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Dilma, el primer año

27 de diciembre de 2011

Su primer año como presidenta de Brasil ha sido un éxito: Dilma Rousseff mostró un estilo de mando discreto, enfrentó la corrupción con tesón y cerró el año 2011 con la aprobación del 72 por ciento de sus compatriotas.

A pesar de los escándalos, Dilma transformó sus mayores desafíos en puntos a favor de su gestión.

Durante su primer año como presidenta de Brasil, Dilma Rousseff dejó de ser una desconocida en la ecena internacional para convertirse en una jefa de Estado capaz de ofrecer ayuda a una Europa en crisis. Al principio era vista simplemente como la sucesora de Lula, pero ya en los primeros dos meses de su mandato, Dilma impuso su propio estilo de mando y salió de la sombra de su carismático predecesor.

“Ella demostró que tiene su propio perfil y que no se limitaría a seguir la política de Lula”, sostiene Claudia Zilla, investigadora de la Fundación Ciencia y Política (SWP) en entrevista con Deutsche Welle. “La pregunta es si la economía brasileña podrá seguir desarrollándose como lo ha hecho hasta ahora”, agrega la experta, mostrando reservas de cara a la capacidad del gigante de Suramérica para socorrer al Viejo Continente.

“Los europeos no saben si la oferta de ayuda de Brasil es un juego de relaciones públicas para proyectarse internacionalmente o si el país está realmente en condiciones de concretar ese apoyo”, dice Rafael Duarte Villa, director del Centro de Investigaciones en Relaciones Internacionales de la Universidad de Sao Paulo (USP). Durante su primer año de gobierno, la presidenta no demostró estar en capacidad de rescatar a Europa.

Demasiado ocupada para rescatar a Europa

Rousseff estuvo demasiado ocupada con problemas internos de gran repercusión: la destitución de siete ministros, seis de los cuales estaban involucrados en casos de corrupción. La purga en serie comenzó durante el primer semestre del mandato de Rousseff. Sólo Nelson Jobim, que estaba a cargo de la cartera de Defensa, abandonó su cargo por razones que nada tenían que ver con denuncias de corrupción.

Para el 56 por ciento de los brasileños la gestión de Dilma es “óptima”, según la encuestadora CNI-Ibope.Imagen: picture-alliance/dpa

A pesar de los escándalos, Dilma transformó su mayor desafío en un punto a favor de su gestión. “El lado positivo de todo eso fue que Dilma enfrentó los problemas, tomó decisiones y demostró sensibilidad de cara a las denuncias”, subraya Jorge Abrahão, del Instituto Ethos y acota: “No es que haya habido más casos de corrupción durante ese año, la probabilidad de que estallen escándalos de corrupción siempre ha sido alta en todos los Gobiernos. Es la postura asumida por la presidenta frente a esas cuestiones la que ha sobresalido”.

Para Duarte Villa, de la USP, lo “innovador” de la actitud de Dilma fue su determinación de “no negociar la corrupción”. Y el pueblo brasileño también parece estar satisfecho con ese talante: el estilo de mando de Rousseff es aprobado por el 72 por ciento de la población. Los sondeos realizados por CNI-Ibope en diciembre de 2011 revelan que para el 56 por ciento de los ciudadanos la gestión de Dilma es “óptima”. En ese aspecto, ya superó a su mentor. En 2003, Lula culminó su primer año de gobierno con 42 por ciento de aprobación popular, según el Instituto Datafolha.

Continuidad, una de las claves del éxito

Dilma le dio continuidad a los programas sociales implementados durante la administración anterior, basados en la transferencia de la renta. La especialista del SWP de Berlín enfatiza que la presidenta acertó al continuar la lucha contra la pobreza, pero advierte que Dima puede toparse con dificultades a corto plazo. Hay cada vez menos dinero para distribuir y eso puede poner en peligro los programas sociales, sobre todo en el contexto de una recesión internacional.

Dilma Rousseff y su predecesor en la presidencia de Brasil, Luíz Inácio Lula da Silva.Imagen: AP

Más discreta y menos mediática que Lula, la presidenta pasó doce meses intentando controlar la inflación –6,5 por ciento, según las previsiones para 2011– y mantener la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto, que debe ser del 3 por ciento este año. “Si no acontece nada que le haga perder los remos a Dilma, el resto de su mandato debería transcurrir tranquilamente”, pronostica Duarte Villa.

Por otra parte, según el experto del Instituto Ethos, Dilma dejó por lo menos una promesa electoral sin cumplir: el desarrollo sustentable. “En este momento se están haciendo muchas inversiones en el país sin considerar sus implicaciones sociales o ambientales. Es deseable que el Gobierno brasileño asuma una postura que equilibre esas dimensiones. El crecimiento de un país no implica únicamente el crecimiento económico”, opina.

Autores: Nádia Pontes / Evan Romero-Castillo
Editora: Emilia Rojas

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