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Contaminación lumínica

1 de diciembre de 2011

Lumínicos de todo tipo impiden que anochezca en las ciudades alemanas. Las noches se han llenado de bullicio y colorido; se han vuelto insomnes. Y las estrellas, invisibles.

Las luces de neón opacan la luminosidad visible de los cuerpos celestes.Imagen: AP

No hay cielo estrellado para los románticos en las grandes ciudades. Los miles de puntos luminosos al alcance de la vista en una noche campestre se transforman en apenas unas docenas en las áreas metropolitanas. La iluminación artificial de las ciudades eclipsa, sencillamente, la luz natural de las estrellas.

Esto lo que los investigadores llaman “contaminación lumínica”. Un concepto confuso si consideramos que, por lo general, percibimos la luz –y ello incluye a la luz artificial– como algo positivo, no como una molestia o como una fuente de contaminación.

“Tanto en la filosofía como en la religión o en la literatura, la luz se asocia con iluminación, verdad, razón. Pensemos, por ejemplo, en la luz de la Ilustración. Por el contrario, la noche se asocia negativamente con la oscuridad, las tinieblas; se vincula con la pobreza, el peligro y hasta el crimen”, explica Ute Hasenöhrl, historiadora del Instituto Leibniz para el Desarrollo Regional y la Planificación Estructural, en Brandeburgo.

Estas connotaciones positivas de la luz “no sólo se refieren a la luz natural del día, sino que se traspasan incluso a la luz artificial”, insiste Hasenöhrl, quien investiga sobre las causas y consecuencias de la iluminación artificial en Alemania.

Grandes ciudades, como la alemana Fráncfort del Meno, se distinguen hoy por su colorido paisaje nocturno.Imagen: picture alliance / J.W.Alker

La luz es “modernidad”

En la actualidad, la luz ha dejado de ser el símbolo por excelencia de la razón o la verdad, para convertirse en el símbolo de lo moderno, de lo citadino. La tendencia del ser humano a representarse y exaltarse a sí mismo haciendo uso de la luz es, sin embargo, bastante añeja.

“Durante el Absolutismo se celebraban fiestas señoriales en las que no podían faltar los coloridos fuegos artificiales y las procesiones de antorchas. Los jardines y salones se inundaban con un derroche de velas. Se dice que Luis XIV iluminó el parque de Versalles, en 1688, con unas 24.000 velas de cera. La luz era un instrumento de distinción social”, nos recuerda Hasenöhrl.

Democratización de la luz

Distinguirse por el uso de la luz se ha hecho más difícil en nuestros días. Es un “lujo” que cualquiera puede darse, se burlaría el ciudadano común –al menos en una buena parte del mundo, y sobre todo en los países industrializados. El siglo XIX trajo consigo una especie de revolución de la iluminación artificial. Las lámparas de gas y la luz eléctrica llegaron al mercado y se extendieron rápidamente en la década de 1920. La luz se convirtió en símbolo de modernidad y desarrollo.

“Entretanto, puede observarse el avance de la auto-representación de las personas a través de la luz, a la presentación y exaltación de ciudades enteras”, afirma Ute Hasenöhrl. La noche se ha convertido en un evento. Se organizan noches de la ciencia, de los museos, de la industria. Fachadas, monumentos y obras arquitectónicas permanecen iluminadas hasta el amanecer.

Cúpulas brillantes

Contaminación luminosa en Europa: 1992 (izq.) y 2010 (der.).Imagen: A. Hänel

De esta forma, las grandes ciudades producen sobre sí enormes cúpulas de luz. “Berlín, por ejemplo, está situada en un contexto relativamente oscuro, pero  la campana brillante que la ciudad proyecta a su alrededor, en el espacio, puede observase claramente hasta a 70 u 80 kilómetros de distancia”, señala el astrónomo Andreas Hänel.

Hänel se ocupa del fenómeno de la contaminación lumínica desde hace años. En su página en Internet, el astrónomo advierte que una parte del patrimonio cultural de la Humanidad se ha ido perdiendo como consecuencia de la imposibilidad de observar el cielo estrellado.

“Quienes llegan al planetario donde trabajo nunca antes han visto la vía láctea”, lamenta Hänel. Y éste es un hecho que cambiará nuestra visión del mundo en el futuro, si consideramos que la observación de las estrellas es un aspecto importante en la construcción cultural de nuestra propia imagen como seres humanos, agrega Hasenöhrl.

Pero no es sólo la relación con las estrellas lo que la Humanidad pierde con tanto derroche de luz artificial. La noche, además, ha sido “domesticada”; ha perdido gran parte de su atractivo, de su asociación con los secretos, con lo prohibido, con el romanticismo, insiste Hasenöhrl.

Las nuevas posibilidades de iluminación han transformado la vida cotidiana y el mundo laboral. Las fronteras entre día y noche se difuminan. Ha surgido una sociedad insomne, que puede y muchas veces debe permanecer despierta y rendir eficientemente las 24 horas de los siete días de cada semana.

¿Noctámbulos vs. románticos?

Antes, “el ciudadano hallaba en su casa el refugio y la paz de la noche”, dice Hasenöhrl. Hoy, la iluminación nocturna no sólo ha extendido la jornada laboral. Además, “ha surgido una nueva cultura del esparcimiento y con ella un nuevo tipo social, los noctámbulos”, asegura. Cada vez más personas se arriesgan a trasnochar. Y la noche se vuelve día, padece de insomnio.

Un nuevo tipo social: "los noctámbulos".Imagen: picture-alliance/ZB

”Puede ser que la tendencia a iluminar cada vez más alcance un punto máximo, pues en muchas ciudades la luz se usa para despertar la atención y ello puede conllevar a un efecto de sobresaturación”, pronostica Ute Hasenöhrl. Pero hasta entonces, cada vez que deseen observar un cielo estrellado, los románticos de las grandes ciudades tendrán que seguir recurriendo al planetario.

Autora: Laura Döing / RML
Editor: Enrique López Magallón

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