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Religión

El cristianismo, religión del Estado en el Imperio Romano

Matthias von Hellfeldt
24 de mayo de 2023

El 27 febrero del año 380, el cristianismo se convirtió en la religión exclusiva del Imperio Romano por un decreto del emperador Teodosio, lo que tuvo trascendentales consecuencias.

Imagen: gemeinfrei

El decreto unió las raíces judeo-cristianas del continente europeo con la cultura greco-romana. Hasta el Concilio de Nicea, en el año 325, las iglesias cristianas eran incendiadas, quienes profesaran la religión cristiana eran perseguidos y su patrimonio era confiscado. Particularmente bajo el emperador Diocleciano (245-316) se intensificó la persecución cristiana. Diocleciano quería revivir los viejos cultos paganos y que éstos se convirtieran en la religión del imperio. Pero su política anticristiana fracasó y fue eliminada por su sucesor, el emperador Constantino (285-337).

El aparato militar y el administrativo funcionaban bien en el Imperio Romano. Una zona de libre comercio había impulsado el bienestar económico. Los habitantes de Roma gozaban de derechos civiles, lo que promovía una creciente cohesión entre la población, sin embargo, no había libertad religiosa.

Mezquita de Bayazit, en Estanbul, Turquía.Imagen: picture-alliance/ dpa

Concilio de Nicea

El 19 de junio de 325, Constantino intervino en un conflicto eclesiástico. Para dirimir entre las partes invitó a los obispos cristianos a un Concilio en Nicea, cerca de Estambul. No era la imposición del cristianismo como religión del Estado el objetivo del encuentro, en el que participaron más de 300 representantes eclesiásticos, sino sobre todo alcanzar una paz religiosa que estabilizara el Imperio. Tras largos debates, el emperador Constantino decidió llegar a un arreglo según el cual Jesús y Dios representaban una misma entidad. Con la firma de esta definición por parte de los eclesiásticos presentes fueron suspendidas las persecuciones contra cristianos.

Para los practicantes de la religión cristiana la situación mejoró. El 27 de febrero de 380, el emperador romano de Oriente Teodosio (347-395) firmó, en presencia del emperador romano de Occidente Valentiniano (371-392) y su co-gobernante medio hermano Graciano (359-383) un decreto con el que declaró al cristianismo religión del Estado y estipuló un castigo a quienes practicaran cultos paganos. El decreto “Cunctos populos”, concedía no sólo un lugar preponderante al cristianismo, sino que también suponía la persecución contra quienes practicaran otra fe.

Imagen del Santo Nicolaus de Anatolia, Turquía.Imagen: picture-alliance / Godong

“Todos los pueblos, sobre los que lideramos un suave y mesurado regimiento, deberán adoptar la religión que el divino apóstol Pedro hizo llegar a los romanos, que profesa el pontífice de Damasco así como el Obispo Pedro de Alejandría (…) Eso significa, que según la sabiduría apostólica y la doctrina evangélica creemos en la igualdad majestuosa y santa trinidad de la divinidad integrada por Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo.

Sólo quienes obedezcan este decreto podrán ser llamados cristianos católicos. Los restantes a quienes declaramos dementes y locos, tienen la vergüenza de seguir la doctrina hereje. Sus lugares de reunión no podrán ser considerados templos”.

El santo Ambrosius y el emperador Theodosius, pintura de Rubens.Imagen: picture-alliance / akg-images

Simbiosis entre la Antigüedad y el Cristianismo

Con el mismo fanatismo con el que antes fueron perseguidos los cristianos y judíos, ahora se hostigó a quienes practicaran otra fe. La realización de cultos paganos fue considerada alta traición y los templos y lugares sagrados fueron destruidos, como el Oráculo de Delfos, el recinto sagrado al que acudían los griegos para consultar a los dioses. No obstante, aquel 27 de febrero de 380 se convirtió en un hito de la historia europea porque unió las raíces judeo-cristianas con la antigüedad greco-romana, una simbiosis que trasciende hasta la actualidad.

La prehistoria greco-romana del continente y la religión judeo-cristiana marcaron decisivamente Europa, para bien y para mal, pues en los siglos siguientes los cristianos no sólo ayudaron a los pobres en nombre de la cruz, sino que también asesinaron en nombre de Dios a críticos y disidentes.

 

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