentido, saluda, por favor, a mis padres y a Tulla'. Lo llamé un par de veces, pero no respondió nada, solo quedó el silencio. De repente llegó la orden: 'Retroceder'. No pude quedarme”.
(Carta de un joven voluntario fechada el 23 de octubre de 1914).
Primera Guerra Mundial: sitios conmemorativos
Los tambores de guerra retumbaron durante cuatro años en Flandes. Ninguno de los ejércitos en conflicto pudo avanzar más que un par de kilómetros allende las líneas enemigas. En varios sitios se recuerda a los muertos.
Imagen: DW
La letra como ornamento
En 1928, el autor alemán Stefan Zweig visitó Ypern. En la puerta Menen, de reciente inauguración por aquellos días, anotó que la letra era tan sólo un ornamento ante la abrumadora presencia de 55.000 nombres de soldados de Reino Unido caídos o perdidos en acción durante el conflicto, y que no pudieron ser enterrados.
Imagen: DW/D. Duncan
Dolor grabado en piedra
Käthe Kollwotz tardó 18 años en tener listas las esculturas tituladas “Padres en duelo”. Su hijo Peter se fue al frente de batalla en octubre de 1914. Una semana más tarde había muerto. Apenas tenía 18 años. Su sepulcro se encuentra justo al pie de la escultura de su padre, en el cementerio de guerra Vladslo. Ahí están enterrados 25.644 soldados.
Imagen: DW/B. Görtz
Langermarck: abuso de los nazis
En 1914, altos mandos del ejército propagaron por el mundo una mentira: supuestamente, miles de estudiantes habían marchado hacia el frente de batalla entonando la “Canción alemana”. Años más tarde, la propaganda nazi repitió el mito una y otra vez. En realidad, los jóvenes fueron carne de cañón. Langemarck es un cementerio para soldados voluntarios que, por la leyenda, está cubierto de tristeza.
Imagen: Andre de Bruin
La “Colina 60”, punto neurálgico
En Ypern, Bélgica, por doquier hay restos de viejos búnkeres. Este es muy especial. La llamada “Colina 60” sobresale un par de metros de la superficie, por lo demás plana. Se usaba para controlar el panorama desde las alturas, y en caso necesario, para disparar al enemigo. Por ello fe un punto fuertemente disputado.
Imagen: DW/D. Duncan
El mayor monumento británico en el continente
En Tyne Coyt fueron enterrados 11.956 soldados, entre ellos cuatro alemanes. En el muro interior están inscritos los nombres de 34.957 soldados cuyos restos nunca fueron encontrados. La artillería y el fuego constante hicieron imposible recuperar todos los cadáveres. Cuando los campesinos encuentran algunos huesos, se llama a especialistas que se encargan de desenterrarlos.
Imagen: DW/B. Görtz
En la trinchera
Passchendaele es un sitio que ya no existe. En 1917, combatieron ahí tropas británicas y alemanas, y se utilizaron cuatro millones de granadas. Esa batalla, una de las más sangrientas de la conflagración, es recordada en el Memorial Museo Passchendaele 1917.
Imagen: Memorial Museum Passchendaele 1917
Gases como arma
En las inmediaciones de Ypern fue utilizado por primera vez el gas como arma de guerra. Emisiones de cloro causaban ahogamientos al enemigo. En julio de 1917, tropas alemanas usaron un nuevo arma llamado “Ypérite”. Fue el antecedente del “gas mostaza”; causaba quemaduras extensas y escoriaciones en la piel.
Imagen: Memorial Museum Passchendaele 1917
Lo que queda de Passchendaele
Para ir a Passchendaele hay que pasar por Zonnebeke. Tras cien días de cruenta batalla entre julio y noviembre de 1917, no quedó nada del pueblo. Unos cuantos restos dan apenas una vaga idea de lo que alguna vez ahí transcurrió.
Imagen: Memorial Museum Passchendaele 1917
Turismo de guerra
Ypern recibe sobre todo a visitantes británicos. Un hotel de la ciudad ofrece una experiencia especial: pernoctar en una habitación de paredes cubiertas de pintura como si fuese camuflaje, y botes de combustible a manera de mesillas. Otros recuerdos evocan los días aciagos de la Primera Guerra Mundial.
Imagen: DW/B. Görtz
De todo Reino Unido
Los nombres en las paredes de la puerta Menen están ordenados según el regimiento al que los soldados pertenecían. Se trata de listas muy largas, con nombres de soldados que también provenían de África, India, Paquistán, Nueva Zelanda, Australia o Canadá. ¿Acaso todos tendrían una idea de por qué causa luchaban en las lejanas tierras europeas?
Imagen: DW/B.Goertz
Solo queda el recuerdo
Desde que fue inaugurada la puerta Menen, en 1928, cada día a las 20 horas se celebra una ceremonia conmemorativa. Bomberos de Ypern desfilan en honor de las víctimas. En principio se recordaba solo a los soldados británicos fallecidos. Con el tiempo, también a los caidos de lasotras nacionalidades contendientes. De este modo, la puerta Menen se ha convertido en un sitio de conmemoración conjunta.