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El comienzo de la catástrofe: 80 años del ascenso de Hitler al poder

Marc Lübke / Pablo Kummetz30 de enero de 2013

80 años después del nombramiento de Adolf Hitler como canciller de Alemania, el Parlamento recordó a los millones de víctimas del nacionalsocialismo.

Imagen: Ullstein

El discurso central en el acto recordatorio el miércoles (30.01.2013) en el Bundestag lo pronunció la escritora germano-israelí Inge Deutschkorn. Hoy de 90 años, Deutschkorn permaneció escondida con su madre durante años en Berlín, para salvarse de la deportación y el Holocausto.

Tenebrosas escenas se desarrollaron hace 80 años, el 30 de enero de 1933, ante la Puerta de Brandeburgo, en Berlín. Joseph Goebbels, el jefe de la propaganda nazi, había concentrado a más de 20.000 integrantes de la SA, la organización paramilitar nazi, que, munidos de antorchas, desfilaron a través de la Puerta. Celebraban que, pocas horas antes, Adolf Hitler había alcanzado su gran meta: el presidente, Paul von Hindenburg, lo había nombrado canciller, es decir, jefe de Gobierno.

La historia de Adolf Hitler está inseparablemente ligada a la historia del colapso de la República de Weimar. Desde su creación en 1918 sufrió de un irreparable déficit: fue una democracia sin demócratas. Gran parte de la población rechazaba a la joven república, sobre todo las élites económicas, la burocracia estatal e incluso muchos políticos.

Paul von Hindenburg: el presidente toma la decisión equivocada.Imagen: picture-alliance/empics

Intentos de golpe de izquierda y de derecha sacudieron repetidas veces el país. En sus primeros cinco años de existencia, la república fue conmocionada por bárbaros asesinatos: entre ellos los de los dos líderes comunistas Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht y el del ministro de Relaciones Exteriores Walther Rathenau. Los autores de los crímenes provenían de la extrema derecha.

Una extrema inestabilidad

En los 14 años de su existencia (noviembre de 1918 a enero de 1933), la República de Weimar estuvo marcada por una extrema inestabilidad, sucediéndose nada menos que 21 Gobiernos. De los 17 partidos políticos representados en el Parlamento, muchos eran enemigos declarados de la Constitución.

Con cada crisis política y económica, grandes sectores de la población comenzaron a volcarse a los extremos. Los nazis y los comunistas ganaron numerosos seguidores. En 1930, Alemania estaba al borde de la guerra civil. Los nazis y los comunistas libraban batallas campales en las calles.

Desfile con antorchas de los nazis a través de la Puerta de Brandeburgo, en 1933, después de la ascensión de Hitler al poder.Imagen: Ullstein

En lugar de aliarse con los socialdemócratas para salvar a la república, los comunistas los declaran “el principal enemigo”. El objetivo de los comunistas no era una república democrática, sino una república de tipo soviético. En ello, nazis y comunistas persiguen de facto el mismo objetivo: terminar con la república democrática.

Al final lo logran, solo que el resultado no fue una república de tipo soviético, sino la más oscura fase en la historia de Alemania, la dictadura nazi y sus tenebrosas consecuencias: la II Guerra Mundial y el Holocausto.

Añoranza de un “hombre fuerte”

La crisis económica de 1929 agrava aún más la situación de la población. En junio de 1932, 5,6 millones de alemanes no tenían trabajo. En esa situación de crisis económica y debacle institucional, muchos alemanes quieren que un “hombre fuerte” ponga orden en el caos.

Paul von Hindenburg, el presidente del Reich, era un “hombre fuerte”. Según la Constitución, disponía de vastos poderes. Podía disolver el Parlamento y promulgar leyes de emergencia sin la intervención del Parlamento. Pero, con sus 85 años a comienzos de 1933, ya no estaba en condiciones de desempeñar el papel de “salvador” de Alemania.

Campo de concentración de Oranienburg, en 1933.Imagen: Ullstein

Hindenburg quiso lograr entonces crear un Gobierno estable de la derecha conservadora. Al principio desconfió de Adolf Hitler. Pero cambió su opinión luego que políticos conservadores le aseguraron que lo controlarían. Además, en el nuevo gabinete, los nazis obtendrían solo dos puestos. Hindenburg no vivió para ver las consecuencias de su decisión: murió en 1934.

Muy pronto, Hitler dejó claro cuán ingenua era la idea de que se lo podía neutralizar. Poco después de asumir el cargo de jefe de Gobierno comenzó en todo el país el terror paramilitar de la SA. Las organizaciones comunistas, socialdemócratas y sindicalistas fueron ilegalizadas; sus miembros, perseguidos y asesinados. Muy pronto fueron creados los primeros campos de concentración.

A la persecución política siguió el acoso a los judíos, los gitanos, los minusválidos, los homosexuales y otros grupos sociales. Pocos meses bastaron a Hitler para terminar con la República de Weimar y consolidar su dictadura. Él mismo lo había anunciado en su libro “Mi lucha”: en él escribió que a los judíos los iba a “eliminar” y que su objetivo era conquistar “con la espada” nuevo “espacio vital”.

Autores: Marc Lübke/Pablo Kummetz

Editora: Emilia Rojas

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