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El independentismo catalán mira hacia atrás

Barbara Wesel
20 de octubre de 2017

Madrid reacciona y limitará la autonomía catalana. Barcelona sigue apostando por la independencia. Pero, ¿qué quieren los independentista: vivir en el siglo XVIII o en el XXI?, se pregunta Barbara Wesel.

Spanien Barcelona Demonstration gegen Inhaftierung
Imagen: Imago/Agencia EFE/A. Estevez

Como era de esperar el gobierno español ha cumplido sus amenazas: activar el artículo 155 de la Constitución, con el que se puede limitar o incluso suspender la autonomía de Cataluña.

 

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La situación ha escalado de tal manera que el presidente se vio obligado a actuar. Mariano Rajoy se propuso mantener la ley y el orden. Barcelona, por otro lado, tampoco está dispuesta a renunciar a la aspiración de independencia. Es como si hubiese tenido lugar una colisión múltiple en una autopista con niebla.

Un absurdo fracaso político

La niebla es en este de caso de naturaleza política. Lo que estamos viendo en España es un colapso total del arte de gobernar. Rajoy carece de instinto político y se comporta como un jurista, que solo se interesa por la letra de la ley. Como jefe de Gobierno le faltan flexibilidad e inteligencia emocional. Hace meses, tendría que haber evitado que el conflicto escalase y finalmente explotase. La represión, como el encarcelamiento de los dos líderes independentistas, solo conlleva a que se remuevan más los sentimientos y el movimiento independentista se fortalezca aún más.

El Gobierno de Cataluña se comporta también de forma muy absurda: se deja llevar por la ideología, es terco y, sobre todo, irresponsable. Los políticos en Barcelona parecen estar en un parlamento estudiantil: debates acalorados, resoluciones heroicas y nadie habla sobre las posibles consecuencias. Sus estimaciones son simplemente irracionales. Los que luchan por la independencia se muestran impasibles ante la sangría de empresas que abandonan la región y ante la reducción del crecimiento económico. Ni tan siquiera se inmutan con el descenso del número de turistas. El fin justifica los medios.

Barbara Wesel frente al Palau de la Generalitat en Barcelona.Imagen: Getty Images/S. Gallup

Identidad y poder

¿Pero qué clase de nacionalismo es este que empuja a construir barricadas? Por un lado, se trata de una política de identidad, que se está extendiendo por todo el mundo, basada en la demarcación y la arrogancia hacia el vecino. El combustible es un populismo, que de forma hábil y, a través de las redes sociales, despierta ciertos sentimientos, con propaganda inteligente y manipulación magistral.

En el fondo se halla la banal sed de poder de los actores en Barcelona. El gobierno de Cataluña se ha acomodado en sus instituciones oficiales y ha despejado con facilidad las acusaciones de corrupción. Carles Puigdemont quiere dejar de ser presidente a medias para convertirse en un verdadero jefe de Gobierno, participar en cumbres políticas y ser alguien en la escena internacional.

Mirando hacia atrás y no hacia adelante

El problema es que todo esto no cuadra. Los independistas justifican su estatus especial con una batalla perdida en 1714. Cataluña fue independiente la última vez hace 200 años y cree ahora que tiene que volver a recuperar dicho estatus basándose en la historia. Esto recuerda a la Guerra de los Balcanes o al "brexit”, a todos los arrebatos irracionales de fantasías históricas.

¿Pero qué pasará en concreto? Cataluña es uno de los motores centrales de la economía española y globalmente exitosa, pero solo funciona en conjunto con el Estado español y la Unión Europea. Las grandes empresas que abandonan Barcelona no quieren una situación legal insegura ni arrebatos de sentimientos nostálgicos.

La región vive y trabaja en el siglo XXI, pero mira hacia el siglo XVIII, en la época de Felipe V. No es posible mantener el equilibrio en esta situación. Los precursores del independentismo catalán tendrán que escoger una época: la actual. Si no, se convertirán en los perdedores de la historia.

Barbara Wesel  (RMR/ER)

 

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