El eterno retorno de Skármeta a Alemania
29 de octubre de 2014 En su novela “No pasó nada”, el escritor chileno Antonio Skármeta relata, desde la voz del adolescente Lucho, la tragedia de vivir lejos de la patria e intentar acostumbrarse a una cultura lejana, ajena y compleja como la alemana. Ambientada en la época de la dictadura militar de su país, el autor de “Ardiente paciencia” intentó dejar un testimonio escrito de algunas de las experiencias que lo afectaron a él mismo como exiliado.
Skármeta, que este año obtuvo el Premio Nacional de Literatura en Chile, vivió entre 1975 y 1989 en Berlín Occidental, donde trabajó como guionista, profesor y escribió algunos de sus libros más conocidos, entre ellos la famosa historia del cartero que se hace amigo de Pablo Neruda. A Alemania retornó entre 2000 y 2003, cuando fue embajador de Chile en Berlín. Y ha seguido viajando a la potencia europea, donde aún viven algunos de sus hijos y nietos. En conversación con DW, Skármeta repasa su experiencia como exiliado y su vínculo eterno con el país de Goethe.
Usted ha escrito sobre el exilio y ha tratado el tema en varias de sus obras. ¿Qué recuerdos personales atesora usted de su propia experiencia? ¿Le costó mucho adaptarse a la vida en Alemania?
En cierto sentido sí, porque llegué a Berlín Occidental con una beca del Berliner Künstler Programm, tan angustiado y con un futuro totalmente impreciso como todos mis compatriotas exiliados, pero al menos con una base de apoyo que me permitió trabajar en lo mío: la creación literaria y cinematográfica. Cuando la beca terminó ya tenía editoriales que me publicaban en alemán, radios que transmitían mis obras y había aprendido el idioma lo suficiente para defenderme. Toda mi mente y mi corazón estaban repartidos entre el Chile lejano con su desgracia y la vida de mis compatriotas exiliados de todos oficios y profesiones con los cuales compartimos las actividades de relación con la enorme solidaridad de individuos y organizaciones alemanas.
¿Extraña algo en particular de su vida en Alemania? ¿La nieve, las mujeres, la escena cultural, el frío inclemente, la cercanía con el mundo?
Sí que extraño mucho Alemania. Para empezar allí viven dos de mis hijos, tres nietos, y amigos con los cuales mantengo una relación que no ha deteriorado la distancia, pues yo he vuelto con frecuencia a visitarlos, y ellos también han venido a Chile. Mis libros siguen circulando y no desaparecen de catálogo. Están bien establecidos. He aceptado invitaciones para festivales de cine o literarios, y además volví a Berlín con la democracia chilena, ya no como exiliado, sino como embajador, lo que fortaleció aun más mi afecto e interés por este país. Extraño la oferta musical y teatral, la variedad de filmes en los cines, la conversaciones con los escritores, el restaurante “Florian” en Charlottenburg y la calidad de los noticiarios en TV como “Tagesschau” y “Heute”.
Sin duda, “Ardiente paciencia” (conocida también como “El cartero de Neruda”) es su carta de presentación más famosa. ¿Es también su libro preferido o siente que tiene otro más redondo?
A “Ardiente paciencia” le tengo un gran afecto. Está traducida a más de treinta idiomas y hay muchas versiones de teatro, dos de cine, una ópera, y hasta ha sido creado un musical en Inglaterra que aún no se estrena. Es mi novela más popular. La más exitosa desde el punto de vista de los premios de prestigio y el favor de la crítica internacional es “La Boda del Poeta”, una épica de antihéroes que cuenta la emigración de europeos a Chile a comienzos del siglo pasado, entre ellos mis propios abuelos.
Usted estudió en el Instituto Nacional, el colegio con mayor tradición de Chile, cuna de intelectuales y baluarte de la educación pública en su país. ¿Cuánto influyó en su formación su paso por ese establecimiento?
El Instituto Nacional es el colegio más antiguo de Chile y goza de una tradición de formar bien a sus alumnos. Era educación gratuita y de calidad, como la que debieran tener los colegios de Chile hoy. Además había instancias donde desarrollar los talentos creativos. Yo leí durante años mis primeros cuentos y poemas en la Academia Literaria. Los miércoles a la 7 de la tarde leíamos y discutíamos nuestro textos y al terminar la sesión comenzaba la bohemia en boliches, en reuniones informales que duraban hasta la medianoche.
En agosto le entregaron el Premio Nacional de Literatura en Chile. ¿Qué significa eso para usted, como escritor? ¿Se lo esperaba?
Es una emoción profunda tener el reconocimiento más alto que da el Estado chileno. Lo veo como un abrazo fraternal a un escritor que ha dedicado toda su obra a instalar sus personajes en las coyunturas de los chilenos en diversas etapas de la historia, desde los estudiantes secundarios que cantaban a Los Beatles y pedaleaban bicicletas en el cerro San Cristóbal de Santiago hasta los años de la Unidad Popular, el infortunio del golpe militar de 1973, los vaivenes del exilio y la reconstitución democrática.
Y ahora, ¿qué sorpresas prepara Antonio Skármeta para sus lectores?
La sorpresa más grande para un escritor es lo que aparece todo los días cuando escribe su obra en la pantalla del ordenador. La gran novedad es que el Instituto Goethe Internacional edita este año todos los filmes que he dirigido, acompañado de una buena documentación. Y para el público: parece que antes de fin de año se edita un álbum en Brasil de canciones con textos míos y música e interpretación de artistas brasileños.