El conejo que resucitó
9 de abril de 2004A todo el que provenga de un país que celebre la Semana Santa según la tradición de origen ibérico-católico, le llamará la atención la profusión y variedad de conejitos y huevos - de chocolate, de azúcar, de colores, rellenos, con sorpresa, de mazapán - que inundan las tiendas alemanas por estos días de Ostern.
Lo que según la mayoría es una celebración cristiana que desde el Jueves Santo o Gründonnerstag (que viene del alemán antiguo grinen = lamentar, y no de grün = verde) hasta el domingo de Pascuas recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, es, en realidad, una mezcla de símbolos y tradiciones judías, cristianas y, en este país sobre todo, paganas. Exceptuando los ámbitos estrictamente eclesiásticos, poco tiene que ver la Pascua alemana con el viacrucis, el pecado o la redención, cuyos ritos deambulan por los símbolos de la tenebrosidad de la muerte y lo terreno, y la luz de la vida y lo eterno y espiritual. Ostern en Alemania tiene que ver con luz, brotes, huevos, conejitos, colores. Con primavera y fertilidad.
Una fecha concurrida
La determinación del día es ya una mezcla de tradiciones que habla por sí misma. La fecha del domingo de Resurrección fija muchas de las otras del calendario cristiano, y cambia de año en año. Es, básicamente, el primer domingo después de la primera luna llena de primavera. Así tuvo que ser decretado en el Concilio de Nicea en el año 325, pues eran varias las celebraciones que coincidían. La más obvia, la primavera que era festejada en los pueblos nórdicos. También, el pessach judío que conmemoraba la salida del pueblo elegido de Egipto. Y por último, el que fuera durante esa fiesta que Jesucristo experimentara su pasión, muerte y resurrección. Pessach dio origen a la palabra latina de la cual tenemos pascua.
Ostern: la madrugada o la diosa
En alemán, la etimología de Ostern ya no es tan simple. Si para algunos proviene de la palabra germánica ostarum, lo que significa aurora, para otros proviene de Ostara, una diosa germánica de la primavera, cuyo culto se habría mezclado con las Pascuas al ser introducido el cristianismo. Los que se inclinan por la primera opción explican el término con la celebración del día del inicio de la primavera, cuya aurora se esperaba. Según esta tradición, una muchacha debía recoger agua de un arroyo, fuente o río cercano entre la media noche del sábado y la aurora del domingo. La llamada agua de Ostern debía ser llevada en silencio hasta la casa, y ser guardada todo el año. Sus poderes eran muchos: desde curar dolencias oculares hasta procurar lozanía y juventud. Ése es el motivo por el cual, en ciertos pueblos alemanes, aún se adorna la fuente al amanecer del domingo.
Un buen deseo de fertilidad
Este antiquísimo culto a la primavera y la fertilidad explica muy bien la presencia del huevo de pascua. El huevo de Pascua -el hecho de que esté pintado lo identifica como tal. "Un huevo de color natural es comida, pero uno pintado es algo especial", explica Hermine Krakau del único Museo del Conejo de Ostern de Alemania. Supuestamente, cuando el cristianismo fue introducido por estas tierras en el siglo IV d.C., la costumbre de regalarse huevos ya existía, como un intercambio de deseos de fertilidad y buenas cosechas.
El conejo de Bizancio
Justo cuando finaliza el invierno, la coneja pare, y puede llegar a tener hasta 20 conejitos por año. Que el roedor de largas orejas sea un símbolo de fertilidad y que esté presente en una celebración de primavera, entonces, no es de extrañar. Sin embargo, la costumbre actual de que sea él quien se encargue de traer los huevos que los niños buscan por los rincones llama la atención, puesto que en diversas regiones de Alemania la presencia de otras figuras zoológicas -como el gallo, la cigueña o un cucú- indica que no siempre fue así. La unión del huevo y el conejo sí que tiene que ver con el cristianismo, pues en la antigua Bizancio el conejo era el símbolo de Cristo. Por ello, el pan de Pascua de Resurrección tiene, en esa parte del mundo, forma de conejo; y, en esta parte del mundo, es él, el símbolo de la vida, el encargado de repartir buenos deseos.