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Dióxido de carbono: bendición y maldición

13 de marzo de 2012

El dióxido de carbono (CO2) no es, en sí mismo, algo malo. De hecho, sin él no habría vida sobre la Tierra. Sin embargo, si se libera en grandes cantidades, es perjudicial. La dosis hace el veneno.

Simbiosis fascinante: lo que el hombre expira lo aspira la planta y viceversa.Imagen: CC/michaelroper

El CO2 es un componente natural del aire. Se ocupa de crear un efecto invernadero sobre la tierra, una especie de tapa que impide que desaparezca el calor de la superficie y que la Tierra se enfríe. Y la biosfera -o el ecosistema global- funciona de tal manera que hace posible la vida sobre el planeta. Los animales necesitan oxígeno para respirar, que convierten en dióxido de carbono. Las plantas, por el contrario, precisan dióxido de carbono para llevar a cabo la fotosíntesis y desprenden oxígeno. Si esta relación se mantiene en equilibrio, el sistema funciona.

La quema de combustibles fósiles rompe el ciclo.Imagen: KfW / Thomas Klewar

El hombre como factor perturbador

Pero este ciclo armónico se ve perturbado de forma palpable. "Desde el inicio de la Industrialización, la concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado considerablemente", afirma Friedrich-Wilhelm Gerstengarbe, del Instituto de Investigación de los Efectos del Cambio Climático de Potsdam (PIK, por las siglas en alemán). Desde entonces, las temperaturas han aumentado de forma evidente. Y no se trata solamente de la combustión de materiales fósiles, es decir, de carbón, petróleo y gas. También la creciente destrucción de áreas naturales, especialmente de superficies forestales, contribuye a desestabilizar este equilibrio. Se trata de zonas que, durante el desarrollo del planeta, han almacenado CO2 a lo largo de milenios. Su destrucción libera miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero en un corto periodo de tiempo.

Protección de bosques secos en Zambia

07:11

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De ciclo a círculo vicioso

Desaparece el bosque, desaparece también el filtro natural del CO2.Imagen: CC/RAN/David Gilbert

Las consecuencias son de gran calado: se intensifica el efecto invernadero natural y se precipita el calentamiento global. Las superficies destruidas no ofrecen las condiciones para albergar a especies animales y vegetales y tampoco pueden almacenar CO2. Guénola Kahlert, experta en bosques y clima de la organización Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), se muestra preocupada: "En relación con el cambio climático, la deforestación de los bosques constituye una bomba de relojería". Hasta un 15% de las emisiones globales están relacionadas con la devastación de las superficies forestales. En comparación con esta cifra, el tráfico de vehículos supone un porcentaje reducido del total de emisiones de CO2.

La experta de WWF acompaña un proyecto que tiene como meta la protección de los bosques de turba en Indonesia. "Solamente la destrucción de estas áreas genera cada año 2.000 millones de toneladas de CO2", explica Guénola Kahlert. Una cifra que supone el 8% del global de emisiones vinculadas a la combustión de fuentes de energía fósiles.

Incluso la vegetación más resistente sufre bajo el cambio climático.Imagen: CC/Lon&Queta

El "frente agrícola" acelera el cambio climático

Destrucción. Éso es lo que significa, en primer lugar, la tala o la desecación dirigidas a crear o ampliar superficies de cultivo para la producción de aceite de palma, arroz o maíz. "El hombre crea la necesidad y toma el terreno que precisa para cubrirla. Se trata de decisiones políticas deliberadas a cargo del clima", se lamenta Guénola Kahlert. Para entender las consecuencias de todo ello, hay que observar hasta el final los efectos en cadena que se provocan. Algo que, por lo que se ve, la mayoría no hace.

La experta de WWF no se refiere solamente a la situación en los bosques tropicales de Indonesia. La destrucción de áreas forestales avanza también de forma veloz en otras zonas del planeta. Como en la selva amazónica, donde en los últimos diez años, según datos de WWF, cada minuto desapareció una superficie de bosque equivalente a cuatro campos de fútbol. Los expertos coinciden en señalar el papel clave que desempeña para el clima mundial esta enorme región al norte del subcontinente sudamericano. No sólo protege al planeta de un mayor calentamiento a través de su vegetación y de la enorme abundancia de agua, sino que también retiene grandes cantidades de dióxido de carbono. Los expertos calculan que el volumen de CO2 almacenado en el suelo y en la vegetación de la Amazonia equivale a las emisiones de gases de efecto invernadero liberadas por el hombre a la atmósfera en un periodo de diez años. Se desconoce la merma en las reservas de carbono provocada por el cambio climático.

Por el contrario, los bosques secos tropicales son, comparativamente, unos robustos almacenes de CO2. Pero el cambio climático también deja allí su huella. Y ello pese a que se trata de un extraordinario ejemplo de adaptación a condiciones climáticas extremas. No en vano, sus árboles deben sobrevivir sin agua durante los meses de la época seca. Sin embargo, no pueden resistir el cambio climático. El aumento de las temperaturas provoca un retroceso de las reservas de agua, mientras que la temporada seca se vuelve cada vez más larga. En el oeste de Zambia, se ha dado un primer paso en el reconocimiento del significado de estos bosques secos para la protección del clima. El bosque seco de Miombo, en Lunga occidental, ha sido declarado zona protegida con apoyo alemán. La conservación de este almacén natural servirá para fijar 13 millones de toneladas de CO2 anuales.

Protección forestal significa protección del clima.Imagen: CC/Center For International Forestry Research/Jeff Walker

Aunque lentamente, los avances son visibles, según la experta de WWF, Guénola Kahlert. "No podemos salvar todas las superficies, pero sí por lo menos aquellas que son importantes para la biodiversidad, la protección del medio ambiente y el ser humano", afirma. Por contra, Friedrich-Wilhelm Gerstengarbe, del PIK, reclama actuar con presteza: "el tiempo apremia, ya que los cambios climáticos experimentados hasta ahora son apenas una muestra de lo que nos espera si seguimos actuando de esta manera". El científico reclama crear incentivos para afrontar seriamente la tarea de reducir las emisiones de CO2. Para ello apuesta, por ejemplo, por un comercio de derechos de emisión basado en el denominado "presupuesto de carbono". Este sistema establece una determinada cantidad global de emisiones de CO2 suficiente para limitar a dos grados el calentamiento del planeta hasta 2050. Este "presupuesto" se reparte entre los diferentes países en función del porcentaje que éstos suponen sobre la población mundial. De esta manera, las naciones industrializadas, con un volumen de emisiones per cápita superior al de los países en vías de desarrollo, cuentan con un "déficit contaminante" que subsanar a través de la compra de derechos de aquellos países con menores emisiones de CO2. "Lo que beneficia a ambas partes", asegura Gerstengarbe, "pero, sobre todo, al planeta".

Autor: Po Keung Cheung
Redacción: Emili Vinagre

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