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El asco es humano

Michael Hartlep/PK13 de noviembre de 2012

¿Por qué sentimos repulsión ante carne agusanada, excrementos y determinados animales, como arañas o ratas? ¿Y por qué nos asqueamos solo al pensar en algunos alimentos que en otros lados están considerados delicias?

ILLUSTRATION - Eine Frau putzt in Oberbeuren (Schwaben) ihre Nase (Foto vom 08.06.2011). Foto: Karl-Josef Hildenbrand dpa/lby
Imagen: picture-alliance/dpa

La mayoría de las personas siente asco en determinadas situaciones. Pero lo desagradable tiene su lado bueno, dice Harald Euler, profesor de psicología en la Universidad de Kassel, Alemania, que desde hace tiempo estudia el significado y la función de la sensación de asco: “El asco es microbiología intuitiva que nos ha dado la naturaleza. El asco evita que ingiramos materia peligrosa”, explica. El asco nos protege por lo tanto de peligros invisibles, tales como substancias tóxicas y agentes patógenos.

Una reacción, diversas causas

El principio es el mismo en todo el mundo. En todo el planeta los seres humanos coinciden en que cadáveres, heridas abiertas, excreciones corporales tales como excrementos, orina y pus, alimentos pútridos y determinados animales, por ejemplo ratas, gusanos o larvas, son desagradables y repelentes. Y en todas las culturas ello se expresa con los mismos gestos: se frunce la nariz, el labio superior va hacia arriba y las comisuras de la boca, hacia abajo.

No obstante, en los alimentos la situación no es tan unívoca. Un ejemplo es la especialidad filipina “balut”. Para producirla se empollan huevos de patos durante algunas semanas hasta que se forma un feto con pico y plumas. Entonces el huevo es hervido y comido directamente de la cáscara con una pizca de sal. ¿Por qué encontramos muy desagradable lo que para otras culturas es una delicia?

Las cucarachas repugnan a mucha gente. ¿Por qué?Imagen: picture alliance/dpa

“Los tabúes alimentarios se transmiten a través del ejemplo y la copia”, dice Euler. En los grupos sociales aprendemos a hallar desagradables algunas cosas. Basta con que alguien frunza la nariz en la mesa para saber: ¡cuidado, esto puede causar daños! El asco, sin embargo, no solo funciona como advertencia: “La comida ingerida en común y el asco compartido fortalecen al grupo y lo distinguen de otros grupos”, explica Euler.

Aprender el asco

El asco se aprende. Hasta la edad de dos años, los niños no hallan casi nada desagradable. Los bebés se introducen todo en la boca. Solo más tarde aprenden las leyes mágicas del asco, tan naturales para los adultos.

La primera es la ley del contacto: todo lo que entra en contacto con algo repugnante se transforma también en algo repugnante. Por ello, nadie bebería de un vaso de leche revuelta con un matamoscas. Al fin y al cabo podría estar contaminada con agentes patógenos. La segunda es la ley de la similitud: todo lo que se vea similar a un objeto repugnante nos provoca automáticamente también asco. Nadie tomaría sopa de un orinal aunque este fuera nuevo. “Todo es una cuestión de asociaciones”, dice Euler.

Pero ello puede ser cambiado. Exponerse lo suficientemente a menudo a cosas repugnantes hace que esa sensación desaparezca. Euler lo llama “desensibilización”. Cuando un operario entra en los lodos residuales de una planta depuradora para realizar trabajos de mantenimiento no siente nada desagradable: “se trata de la disposición interior, ya que al fin y al cabo son solo lodos.”

Autor: Michael Hartlep/PK
Editora: Emilia Rojas

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