Moldavia se encuentra entre Rumania y Ucrania. Es uno de los países más pobres de Europa. Los trabajos bien remunerados escasean y los jóvenes moldavos sufren una angustiante falta de perspectivas. El reportaje retrata a tres jóvenes que afrontan de manera muy diferente los retos a los que se enfrenta la antigua república soviética más de 30 años después de su independencia.

Ana Popa vivió mucho tiempo en el extranjero y decidió conscientemente regresar a Moldavia. Quiere cambiar las cosas, organiza manifestaciones en bicicleta, marchas de protesta y aboga por desarrollar la sociedad civil.

Andrei Morari, por el contrario, se ha resignado. Creció en Transnistria, una pequeña franja de territorio en el este de Moldavia que aspira a la independencia y cuenta con el apoyo de Rusia. Desde una breve guerra en 1992, el conflicto se considera congelado, pero las divisiones entre Transnistria y el resto de Moldavia son profundas. Andrei se negó a cumplir el servicio militar, por lo que no puede regresar a Transnistria. Sin embargo, tampoco ve futuro en Chișinău, la capital de Moldavia. Desconfía profundamente de los políticos. Por lo tanto, es seguro que no votará el 28 de septiembre de 2025. Planea abandonar el país lo antes posible.

A Veaceslav Sclifos, alias Wenzel, le gustaría quedarse. Preferiblemente en la provincia, en su pequeña ciudad de Criuleni. Le gustaría crear una escena tecno, porque la música es su pasión. Todo el mundo lo conoce en la zona como DJ Wenzel. Pero él tampoco encuentra cómo ganarse la vida. Además, su localidad sufre un imparable éxodo de jóvenes. Sin trabajo, sin perspectivas.

El reportaje recoge el dilema en el que se encuentran los jóvenes moldavos. Pero muestra también las vías creativas que abonan un futuro en el país.