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La parálisis de la UE

25 de octubre de 2016

El fracaso del acuerdo comercial entre la Unión Europea y Canadá ejemplifica la difícil y compleja situación interna de la UE en cuanto a la toma de decisiones. Y es una situación estancada, opina Bernd Riegert.

Imagen: picture-alliance/dpa/J. Carstensen

Señalar con el dedo a la región belga de Valonia y echarle la culpa solo a los opositores al tratado de comercio no es suficiente para poder comprender lo que realmente está sucediendo. También la Comisión Europea, los países miembros de la Unión Europea, Bélgica y el mismo Canadá cargan con parte de la responsabilidad en este desastre.

Ya un año atrás, los valones, sintiéndose dejados de lado por los grupos transnacionales, presentaron sus deseos y demandas ante el Estado belga y la Comisión Europea, que lidera las negociaciones con Canadá. En abril, el Parlamento valón votó una resolución contra CETA. A más tardar ahí, el primer ministro belga y la Comisión deberían haber despertado para enfrentar a tiempo la resistencia en ciernes. En lugar de eso, nadie hizo nada. La fecha de la cumbre UE- Canadá ya se había fijado hace tiempo, y, a pesar de todo, se la mantuvo.

No solo los valones tienen deseos especiales

Solo pocos días antes de la planeada firma del tratado las partes parecieron sorprenderse de que los valones siguieran tercos. Se sintieron alentados por otros países miembros que también impusieron sus deseos especiales o amenazaron con extorsión: Rumania y Bulgaria, por ejemplo, mezclaron en las negociaciones el pedido de libre visado para sus ciudadanos. Los alemanes lograron sacar adelante tres declaraciones que les permitían, tanto a ellos como a todos los otros socios, echar por tierra el acuerdo si los tribunales alemanes encontraban algo que no era de su gusto. Los socialdemócratas descubrieron CETA, TTIP y el comercio globalizado como tema de campaña electoral y animaron al gobierno socialista en Valonia a que también probara suerte con él. El primer ministro de Baviera, Horst Seehofer, de la Unión Social Cristiana (CSU), creyó que era correcto que muchos parlamentos tuvieran voz y voto en las negociaciones del CETA.

A eso se suma la estructura gubernamental de Bélgica, que puede parecer algo extraña, ya que concede derechos extraordinarios a los cinco grupos regionales y lingüísticos en el caso de cierre de tratados internacionales. Pero eso no podía sorprender al primer ministro belga, ni tampoco a la Comisión Europea, cuya sede está justamente en Bruselas. Las reformas estatales de las últimas décadas y las estructuras más que complejas de la Bélgica federal eran conocidas por todos los que quisieran enterarse. Al margen de esto, la minoría germanoparlante belga, unas 70.000 personas en el este del país, todavía no dio su aprobación al CETA. En lugar de eso, el primer ministro de la región, Oliver Paasch, se esconde detrás de la decisión de Valonia. ¿Tal vez la comunidad germanoparlante tenga también alguna cuenta por saldar con el gobierno central de Bruselas? ¿A quién podría sorprender eso, luego de que, a último momento, ese mismo gobierno también vetara el acuerdo?

También Canadá cometió errores: los canadienses apostaron demasiado a la Comisión Europea para manejar las negociaciones y subestimaron los intereses individuales de los 28 países miembros. Cuando se negocia con la UE, aún se cierran 28 contratos individuales, y ni uno solo con toda la Unión Europea, admiten expertos canadienses. Si bien la comisión posee legalmente el mandato exclusivo en los acuerdos, es evidente que los países miembros no parecen tomárselo realmente en serio.

Una Unión Europea paralizada por su tamaño

El drama desplegado por el CETA demuestra que la Unión Europea ha llegado a sus límites. Debido a la necesidad de que todos los países miembros estén de acuerdo, se transformó en un bloque rígido y fácil de extorsionar. Y necesitará una estrategia más eficaz de cara a acuerdos con EE. UU., como el TTIP, o Japón. Los países miembros, y también las regiones deben ser incluidos mucho antes, de ser necesario. Eso es dificultoso, pero insoslayable. Tanto hacia afuera como hacia adentro, la UE aparece una vez más como una comunidad disfuncional. Hasta los ciudadanos comunitarios más bienintencionados se preguntarán ahora para qué sirve la UE si ni siquiera puede actuar con determinación en su campo central de competencia, el comercio y el mercado interno. ¿Se está asfixiando a sí misma la Unión Europea?

Claro que haber pospuesto la firma del CETA es lamentable. Pero eso no es el fin del mundo ni el fin de todos los tratados de comercio. Después de todo, ambas partes tienen intereses económicos de alto rango en este acuerdo. Y aún estamos en la fase de la firma. Todavía falta el verdadero desafío: la ratificación de CETA por parte del Parlamento Europeo, de los 28 parlamentos nacionales y de una serie de parlamentos regionales, entre otros, el de Valonia. Estados federados alemanes como Sarre o Sajonia, por ejemplo, también tienen derecho a tomar parte en el asunto, ya que, en Alemania, a través  del Consejo Federal también los Estados participan en la ratificación.

El CETA muestra una clara tendencia

Al mirar atrás se ve que los valones tal vez solo quisieron expresar lo que muchas personas en la Unión Europea piensan pero no dicen: el malestar provocado por las consecuencias del comercio y la economía globales. El aislamiento y la vuelta a lo nacional están de moda. La salida de Gran Bretaña de la UE es una señal clara del oscuro ánimo reinante. También en Alemania, populistas de izquierda y movimientos de extrema derecha le hacen frente al libre comercio y a la Unión Europea. El referendo popular sobre el tratado UE-Ucrania en Holanda, el éxito de los nacionalistas en las elecciones presidenciales en Austria, el no de los húngaros a los refugiados son otros síntomas de la crisis de confianza europea.

Y se aproxima el siguiente referendo, otro posible golpe bajo. En Italia, el primer ministro, Matteo Renzi, se presenta a un referendo que sus opositores también convierten en un referendo sobre la UE, aunque eso no figure en las boletas. Porque, en realidad, se trata "solo” de una reforma constitucional.

Autor: Bernd Riegert (CP/ERS)

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