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El ajedrez de Kyoto

mb22 de octubre de 2004

Kyoto resucitó de entre los muertos. Este tratado se semeja, más que a un protocolo para reducción de emisiones, a un tablero donde se mueven las fichas de la alta política.

Pancarta ecologista a favor de la ratificación de del Tratado de Kyoto.Imagen: AP

Siete años después de su nacimiento, el Protocolo de Kyoto, acuerdo internacional para reducir emisiones, se halla en un punto crucial de su historia: el Parlamento ruso lo aprobó con 334 votos a favor y 73 en contra. Después que la Cámara Alta le dé luz verde y el presidente ruso, Vladimir Putin, lo firme, este acuerdo -nacido en la japonesa ciudad de Kyoto en 1997- entrará automáticamente en vigor. Su objetivo: la fijación de metas vinculantes para reducir las emisiones causantes del efecto invernadero. Después de que Estados Unidos, el principal emisor de CO2, se negara en 2001 a ratificarlo, de Rusia dependía su arranque.

Las estipulaciones de Kyoto

Hasta ahora los 123 países que lo habían ratificado reunían sólo un 44% de las emisiones mundiales de 1990, año base de las estipulaciones del Protocolo de Kyoto. Con el 17,2% que aporta Rusia, se logra el 55% necesario para que el tratado tenga carácter obligatorio. La meta es reducir en un 5,2% entre el 2008 y el 2012 los seis gases principales causantes del efecto invernadero. La reducción general de las emisiones se divide por grupos de países y además son negociables. Así, por ejemplo, para la Unión Europea se estipula un 8% de reducción general, pero Alemania reduciría en un 21%, y países menos industrializados como Irlanda o Portugal podrían aumentarlas. Es más, el protocolo permite que los países industrializados pueden comprar y vender derechos de emisión, tomando siempre como referencia base el año 1990.

Compra y venta de aire caliente

Desde que se firmara Kyoto en 1997, las principales objeciones de Moscú han sido económicas. En el año 1990, todavía existía una URSS de consumo energético enorme y de emisiones de igual volumen. Los posteriores cambios políticos alteraron la situación, posibilitando que tanto Rusia como el resto de países que conformaban el bloque soviético puedan entrar al mercado de "aire caliente", como se denomina a los derechos de emisión que corresponden a cada país suscribiente.

Sin embargo, la negativa de Estados Unidos -el principal emisor de gases de efecto invernadero-, y con ello su ausencia del mercado de "derechos de emisión", dejó a Moscú sin su principal cliente y el precio al que pueda venderlos será inferior pues habrá menos demanda, ya que la Unión Europea negociará hacia adentro de sus fronteras.

¿Por debajo del nivel de 1990?

Hablando a favor de la ratificación del protocolo, el viceprimer ministro ruso, Alexander Schukov, resaltó recientemente que a mediano plazo Rusia probablemente no tendrá que reducir nada, pues la emisión de su país se encuentra hoy un 30% por debajo del nivel de 1990. Por otro lado, Kyoto no responde a los intereses de Rusia, arguye la diezmada oposición política del país junto con la Academia de la Ciencias, pues ciertos especialistas consideran que para el 2010 los niveles de emisión de 1990 probablemente hayan sido rebasados, con lo cual, en el peor de los casos, el país se vería en la situación de tener que comprar y no de vender tales derechos.

Si bien Europa ha ejercido presión para insuflar vida a un tratado moribundo, ésta ha tenido su precio: la aceptación de Rusia en la Organización Mundial de Comercio. Hecho el canje, el momento de lucir como salvador de un acuerdo de suma importancia para el medio ambiente no podría ser mejor. Más aún después de los sangrientos acontecimientos en Beslán y las reformas centralistas del gobierno de Moscú.

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