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Egipto y la impotencia de Occidente

Andreas Gorzewski / Evan Romero-Castillo30 de julio de 2013

De cara a la crisis egipcia, Occidente está sumido en un dilema: no puede apoyar el derrocamiento del presidente Mursi, pero tampoco quiere condenarlo. Además, ni EE.UU. ni la UE pueden ejercer presión sobre El Cairo.

Imagen: Reuters/Amr Abdallah Dalsh

La política de Occidente de cara a la actual crisis egipcia está estancada: su silencio frente al derrocamiento de Mohamed Mursi, quien fue elegido presidente en comicios democráticos, hizo que su retórica sobre la importancia del Estado de derecho perdiera credibilidad. Y si condena con demasiada vehemencia el golpe militar del 3 de julio de 2013 o se niega a cooperar con el Gobierno de facto, perdería a sus interlocutores en El Cairo. Según Günter Meyer, director del Centro para la Investigación sobre el Mundo Árabe de la Universidad de Mainz, Estados Unidos y Europa quieren conservar su influencia sobre Egipto a como dé lugar.

El país norafricano juega un papel central en le estrategia de Washington y Bruselas para el Cercano Oriente desde hace mucho tiempo; en el caso de Estados Unidos, desde hace décadas. Algunos analistas sostienen que los países occidentales están sumidos en un dilema desde antes del derrocamiento de Mursi. Christian Achrainer, experto en Egipto de la Sociedad Alemana para la Política Exterior (DGAP), sostiene que ya durante el longevo mandato de Hosni Mubarak, Occidente se había mostrado dispuesto a tolerar muchas cosas a cambio de la estabilidad en el abastecimiento energético y la lucha contra el terrorismo. El Cairo garantizaba eso y más.

En la imagen, el responsable de la política exterior estadounidense, John Kerry, estrecha la mano del general Abdel Fatah al Sisi, máxima autoridad militar de Egipto.Imagen: Jacquelyn Martin/AFP/Getty Images

Occidente tiene poco poder de persuasión

El apego al tratado de paz entre Egipto e Israel era otra de las razones por las cuales tanto Estados Unidos como Europa se abstenían de exigirle a Mubarak más respeto por los derechos humanos o más democracia. No obstante, el golpe de Estado contra Mursi ha hecho que los políticos y diplomáticos occidentales empiecen a hacer verdaderos malabarismos para no perder ni sus intereses estratégicos ni sus demandas retóricas. Nadie en Occidente está pidiendo que Mursi regrese a la jefatura del Gobierno egipcio, pero sí que se ponga coto a la violencia política en el país magrebí, que está muy polarizado.

Cabe preguntar también qué recursos tienen Estados Unidos y Europa para ejercer presión diplomática o económica sobre El Cairo, más allá de los llamados a la sensatez y al diálogo. Estados Unidos apoyan a las fuerzas de seguridad egipcias con 1.500 millones de dólares. Las leyes estadounidenses prohíben que este tipo de apoyo fluya hacia las arcas de un Gobierno instaurado por la vía de un golpe, pero Meyer asegura que los militares egipcios sabían muy bien que Washington no dejaría de enviarles el dinero. La cooperación estratégica con las Fuerzas Armadas egipcias son demasiado importantes para Estados Unidos.

Es por eso que la Casa Blanca evita describir el derrocamiento de Mursi como un golpe de Estado. Por su parte, la Unión Europea (UE) puede poner condiciones para continuar los programas de ayuda y estímulo al desarrollo en Egipto, pero no tiene mucho más a la mano a la hora de hacer exigencias a El Cairo. A juicio de Achrainer, el bloque comunitario carece de medios para persuadir a los nuevos hombres fuertes de Egipto de regresar a la senda democrática; después de todo, la eurozona sigue estando en crisis.

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