El fracaso de las élites políticas en los Balcanes
16 de agosto de 2015 En Kosovo, Albania, Serbia, Macedonia y Bosnia-Herzegovina no hay ni guerra, ni hambre, ni torturas. Los Estados formados tras la disolución de Yugoslavia y sus vecinos viven en paz desde hace tres lustros. Croacia y Eslovenia son miembros de la Unión Europea (UE) y los otros países de la región balcánica buscan integrarse al bloque comunitario desde hace años.
No cabe comparar a estos Estados con Siria, Irak o Afganistán, donde la gente muere a causa de conflictos armados y del terror. Y aún así, la gente está abandonando los Balcanes masivamente y solicitando asilo en Alemania. Ellos huyen de la pobreza y la falta de perspectivas. Decepcionados y frustrados por la parálisis política y económica de sus respectivos países. Y de ese éxodo son responsables, ante todo, las élites políticas.
La ayuda de la UE se evapora
La UE les envía miles de millones de euros en forma de auxilios financieros, pero esas medidas no le ha dado impulso a la economía de esos países ni a sus procesos de democratización. Ni siquiera las perspectivas de adhesión al bloque comunitario parecen haber estimulado el ánimo reformador de los actores políticos balcánicos. Y es que el dinero sigue fluyendo a pesar de que no le rinden cuentas a Bruselas.
En el oeste de los Balcanes, los índices de desempleo oscilan entre el 20 y el 50 por ciento desde hace dos décadas. En Bosnia-Herzegovina, el 60 por ciento de los jóvenes carece de trabajo; hasta aquellos con formación académica tienen dificultades para integrarse satisfactoriamente al mercado laboral porque el nepotismo, el clientelismo y otras formas de corrupción impiden que haya procesos de elección justos.
La influencia de los partidos políticos se ha infiltrado de manera enfermiza en todos los resquicios de las sociedades balcánicas; ellos son, por lo menos de manera indirecta, los grandes empleadores: es uno u otro partido el que decide quién asciende a la posición de director o portero, independientemente de los méritos profesionales de los candidatos.
De cara a estas circunstancias, es comprensible que la sensación de impotencia se apodere de tanta gente. Muchos adquieren un “carné del partido”, no para militar políticamente a favor de un grupo u otro, sino con la esperanza de que eso les permita iniciar una carrera. Más de la mitad de los jóvenes formados académicamente en Albania, Kosovo y Macedonia aspira a emigrar a corto o mediano plazo.
Precaria infraestructura social
Tras la caída de los viejos sistemas, se descuidó la tarea de invertir en la infraestructura social; por ejemplo, en un sistema de asistencia sanitaria que funcionara. Esa puntual carencia afecta a todos los miembros de la sociedad en los Balcanes, pero sobre todo a quienes ocupan el estrato social más bajo: los gitanos. Son ello los que menos pueden costearse una visita al médico cuando ésta es necesaria.
Los gitanos vienen a Alemania porque el poco dinero que reciben durante el proceso de evaluación de sus solicitudes de asilo constituye un incentivo y porque reciben asistencia médica gratuita. Y a estos problemas se suman factores políticos nada desestimables: en muchos de los países balcánicos se han consolidado estructuras autocráticas. Montenegro, por ejemplo, es regida por el clan Đukanović desde hace veinte años.
En Macedonia, el Gobierno conservador es acusado de espiar masivamente a los ciudadanos y los periodistas independientes se ven constantemente amedrentados por amenazas de muerte. Estructuras autoritarias similares se ven también en Kosovo, que es, de facto, un protectorado de la UE desde que obtuvo su independencia en 2008.
Estructuras autoritarias y autocráticas
La presencia de Eulex, la misión comunitaria de asesoría jurídica, no ha impedido que la corrupción y el maridaje de la élite kosovar con el crimen organizado dominen el panorama político local. Muchos diputados y miembros del partido de Gobierno pasaron sin problemas del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK) al ámbito de la alta política. Según las pesquisas de Dick Marty, enviado especial del Consejo Europeo, ese grupo se vio envuelto en crímenes de guerra como ajusticiamientos y secuestros.
Y en la república plurinacional de Bosnia-Herzegovina, los políticos han preferido seguir atizando los resentimientos durante dos decenios a propiciar las reformas económicas que el país ha necesitado todo ese tiempo. La mitad de los jóvenes bosnios quiere abandonar su país; cada vez menos de ellos puede satisfacer su deseo de fundar una familia. Y esa es una amenaza seria para el Estado, considerando sus problemas demográficos.
La UE puede y debe ejercer presión
El paso desganado con que se avanza hacia la democracia y el Estado de derecho en los Balcanes ha desilusionado, y con razón, a la UE. Los socios comunitarios se han concentrado en otros países en crisis como Grecia o Ucrania. Pero es probable que las oleadas de refugiados balcánicos que llegan a sus fronteras terminen persuadiendo a Bruselas de volver a colocar a esa región en su lista de prioridades.
Sería bueno que la UE volviera a echarle un vistazo al embotellamiento de reformas pendientes en la zona y que cerrara el grifo del dinero cuando las reformas en cuestión no se implementan. De momento, con su egoísmo, las élites políticas de los Balcanes desperdician su capital social más importante: mientras más se prolongue el éxodo de los jóvenes bien formados, más difícil será el cambio social requerido en esos países.
Esa es una situación confortable para quienes tienen el poder en este momento. Pero para sus sociedades, es un desastre. Aunque en los Balcanes no hay ni guerra, ni hambre, ni tortura, la desesperanza puede convertirse en una dictadura.