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Edmund Stoiber: el fin de una era en la política alemana

Enrique López Magallón28 de septiembre de 2007

El anuncio se cumplió. El ministro presidente de Baviera, Edmund Stoiber, es ya un flamante jubilado. Con su despedida se acaba una era en la política de la República Federal de Alemania.

Edmund Stoiber durante su discurso de despedida.Imagen: AP
La mayor virtud política de Edmund Stoiber fue comprender y aplicar a la perfección las reglas de la muy peculiar política en Baviera.
Durante 14 años, Stoiber dominó el firmamento de Baviera.Imagen: AP


Origen y destino

El orgulloso estado libre, como se sabe, es por sí mismo una de las economías más fuertes del mundo. En él caben lo mismo el inmensurable lujo de Múnich y la atávica sencillez del campo; la modernidad del tren de levitación magnética, y las centenarias técnicas para elaborar la salchicha blanca.

No es fácil servir a un electorado tan diverso y, eso sí, conservador entre los conservadores. Stoiber lo logró a lo largo de 14 años, en los cuales fue líder político indiscutible.

Stoiber fue dejando muchos enemigos en su carrera. En especial, "arremetía contra Los Verdes y la generación del 68, a quienes acusaba por la pérdida de valores y por todos los males de la sociedad. En cambio, él jamás se cansó de defender a la fe, a la familia y a la patria", dice el Süddeutsche Zeitung.

Auge y caída

La fuerza local lo hizo crecer a niveles insospechados. Y en ellos apareció el principal defecto político del dirigente bávaro. En 2002, Edmund Stoiber estuvo a punto de convertirse en canciller federal, pero unos cuantos votos a favor de Gerhard Schröder lo mantuvieron al margen de la jefatura de Gobierno.

Stoiber pudo haber tenido un mutis privilegiado, como presidente de la Comisión Europea, en Bruselas. Prefirió seguir pastoreando en las campiñas política de Baviera, lo mismo que cuando la ya canciller Angela Merkel le ofreció un superministerio en Berlín, años más tarde.

En lo más alto de su carrera política, Stoiber quemó sus propias alas. No supo leer las señales del tiempo, y éste se precipitó sobre él y sobre todo lo que representaba dentro de la política alemana.

El enemigo en casa

En otras palabras, el país cambió. No sólo el electorado, sino las propias bases de su partido, comenzaron a leer códigos distintos en una sociedad sujeta a un brusco choque generacional. La figura patriarcal, recalcitrante y representante de valores tradicionales rebasados por la historia dejó de transmitir el entusiasmo de antaño.
Gabriele Pauli atrajo reflectores para su protesta.Imagen: picture-alliance/ dpa


O, como sentencia el profético Offenburger Tageblatt : “La política dejó de ser una pasión para gobernantes y gobernados; ahora es un negocio que gira en torno del poder”.

El desafío definitivo no llegó en la figura de un varón socialdemócrata, como los muchos con los cuales Stoiber debatió acaloradamente a lo largo de su trayectoria.

La oposición vino del propio partido y en la figura de una mujer: Gabriele Pauli, extravagente funcionaria de Franconia que supo atraer los reflectores y desafiar al veterano ministro presidente al demandarle que dejara el paso a una nueva generación.

Pauli no fue causante directa del ocaso en la carrera de Edmund Stoiber. Pero sin duda fue el catalizador que prendió la mecha en la opinión pública, y le anunció que había llegado la hora del relevo.

Gobernante exitoso

Debido a su estilo vehemente, Stoiber se vio con frecuencia en el ojo del huracán político. Los ataques, sin embargo, arreciaron desde el momento en que anunció su despedida de los escenarios políticos.
El Transrapid, logro "póstumo" de Stoiber.Imagen: picture-alliance/dpa


Como gobernante, en cambio, la larga gestión de Stoiber al frente del gobierno bávaro resiste cualquier análisis. Más allá de las fronteras alemanas, el diario francés La Croix afirma que « Stoiber hereda a su sucesor las llaves de un estado que es un ejemplo de éxito para el resto de Alemania, en materias como la economía y la educación ».

Una prueba de lo anterior es el anuncio, hecho estratégicamente hace unos días, en cuanto a que el tren de levitación magnética Transrapid por fin verá la luz, y lo hará precisamente en la capital de Baviera.

Otra es la fiesta de despedida ante sus correligionarios, la cual, de acuerdo con estimaciones hechas por la prensa alemana, costó dos millones de euros. Stoiber queda, o por lo menos intenta hacerlo, como eterno e incansable promotor de la economía estatal.

El ritual, de un modo u otro, se cumplió. Edmund Stoiber se ha ido en un camino sin regreso. Deja un vacío díficil de llenar hacia el interior de su partido. También marca su despedida la sensación de que la política alemana, para bien o para mal, nunca volverá a ser la misma.
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