El cielo alemán tiene ahora cuatro estrellas
14 de julio de 2014 Cuando un equipo sale con siete defensas, es difícil que consiga ganar. A veces se da la casualidad de que anotan un gol y se van a casa con la satisfacción de la tarea cumplida, pero en la final de un Mundial es difícil. El planteamiento táctico ofrecido por Argentina en el partido decisivo que perdió por 1-0 con Alemania fue más o menos ése: acumular hombres en labores defensivas y confiar en alguna genialidad de Lionel Messi, en la efectividad de Gonzalo Higuaín o en alguna iluminación de otra de sus estrellas, para que valiera la pena. Antes resultó. Con Alemania no.
El partido, jugado en el Estadio Maracaná, fue una lucha de planteamientos, casi como una partida de ajedrez donde unos buscaban anular a la pieza más importante de Argentina (Messi, por si fuera necesario aclararlo), mientras los otros intentaban evitar que les anotaran un gol, manteniendo a buen recaudo el arco defendido por Sergio Romero, de correcta actuación. Eso redundó en un partido trabado, con mucha pierna fuerte pero, paradójicamente, también con muchas opciones de gol.
Los atacantes debieron extremar sus recursos en búsqueda de una anotación que desnivelara el marcado. Un error de Toni Kroos en el minuto 20 casi termina en un gol de Higuaín, pero el delantero argentino sufrió un ataque de pánico escénico y mandó la pelota lejos del arco de Manuel Neuer. El mismo delantero anotó posteriormente, pero su tanto fue anulado por fuera de juego, y corrió unos 100 metros antes de notar que todo estaba invalidado. Y no hubo mucho más para los sudamericanos.
Ganó el que más buscó
Messi, opaco, ajeno, tuvo un par de genialidades que no terminaron en nada concreto. En estos partidos, además, es difícil especular: los nervios, las instrucciones, la presión, hacen que los planteles jueguen limitados, preocupados, y muchas veces eso se nota en el cumplimiento cabal de las instrucciones. Un ejemplo: en el minuto 42 Thomas Müller lanzó un centro al área argentina, donde siete defensores más el arquero, esperaban la pelota. La desesperación por no recibir un gol le pasó la cuenta a los dirigidos por Alejandro Sabella.
El partido, por eso mismo, era un juego que estaba para cualquiera de los equipos. Ninguno lograba imponer su dominio sobre el otro. Esto no era un Alemania-Brasil, donde una de las selecciones sencillamente pasó por encima de la otra. Acá no. Y a medida que se acercaban los penales, el juego brusco se apoderó del partido. Alemania salió al ataque en los tiempos de alargue y obligó a Argentina a usar la pierna más fuerte para controlar las arremetidas germanas. Incluso Bastian Schweinsteiger, especialmente golpeado en esta ocasión, salió sangrando en una ocasión.
Pero Alemania buscaba y buscó más, intentando siempre resolver el crucigrama planteado por Argentina. En los registros dirá que la respuesta a todas las dudas de Joachim Löw estaba en el banco, desde donde saltaron al césped André Schürrle y Mario Götze para cambiar la historia. Fue una corrida del hombre del Chelsea la que terminó en un centro que Götze, quizás el alemán más técnico de esta nómina, controló con el pecho y la mandó al fondo de las redes. Corría el minuto 113. Tras este golpe, Argentina se fue al ataque con desesperación. Si hubieran jugado así todo el partido, seguramente otra sería la historia. Pero no.
En Argentina muchos esperaban que esta selección escribiera una página gloriosa de su ya admirable registro y repitiera lo conseguido en 1986 con Diego Armando Maradona al frente. Pero, en honor a la justicia, Argentina fue un equipo que mostró poco a lo largo del torneo, si bien fue creciendo partido a partido. La historia más bien dirá que Messi no alcanzó las glorias mundialeras de Maradona porque en la final de Brasil 2014, el 10 del Barcelona estuvo lejos de lo que sus hinchas esperan de él. La historia dirá que Alemania derrotó a Argentina, rompió la racha negra de los europeos en América y fue un justo campeón, por lo exhibido durante todo el Mundial. El retorno a casa será con una estrella más, la cuarta, en el palmarés. Nada de malo.
Diego Zúñiga