El amor por el bosque: anclado en la psique germana
26 de enero de 2009Están presentes en las obras de poetas como Rainer Maria Rilke o Theodor Fontane: los bosques alemanes, con todo su misterio, convertidos a un tiempo en refugio y protección y en reflejo de lo salvaje y lo natural.
A muchas ciudades alemanas las rodean los árboles: la idea inicial era que abastecieran de madera a la industria de la construcción; hoy son un elemento indispensable en cualquier proyección urbanística.
Pero, para poder entender la atracción alemana por los bosques hay que ponerla en relación con una cultura popular rica en leyendas e historias mágicas, en cuentos de ladrones a los que dan cobijo frondosas selvas, de lobos malos que comen abuelitas, de niños que se pierden y caen en las garras de feas brujas.
Los nazis, también embelesados
La mitificación de los bosques en Alemania encuentra su cénit durante el Romanticismo. Años más tarde, el mismo encanto se adueñará de los nazis.
“Tenemos que empezar a contemplar la nación alemana como algo eterno”, dijo en 1935 Hermann Goering, lugarteniente de Adolf Hitler y comandante en jefe de la Luftwaffe, “para ello, no hay mejor símbolo que el bosque, que es y siempre será eterno”. Poco antes de la caída del régimen nacionalsocialista, Goering repetiría estas palabras: “El bosque eterno y la nación eterna son dos cosas que van unidas”.
Fue precisamente la Alemania derrotada en la II Guerra Mundial la que más necesitó la paz de sus amados bosques. “Ése era el lugar en el que los alemanes podían exhalar todo lo que habían inhalado a lo largo de la historia del país”, opina el periodista berlinés Klaus Hartung.
El declive de los bosques
En los años 70, se hizo evidente que los bosques alemanes habían vivido mejores épocas. En los 80, 2,5 millones de hectáreas de bosque bávaro habían caído víctimas de la polución. Un número incontable de árboles morían en la Selva Negra: los alemanes lo llaman “Waldsterben”.
Cuando artículos y reportajes empezaron a propagar la noticia, una ola de indignación recorrió el país: un tercio de la superficie de la Alemania occidental era bosque, y así debía seguir siendo. La lluvia ácida y la contaminación generada por la industria, las centrales energéticas y los coches fueron identificados pronto como los autores del crimen.
Protección de los bosques
A los bosques alemanes no les costó mucho encontrar amigos y defensores. Grupos y asociaciones comenzaron a luchar por la protección de los espacios verdes, convenciendo incluso a la clase política de la necesidad de actuar. “La situación de nuestros bosques es dramática”, reconoció el entonces canciller, Helmut Kohl. “Nuestros bosques son de incalculable importancia para el ciclo del agua, para el clima, para la salud, para la recreación y para el aspecto del paisaje alemán. Si no salvamos nuestros bosques, el mundo en el que vivimos va a cambiar hasta el punto de volverse irreconocible”, añadió el jefe del Gobierno.
Andando en la dirección correcta
En aquel momento, la revolución ecologista anunció que había llegado para quedarse: con ella, las plantas energéticas tendrían que filtrar sus emisiones y a los tubos de escape habría que colocarles un catalizador. El Partido Verde comenzó a ganar peso político, hasta transformarse en socio de gobierno. Hoy, Alemania es líder en el campo de las energías alternativas y de las políticas medioambientales.
Todo esto no significa que los bosques germanos ya estén a salvo: el calentamiento global también les afecta. Pero, al menos, nadie se olvida del problema.