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El COVID-19 pone a prueba a los populistas latinoamericanos

22 de marzo de 2020

Bolsonaro, AMLO y Maduro se han mostrado reticentes a la hora de tomar medidas para luchar contra la expansión del coronavirus. Ahora, se enfrentan a la pandemia con sus precarios sistemas de salud.

Coronavirus in Brasilien Belo Horizonte Feuerwehr-Männer in Schutzanzügen
Bomberos en Belo HorizonteImagen: AFP/D. Magno

El nuevo coronavirus se está convirtiendo en toda una verdadera prueba de estrés para los populistas latinoamericanos. Muchos de ellos han dado recientemente grandes discursos, privilegiando la economía sobre la salud pública. Ahora, se enfrentan a crecientes emergencias en sus precarios sistemas de salud. Unas 370 millones de personas en México, Venezuela y Brasil están potencialmente amenazadas. Los médicos se preparan para el eventual desastre. 

Las estadísticas oficiales subestimaron el número real de infecciones, asegura James Bosworthes en el Informe de Riesgos de América Latina. "Esto significa que las medidas políticas van retrasadas y que la presión sobre el sistema de salud aumenta más de lo necesario", apunta.

Bolsonaro: el virus no es "más que una fantasía"

Un ejemplo particularmente flagrante es el populista brasileño de derecha Jair Bolsonaro. El 10 de marzo, él y su gabinete visitaron al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y dijeron que el virus era un gran revuelo y que todo no era "más que una fantasía". A partir de ahí, las cosas se vinieron abajo rápidamente: dos días después, su ministro de Comunicaciones, Fabio Wajngarten, dio positivo. Y después le siguieron 17 confirmaciones más de miembros de la delegación de viaje.

Bolsonaro resultó negativo. No obstante, continuó siendo terco. Aeropuertos, fronteras y escuelas permanecieron abiertos, mientras los países vecinos ya habían impuesto restricciones severas. Sin hacer caso a las recomendaciones, el jefe de Estado brasileño convocó a manifestaciones contra el Congreso y el poder judicial, se tomó selfis con simpatizantes y saludó a docenas de personas sin tapabocas ni guantes. Tarde o temprano, muchos contraerán la pequeña gripe, aseguró Bolsonaro, pero eso no justificaba una neurosis como si el fin del mundo fuera inminente. 

Bolsonaro decidió poner los intereses económicos por encima de todo. El mandatario atribuye la corrupción y la mala gestión a los gobiernos de izquierda anteriores. Así, aconsejado por su ministro neoliberal de Economía, Paulo Guedes, recortó el gasto social y comenzó la privatización con la esperanza de sacar a Brasil de la crisis que comenzó en 2015. La proclamación de una emergencia nacional por el COVID-19 frustraría sus planes porque liberaría al sector público del freno de la deuda, lo que sería sin duda una gran noticia para los gobernadores, algunos de los cuales se están posicionando como sucesores de Bolsonaro. Fueron ellos los que decretaron los primeros cierres de aeropuertos, escuelas y centros comerciales en Río de Janeiro y Sao Paulo. "Los políticos locales tienen que enfrentar la realidad, los presidentes están preocupados por su imagen", afirma Bosworthes.

Bolsonaro criticó las medidas. No obstante, está perdiendo cada vez más las riendas: los presidentes de las dos cámaras del Parlamento se alejan de él, los parlamentarios amenazan con procedimientos de juicio político y, después de la primera muerte por el nuevo coronavirus, la población expresó su descontento con cacerolazos. Se abrió una brecha entre las prioridades del pueblo y el jefe de Estado, lo que revela las debilidades de Bolsonaro, asegura el politólogo Alon Feuerwerker. A la luz de los avances de la pandemia, Bolsonaro anunció luego la emergencia, pero para entonces su popularidad ya había caído 4 puntos hasta 30 por ciento. La desaprobación de su gobierno aumentó a 36 por ciento.

Empleados llevan una cápsula especial diseñada para tratar a pacientes con el nuevo coronavirus en la Ciudad de México.Imagen: Getty Images/AFP/A. Estrella

AMLO: luchar contra el coronavirus con amuletos protectores

El jefe de Estado nacionalista de izquierda mexicano Andrés Manuel López Obrador también continúa recorriendo el país, saludando a niños y abrazando a sus seguidores como si el COVID-19 fuera un cuento de hadas. Para calmar a la gente, ha ido tan lejos como a sostener amuletos protectores ante las cámaras. 

A diferencia de Bolsonaro, admite el peligro de la pandemia, pero pretendiendo ser un ecuánime hombre de campo que tiene las cosas bajo control. Según las proyecciones de sus expertos, la fase más crítica aún no ha comenzado, aseguró AMLO en sus conferencias de prensa matutinas. Por lo tanto, medidas como el cierre de aeropuertos o la cuarentena aún no son necesarias.

AMLO también se preocupa principalmente por la economía del país, la cual se ha estancado desde el año anterior. México está estrechamente vinculado a Estados Unidos a través de la zona de libre comercio de América del Norte y está integrado en las cadenas mundiales de valor. Además, más de un tercio de los mexicanos vive del comercio informal, por lo que dependen enteramente de los ingresos diarios. Un toque de queda sería una catástrofe social.

Pero también en México, empresarios, alcaldes y ciudadanos comunes toman medidas de protección. Las escuelas, parques, cines y estudios deportivos están cerrados, y se anunció el trabajo desde casa y las vacaciones forzadas. La recesión de la economía difícilmente se puede evitar: los expertos hablan de hasta un 4 por ciento negativo. Según las encuestas, la popularidad del jefe de Estado está disminuyendo aún más. A principios de marzo, promedió 58 por ciento, una caída de casi 20 puntos. "Los populistas crean un aura de concentración de poder. Si las cosas van bien, se benefician, si las cosas van mal, pasan factura", escribe Bosworthes. Ante una oposición fragmentada, López Obrador no tiene que temerle actualmente a la competencia, según el publicista Ricardo Raphael.

Un hombre usa una máscara mientras lleva a su perro con un traje protector como medida preventiva contra la propagación del nuevo coronavirus en Caracas.Imagen: AFP/F. Parra

Maduro: el coronavirus es un arma imperialista contra China

Por su parte, el panorama es diferente en Venezuela. Allí, el presidente socialista Nicolás Maduro tiene a Juan Guaidó, un contrapresidente reconocido internacionalmente desde hace más de un año, quien hasta el momento no ha logrado dividir el frente leal de los especuladores y partidarios del gobierno, pero el virus podría cambiar eso. El COVID-19 amenaza a Venezuela aún más que a otros países. Por un lado, la situación en la que está la población y el sistema de salud es desoladora: la falta de suministro de agua se une a una población demacrada, a la escasez de medicamentos y médicos y a hospitales deteriorados. 

A esto se suma la caída de los precios del petróleo, lo que priva al país de una importante fuente de ingresos en un momento en que Maduro está luchando con sanciones económicas y los benefactores son escasos. En febrero, Maduro recurrió también al discurso: el coronavirus es un arma imperialista contra China, aseguró. Pero su país está armado gracias al antiviral cubano interferón (que normalmente se usa contra la hepatitis B y puede tener fuertes efectos secundarios).

En marzo, se produjo un giro con patrullas militares y una cuarentena a escala nacional. Pero ¿qué tan efectiva es la represión contra una catástrofe humanitaria? La espada de Damocles se cierne sobre Maduro. El Fondo Monetario Internacional (FMI) rechazó el préstamo de emergencia de 5 mil millones de dólares que el presidente solicitó tímidamente. Según Washington, no está claro quién representa al gobierno legítimo. Las negociaciones con la oposición están más cerca, incluso si Maduro llama por televisión a hacer oraciones en cadena para lidiar con el nuevo coronavirus.

(few/rrr)

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