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El largo camino hacia la democracia

Rainer Sollich (CP)4 de julio de 2013

Que Mohamed Mursi ya no gobierne Egipto es positivo, pero que el Ejército lo haya derrocado es, al mismo tiempo, un grave retroceso en el proceso de transición de ese país hacia la democracia, opina Rainer Sollich.

Imagen: Getty Images

Primero cayó Hosni Mubarak. Ahora cae Mohamed Mursi. Por segunda vez, el Ejército egipcio se colocó, a último momento, del lado de los manifestantes en la Plaza Tahrir para derrocar a un presidente que no contaba con el apoyo popular. En este caso, a uno que fue elegido democráticamente, pero que polarizó a la sociedad cada vez más, y de manera cada vez más peligrosa.

Rainer Sollich, jefe de la Redacción Árabe de DW.Imagen: DW/P. Henriksen

El resultado es tan claro como ambivalente: el Ejército fue y sigue siendo el factor de poder decisivo en Egipto, y evita, en caso necesario, el colapso del Estado. Al mismo tiempo, las fuerzas militares no ponen las cartas sobre la mesa y también aseguran, a través de su hábil posicionamiento como salvadores en situaciones de crisis nacionales y de su dominio político permanente en todas las cuestiones de peso, sus amplios intereses económicos.

Respeto por el valor de los ciudadanos

El golpe de Estado en Egipto va en contra de los valores democráticos. Pero, ¿qué relevancia tiene la cultura democrática en el Egipto actual? La numerosa cantidad de personas que protestaron para lograr que Mursi abandonara el poder, en su mayoría en manifestaciones pacíficas, demostraron mucho valor, y se merecen respeto. Nadie que crea en la democracia y en el pluralismo puede desear que quien gobierne el país más poblado del mundo árabe sea un político como Mohamed Mursi, que, a pesar de su apariencia, por momentos “pragmática”, está bajo sospechas fundadas de tener como meta la paulatina devaluación de esos valores para infiltrar poco a poco las instituciones con adeptos al partido islamista Hermanos Musulmanes.

Que el islamismo es tan compatible con la democracia como lo es el cristianismo es lo que tantos manifestantes dejaron en claro al obligar a Mursi a retirarse del poder ante la presencia de los militares. Pero son muchas las dudas acerca de si los cánones de los Hermanos Musulmanes son realmente democráticos, aunque eso no valga para todos sus seguidores. Sin embargo, en su entorno hay una gran porción de disposición a la violencia que es muy preocupante, y no solo allí. También en el ala de la oposición entre los liberales y “revolucionarios”, entre los jóvenes frustrados y los adeptos al ex-régimen de Mubarak se registran alarmantes estallidos de violencia. Ambos lados dejan mucho que desear en cuanto a cultura democrática. Las primeras medidas arbitrarias contra los Hermanos Musulmanes y las voces que se alzan para proscribirlos demuestran que aún hay grandes carencias al respecto.

Polarización peligrosa

Es bueno para Egipto que Mursi ya no gobierne. Que en el país estratégicamente más importante del mundo árabe la mayoría de la población se rebele contra la hegemonía de los islamistas incluso podría interpretarse como una señal alentadora para toda la región. Pero, ciertamente, no lo es. La sociedad egipcia está peligrosamente dividida, y la dramática situación económica seguramente atizará en el futuro aún más el ambiente, sobrecargado de agresividad.

Así las cosas, lo que prima es una profunda ambivalencia. La intervención de los militares se hizo necesaria en este contexto, pero también representa un retroceso para el proceso de transición hacia la democracia.

Autor: Rainer Sollich (CP)

Editor: Enrique López

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