El kilt en la era de la globalización
16 de enero de 2008Carlo Jösch, chileno alemán de 40 años, ha recorrido miles de kilómetros para conquistar su destino: las faldas escocesas. Tenía sólo tres años cuando su familia decide darle la espalda a Santiago de Chile ante la inminente caída de Salvador Allende y embarcarse, en 1969, rumbo a Alemania.
Aunque sus recuerdos de aquellos tiempos se limitan a vagos pasajes de la travesía marítima, Jösch siente un estrecho lazo con la nación que lo vio nacer. Pero a pesar de su profundo sentimiento y orgullo por Chile, en donde todavía tiene familia, Jösch es un alemán. Creció en Renania del Norte Westfalia, en el pequeño poblado de Meerbusch, y estudió diseño de modas en la ciudad de Mönchengladbach, de gran tradición en este campo.
Su incursión en el mundo de la moda comenzó a los 7 años de forma indirecta a través de su predilección por Escocia y su cultura. Al interés por la gaita le siguió el amor por las faldas escocesas cuya técnica le fascinó.
7 metros y tres hebillas
Escocia cuenta con escuelas oficiales para enseñar el arte de hacer kilts, pero revelar a un “extraño” los secretos centenarios de la típica prenda escocesa no es su intención. Al negarle una plaza Jösch decide iniciarse en los secretos de estas faldas masculinas haciendo prácticas con un viejo modista de los altiplanos escoceses. Una vez conquistado el arte envió sus kilts a la “Kilt–Maker-Association” que le concedió las mejores notas y un certificado que lo reconoce como modista oficial de kilts, de los cuales no hay muchos en el mundo.
Tres a cuatro días requiere Jösch para sus creaciones para las cuales utiliza sólo telas importadas de Escocia. Un kilt no es una simple falda de tela cuadriculada con tres hebillas. Es el resultado de trabajo milimétrico: se requieren siete metros de tela para cada pieza que cuenta, según modelo, con 25 o 29 pliegues. Entre cintura y caderas el diseño de los cuadros debe coincidir, un arte que pocos dominan.
Aunque hace tiempo que existen los kilts industriales, Jösch lo hace todo a la vieja usanza y respetando la tradición, puro trabajo manual que tiene su precio: alrededor de 700 euros. Un lujo que se dan pocos, seis o siete clientes cada año cuando mucho.