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EE. UU.: los daños colaterales del ataque a Siria

Carsten Von Nahmen
8 de abril de 2017

El ataque militar de Donald Trump contra Bashar al Assad empañó su cita con Xi Jinping, lo malquistó con Vladimir Putin y puso nervioso a Kim Jong-un. Esa no es, ni de lejos, una estrategia sostenible de cara a Siria.

USA Donald Trump und Xi Jinping in Palm Beach
Donald Trump (der.) estrecha la mano de su homólogo chino, Xi Jinping (6.4.2017).Imagen: Reuters/C. Barria

Este viernes (7.4.2017) en Estados Unidos, las primeras reacciones al ataque ordenado por el presidente Donald Trump contra objetivos militares en Siria fueron favorables: los políticos republicanos, los demócratas y buena parte de la prensa parecían coincidir en que el golpe atestado le dejó claro al "hombre fuerte” de Damasco, Bashar al Assad, que sus desmanes tendrían consecuencias serias. Pero con el paso de las horas, la matriz de opinión dio un vuelco, a pesar de que muchos en el país norteamericano siguen estando convencidos de que fue el líder sirio quien envenenó a civiles en la provincia de Idlib lanzándoles gases tóxicos desde la base aérea de Shayrat, en la ciudad de Homs.

Varios demócratas terminaron exigiendo que Trump pida autorización retroactiva en el Congreso para el lanzamiento de misiles consumado este jueves (6.4.2017) o que, por lo menos, se debata exhaustivamente sobre las próximas operaciones en Siria.

Aunque los republicanos se niegan a hacer lo uno y lo otro, también ellos empiezan a tomar conciencia de que la decisión táctica de este 6 de abril, por exitosa que haya sido, no es una estrategia sostenible de cara a la crisis de aquel país mediterráneo. El abrupto golpe de timón de Trump –que por mucho tiempo rechazó la idea de intervenir contra el régimen de Assad– supone grandes riesgos, sostiene Christopher Preble, experto en defensa adscrito al Instituto Cato, un think tank conservador con sede en Washington dedicado al análisis independiente de las políticas públicas.

"Es preocupante que un golpe militar como el de este jueves haya sido decidido tan rápidamente que ni siquiera parece haber dado chance de evaluar sus beneficios y desventajas”, sostiene Preble. Según el especialista, es comprensible que Trump haya reaccionado emocionalmente al ver las imágenes de los niños sirios que murieron asfixiados por el ataque químico de la semana pasada, pero no que el Gobierno de Estados Unidos se vea más involucrado en el conflicto sirio sin tener un verdadero plan. 

Nerviosismo en Pyongyang, desagrado en Pekín

"¿Qué vamos a hacer si Assad continúa matando a sus compatriotas, pero recurriendo a armas convencionales? ¿Alegar que eso sí es aceptable? ¿Qué vamos a hacer si Assad vuelve a usar armas químicas contra el pueblo sirio? Ninguna de esas preguntas ha sido respondida”, señala Preble. A estas cuestiones pendientes se suman los daños políticos colaterales que causó la decisión aparentemente impulsiva de Trump. La disposición del Ejecutivo estadounidense a tomar medidas severas espontáneamente podría complicar la situación en Corea del Norte, apunta el conocedor del noreste asiático Bruce Klingner, de la Heritage Foundation, otro think tank conservador.

"El régimen de Pyongyang verá confirmada su impresión de que sólo las armas atómicas pueden protegerlo realmente”, augura Klingner en entrevista con DW. Aparte de la paranoia de Kim Jong-un, Trump también debería haber considerado la inconveniencia de darle luz verde al ataque militar mientras él y su esposa cenaban con la pareja presidencial china en Florida. "Eso puede haber sido percibido como una bofetada: la embestida contra Assad ensombreció el encuentro de Trump con Xi Jinping, quien intentaba presentarse ante su anfitrión como un igual”, explica Klingner. Por si fuera poco, la lluvia de misiles estadounidenses sobre Siria malquistaron a Washington con Moscú.

"Rusia no es nuestra amiga”

El esfuerzo previo hecho por Trump para acercarse a su homólogo ruso, Vladimir Putin, se perdió. Esa aproximación siempre fue controvertida. Por una parte, el FBI y el Congreso investigan los vínculos del entorno de Trump con el Kremlin; varios colaboradores y aliados del presidente han tenido que dimitir o se han vuelto una carga para él. Por otro lado, incluso a ojos de los simpatizantes de Trump, Putin luce cada vez menos como un aliado en la lucha contra el terrorismo y más como un personaje de cuidado debido al apoyo que le presta a Assad, a sus colaboraciones con Irán y a su injerencia en el conflicto interno ucraniano. Y el nuevo ocupante de la Casa Blanca no puede ignorar esas percepciones.

Por mucho que Trump celebre el hecho de provenir de un mundo ajeno a la política tradicional, está claro que él no puede desestimar las posiciones del establishment. Eso salta a la vista con la reciente reestructuración del Consejo de Seguridad Nacional: la posición de H.R. McMaster, asesor en materia de seguridad, se consolidó y Steve Bannon –outsider y estratega principal– se vio obligado a abandonar el gremio.

"Los de siempre vuelven a tener el control de la política exterior y de la política de seguridad en Estados Unidos”, asegura Preble. Tan es así que, este viernes, el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, no descartó la implementación de nuevas sanciones contra Rusia por su rol como proveedor de armas del régimen de Assad en Siria. "Rusia no es nuestra amiga”, dijo McConnell. Con semejante trasfondo, la misión rusa del secretario de Estado, Rex Tillerson –quien se encontrará con Putin en Moscú la próxima semana–, promete ser cualquier cosa menos fácil.

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