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El cuadrilátero de la ONU

25 de febrero de 2003

Mientras avanzan los preparativos militares para una intervención en Irak, en el frente diplomático se inició la batalla decisiva por los votos del Consejo de Seguridad, aunque difícilmente éste pueda evitar la guerra.

Bush, por sí y ante sí.Imagen: AP

La guerra contra Irak ya es cosa resuelta para la Casa Blanca. El propio presidente estadounidense, George Bush, no se cansa de repetirlo: el tiempo se acabó para Saddam Hussein. No obstante, Estados Unidos ha optado por jugarse la última carta diplomática ante la ONU. El nuevo proyecto de resolución, que presentó junto Gran Bretaña y España, tiene un solo propósito: consignar que Bagdad no ha cumplido satisfactoriamente la resolución 1441 del Consejo de Seguridad, que lo conmina al desarme. A todas luces, eso bastaría a juicio de Washington para conferir legitimidad a un operativo militar que en la práctica ya se puso en marcha con el despliegue de tropas en la región, aunque no se haya lanzado todavía el primer disparo.

La interpretación estadounidense

Desde el punto de vista del derecho internacional, tal razonamiento es cuestionable, porque se requeriría otra resolución, con un mandato claro de la ONU para utilizar la violencia. Eso es lo que han venido sosteniendo los países contrarios a una intervención armada. Pero Bush sabe que no puede conseguir una autorización expresa, en vista de la resistencia de Francia, Alemania, China y Rusia. De hecho, ni siquiera está claro cuánto apoyo podrá recabar su propuesta de resolución "suavizada", dado que hasta ahora la mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad parece inclinarse por la opción pacífica de brindar más tiempo y recursos a los inspectores de armas. Además, a estas alturas, todo el mundo tiene claro que aprobar el proyecto de Washington y sus aliados equivaldría de facto a dar luz verde a la guerra, al menos según la interpretación estadounidense.

En consecuencia, tras las bambalinas neoyorquinas se está desarrollando una batalla enconada por el respaldo de aquellos que aún puedan ser persuadidos, en una u otra dirección. El hecho de que se haya puesto sobre la mesa un borrador de resolución, sin contar con un acuerdo previamente consensuado como se estilaba en los últimos años, demuestra cuán dura es la pugna.

Móviles pragmáticos

Cabe preguntarse por qué Washington está dispuesto a librarla. Hay varias respuestas factibles. La pragmática sería que, si bien Bush se siente suficientemente seguro en casa, no puede decirse lo mismo de sus aliados. Los vientos de la opinión pública soplan en contra de Tony Blair y José María Aznar, y podrían derivar en sendas tormentas políticas en Gran Bretaña y España, si se lanzan a la guerra sin apoyo de la organización internacional. Otra respuesta, más optimista, sería que el gobierno estadounidense reconoce la potestad exclusiva de la ONU para decidir en asuntos de guerra o paz. Pero tal opción queda desvirtuada por las propias declaraciones de Bush, dispuesto a actuar con o sin la venia de quien sea. Más aún: para el presidente estadounidense, las Naciones Unidas sólo tendrán peso si secundan sus propósitos. De lo contrario, perderán significado, según lo ha dicho sin rodeos.

Ante esta constelación, son los países dispuestos a evitar la confrontación militar con Bagdad los que ahora rechazan una nueva resolución, aferrándose al instrumento de las inspecciones para desarmar pacíficamente a Irak. Para prolongar la misión de los expertos dirigidos por Hans Blix no se requiere otra votación en el Consejo de Seguridad. Y mantenerla en marcha representa la única esperanza de evitar que caigan las primeras bombas en Bagdad.

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